Análisis

Afganistán, un país abandonado a los barbudos

No había manera digna de salir aunque la retirada ha sido ejecutada con negligencia. Frenar la expansión de China es ahora la prioridad estratégica de EE UU

Talibanes celebran la retirada de las fuerzas estadounidenses por las calles de Kandahar
Talibanes celebran la retirada de las fuerzas estadounidenses por las calles de KandaharSTRINGEREFE

¿Por quién están doblando las campanas de Afganistán? ¿Quiénes tienen más que temer o más ha perdido tras la precipitada retirada norteamericana? Hay víctimas claras como los afganos que creyeron nuestras promesas de mejora y libertad en su convivencia o las mujeres que van a ser sometidas de nuevo a una interpretación rigurosa de la sharia islámica. Pero también hay otros perdedores mas lejanos, menos evidentes, que trataremos de identificar a continuación.

La retirada de Afganistán no era una consecuencia técnica militar inevitable sino mas bien es el resultado político ante una opinión pública norteamericana cansada con una guerra a la que no veían fin. Los enfrentamientos bélicos se resuelven por un producto de la capacidad militar de los combatientes multiplicada por su voluntad de prevalecer. Por muchos medios de combate que tengamos los occidentales, si flaquea nuestro espíritu o dudamos de la justicia de nuestra misión, acabarán por triunfar nuestros adversarios si su producto de capacidad por voluntad es superior. Y eso es lo que ha pasado en Afganistán: los políticos norteamericanos han temido mas a su opinión pública que a los talibanes, aunque naturalmente el motivo oficial esgrimido haya sido otro. Una vez decidida políticamente la retirada no había ninguna manera digna de salir del país aunque la operación ejecutada muestra claros signos de improvisación y negligencia en su planeamiento pese a una meritoria ejecución.

La estrategia oficial de los Estados Unidos señala a China como su objetivo prioritario. Frenar la expansión del gigante oriental suscita un acuerdo expreso de los dos grandes partidos norteamericanos y esto a mi juicio se basa en dos razones, una más aceptable que otra. Norteamérica es el hegemón actual y ha impuesto sus normas en las relaciones internacionales creando un orden percibido como benigno por unos –entre los que se encuentra España y toda Europa Occidental– pero injusto para los que quieren mejorar –como China– o no perder su estatus de gran potencia, como la Rusia del señor Putin. Es decir el primer puesto en el mundo está disputado en este momento y el actual líder no está dispuesto a que nadie se lo arrebate, ni por las buenas (económicamente), ni por las malas (militarmente).

La conveniencia de buscar un enfrentamiento económico con China para nosotros, las terceras naciones, es discutible por más que algunas prácticas de este país sean inaceptables. Pero el gigante asiático no solo crece exponencialmente desde el punto de vista económico; también se está rearmado a un ritmo acelerado y aquí sí que Estados Unidos tienen una razón válida para estar preocupado y reaccionar. La Historia demuestra que quien detenta el poder, tarde o temprano, acaba utilizándolo. Con el objetivo chino omnipresente, los enfrentamientos en Oriente Medio herencia de la «Guerra contra el terror» han llegado a ser considerados por las tres últimas administraciones norteamericanas como una distracción de recursos perjudicial.

De ahí viene que desde el presidente Barack Obama hasta el actual, Joe Biden, todos hayan buscado salirse de los conflictos con el terrorismo islámico. En un hipotético –pero cada día mas cercano– enfrentamiento entre Estados Unidos y China, la ventaja principal que tiene el primero son sus aliados, especialmente los locales: Japón y Corea del Sur. Australia y quizás algún día la India o la lejana OTAN también pudiéramos llegar a estar involucrados en esta indeseable guerra que a todos perjudicaría en la superficie de la Tierra.

La recién consumada retirada norteamericana de Afganistán va a tener una repercusión negativa en la moral de sus aliados –empezando por los asiáticos– al comprobar lo poco fiables que son sus promesas. Sería una dolorosa paradoja que para reforzar el objetivo número uno –contener a China– los norteamericanos hayan perjudicado su ventaja número uno: el contar con muchos aliados. Como solía decir Churchill, solo hay una cosa peor que los aliados, que es no tenerlos.

Otra consecuencia negativa de la retirada afgana la podremos encontrar en la probable pérdida de moral del Ejército norteamericano tras veinte años de lucha infructuosa. Por mucho que se les explique a los militares que los objetivos eran inalcanzables políticamente –reconstrucción democrática de Afganistán y creación de un Ejército nacional– el fracaso ha sido claro y sus consecuencias desalentadoras se van a trasladar a un deterioro de las relaciones político militares con la correspondiente pérdida de confianza mutua que esperemos pueda pronto ser superada sin tener que recurrir a agravar artificialmente el enfrentamiento con China.

El tañido triste de estas figuradas campanas afganas se oirá mas allá de este trágico país. Confiemos que no agrave otros conflictos como el que se cierne entre el actual líder norteamericano y el agresivo candidato chino a sustituirlo.