Opinión
Llegó la hora de escuchar a Ucrania
Ucrania ha tomado partido. El Parlamento ucraniano aprobó en 2019 las enmiendas a la Constitución del país, las que refrendan la política de ingreso en la UE y la OTAN
Ucrania es una nación, un Estado democrático y de derecho soberano e independiente, con derecho a decidir sobre su futuro. En 2014 Rusia se anexionó ilegalmente Crimea violando la integridad territorial de Ucrania, y ese mismo año la resolución 68/262 de la Asamblea General de las Naciones Unidas instó al mundo “abstenerse” de reconocer cualquier cambio en el estatus de Crimea. A esta anexión se sumó la posterior ocupación rusa de ciertas áreas de las regiones de Lugansk y Donetsk que ha desplazado a más de 1,5 millones de ucranianos de su hogar. Por todo ello, los ucranianos se sienten agredidos y amenazados.
Lamentablemente, me veo obligado a subrayar lo obvio en artículos, charlas, conferencias y en conversaciones con los amigos, al igual que un astrónomo se ve en la absurda situación de explicar que la tierra es esférica o un científico que las vacunas han revolucionado la esperanza de vida de la humanidad. Pero así son los días de ruido y negación de la realidad que nos tocan vivir.
Lo peor que podemos hacer en estos casos es caer en el marco del debate de los que sostienen posiciones insostenibles y dedicarnos caminar cuesta arriba en una pendiente resbaladiza. En el caso reciente sobre seguridad europea y Ucrania, el marco que Rusia construye mediática y políticamente es uno en el que Ucrania no opina (y en ocasiones, tampoco Europa). Seguir conversando dentro de ese marco es legitimarlo, como se legitima que la tierra es plana cuando nos dedicamos a discutirlo a estas alturas. Hay que cambiar de marco el debate de la seguridad europea, cambiar de foco, y preguntarse por qué Ucrania se siente amenazada y por qué quiere, con todo el derecho, pertenecer a la Alianza Atlántica.
El cambio de foco que sugiero no es precisamente el militar. La OTAN constituye un sistema de defensa colectiva, en el que sus miembros acordaron defenderse, pero a ojos de Ucrania es mucho más. Cuando alguien se acerca a una organización no es únicamente para beneficiarse de ella en el peor escenario posible, es también por afinidad, por sentido de pertenencia, por la construcción de una identidad común más elevada que la de cada uno de sus miembros. Pero hay un elemento esencial que no podemos pasar por alto y es que todos y cada uno de sus miembros, con mayor o menor grado de madurez, son democracias de corte occidental, como Ucrania.
Es bastante desconocido el papel democratizador que tuvo la entrada en la OTAN de España. Recordamos de entonces la gran movilización social en contra y la victoria del Sí por la mínima, pero recordamos menos la positiva influencia que tuvo para los cuadros de nuestro ejército relacionarse con los ejércitos de otras democracias más maduras. Ese giro fue esencial en el relato de la transición democrática de nuestro ejército, el cuál hoy día tiene unos niveles de popularidad que prácticamente no disfruta ninguna otra institución, por su compromiso humanitario y sus intervenciones en casos de catástrofe, grave riesgo y calamidad, como sucedió durante la Pandemia.
Si tan difícil es entender la voluntad del pueblo ucraniano respecto a la OTAN vamos a ver qué alternativas le quedan. ¿Quizás la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC)? Integrada por Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Rusia, Kirguistán, Tayikistán con los observadores Serbia... y Afganistán (a esta última el pasado año le sirvió de bien poco esta condición). Los expertos politólogos califican los regímenes políticos de la OTSC entre “moderadas autocracias” a “duras autocracias” y su mayor valedor, Rusia, se ha convertido en los últimos años en una suerte de guardaespaldas, apuntalando regímenes allí dónde se tambalean por su merecida impopularidad, como en los casos de Bielorrusia y Kazajistán o en lugares más lejanos de cruentos dictadores como el caso de Siria. Como ven, la OTSC no es un club ilusionante para una nación joven y democrática como Ucrania que mira al futuro y quiere integrarse en la Unión Europea.
Esa podría ser otra opción. La plena integración de Ucrania en la Unión Europea y esperar la consolidación de una defensa territorial de Europa promovida por los estados miembros partidarios de una autonomía estratégica alternativa a la OTAN, por ejemplo, pero no es una realidad ni a corto ni a medio plazo, como corroboraba recientemente el alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell. Y como dice el ex presidente de Uruguay José Mújica, el problema en la vida es el “mientras tanto”. Mientras su vecino autoritario se anexiona un territorio que no le pertenece y pone en marcha una guerra híbrida soterrada con ciberataques, fake news, desestabilización política y sabotajes, Ucrania tiene que afrontar sus mayores desafíos económicos, políticos y sociales y nadie puede pretender que lo haga sola.
Eso nos lleva a la falacia de la neutralidad. La palabra procede del latín neuter “ni uno ni otro”. ¿Ni el uno ni el otro? La neutralidad trata de no tomar partido y renunciar a toda injerencia en un conflicto pero… de un tercero. ¿Acaso alguien piensa que la llamada “Neutralidad eterna de Suiza” no dejaría de ser eterna si una nación extranjera se anexionara parte de su territorio? La neutralidad no es posible cuando eres parte del conflicto y menos aun cuando eres el agredido y te ampara el derecho a la legítima defensa de la Carta de las Naciones Unidas.
Ucrania ha tomado partido. El Parlamento ucraniano aprobó en febrero de 2019 las enmiendas a la Constitución del país, las que refrendan la política de ingreso en la UE y la OTAN. Este año la Cumbre de la OTAN se celebra precisamente en Madrid y se espera que Ucrania reciba una hoja de ruta concreta para el ingreso en la Alianza.
Llegó la hora de que nuestros representantes y nosotros mismos apoyemos a un país que afronta una valiente transformación, igual que hicimos nosotros.
Llegó la hora de que una nación decida por sí misma su destino.
Llegó la hora de escuchar a Ucrania.
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