Sáhara Occidental
Taleb Alisalem: “¿Mis hermanos son libertadores o terroristas?”
Tras el inicio de la guerra contra Marruecos en noviembre de 2020, Taleb ha combatido con su voz por la autodeterminación de un Sáhara cada vez más próximo a Argelia y más alejado de España
Taleb tiene treinta años y reside en Madrid. Si un gato llegase a cruzárselo por la calle, podría confundirlo con un joven marroquí, quizás un argelino venido desde el sur del Mediterráneo para buscar fortuna en nuestra orilla. Sólo el ojo entrenado sabría diferenciar a Taleb para reconocer en él a un saharaui que habla un español impecable (mejor que muchos castellanos) y que vive en España desde que abandonó el campo de refugiados argelino donde vivió hasta los diez años. A Taleb le han confundido muchas veces con un marroquí. Confiesa que era algo que le molestaba durante su adolescencia, y mucho, y es comprensible, porque no lograba asimilar que los mismísimos españoles que no hace demasiado fueron compatriotas de sus padres y de los padres de sus padres, confundan sus rasgos con los de una nación que pretende subyugar a su pueblo. ¿Dónde se ha visto que un aragonés se confunda con un franco? Ahora no le da importancia. Entiende que un español no sepa diferenciarlo, o lucha por entenderlo. “También es común que se confunda a un senegalés con un marfileño, a un chino con un surcoreano, ¿no crees?”.
Pero Taleb no es marroquí. Es saharaui. Cómo el mismo dice, sus abuelos y los abuelos de sus abuelos y los abuelos de los abuelos de sus abuelos están enterrados en aquella tierra de arenas revueltas que llamaba hogar cuando nos reunimos en una cafetería de la calle Castelló. Apareció con la mascarilla enfundada, aunque ya pocos llevan la mascarilla por aquí y Taleb no parece de los que se preocupan más de lo necesario por el coronavirus. Pero ya llegaremos al misterio de la mascarilla. Por lo pronto, Taleb tiene otras preocupaciones, porque Taleb Alisalem es un activista saharaui de treinta años que aparece por la puerta a las cinco y cuarenta y siete de la tarde, diecisiete minutos después de salir de las oficinas de Globalia-Ávoris donde trabaja como Community Manager.
Hadge Hamed
Me saluda, se sienta. Rápidamente comienza a explicarme su tesis, entremezclada con terrones de azúcar y sorbitos al café. Reconoce que ninguna causa puede sostenerse sin el debido rigor histórico y cita la embajada del barón Whettnall, un cónsul belga que recibió órdenes de Leopoldo II para que buscase un puerto al sur de Marruecos desde donde recalar con sus barcos de camino al Estado Libre del Congo. Corría el siglo XIX, y por entonces Marruecos era dueño de un importante reino en el Magreb que rozaba los límites del Sáhara. El citado barón contrató a un comerciante marroquí, llamado Hadge Hamed, para que explorase la zona como un hombre de fiar que se mezclara con la población sin apestar a coles de Bruselas. El marroquí escribió tras sus hallazgos haber contactado con unos territorios “conocidos bajo el nombre de Ergueiba y divididos en trece secciones”. Estas treces secciones contaban con gobernantes “con jurisdicción espiritual y temporal sobre el país”. Los ojos oscuros de Taleb reorganizan sus ideas mientras las expone sobre la mesa. Además, refulgen al preguntar: “¿cuántos abuelos míos están enterrados en Marruecos, cuántos abuelos de uno de Tánger están enterrados en mi tierra?”.
Cierra la primera parte de su explicación hablando del Gran Marruecos, que denomina como “un proyecto ideado por el abuelo de Mohamed IV para compensar al pueblo marroquí su falta de riquezas, para contentar a sus súbditos y distraerlos con un nacionalismo malsano”.
Los tres tipos de saharauis
Es saharaui, no español. Y a mucha honra. Y reconoce en este momento, buceando como andamos por los recovecos de la Historia, que sí, que su antepasados se levantaron en armas contra los españoles “pero no por rencor, sino para liberar nuestra tierra de un gobierno que les fue impuesto por España, lo mismo que hacemos ahora con Marruecos”. Distingue entonces entre la autodeterminación de los pueblos y el rencor, reitera que ellos son independientes desde hace milenios y que han luchado con el mismo sentido del deber y con la misma obligación patria contra cualquiera de los invasores que les fueran viniendo, hasta que llega un punto donde me dice que ellos tienen mucho cariño a los españoles. Tanto, que un tío suyo todavía escucha las canciones de Perales con su vieja casete. No puedo evitar contestarle que estoy seguro de que otro de sus tíos escupe bilis contra los españoles, que eso sería lo normal, y que, si entre los saharauis no hay quienes maldicen a los españoles por su actual desidia frente a lo que les sucede, entonces les deseo mucha suerte, porque no puede ganarse una batalla sin una pizca de rabia.
Taleb calla. Pocas veces se encuentra un odio que no esté justificado, aunque sea en una mínima medida. Pocos odios hay que no tengan detrás traiciones, llantos, muertes en la familia. Pero él se siente a gusto entre los españoles. Tiene a sus amigos y experimenta una tibieza en el corazón cuando unos desconocidos levantan la voz por el pueblo saharaui.
“Existe una gran diferencia entre la postura del Gobierno español, especialmente el actual, y el apoyo que nos expresa la población española, donde muy pocos, por no decir casi ninguno, desean otra cosa que no sea la independencia del Sáhara”.
“De la misma manera que hoy podríamos dividir a los saharauis en tres grandes grupos”.
Y los explica. El primer grupo está conformado por los saharauis que han florecido bajo el gobierno de Marruecos. Taleb dice al referirse a éstos que “Marruecos siempre supo que no podría controlarnos si no se aliaba con algunas clases pudientes”, y que “le ha bastado concederles negocios lucrativos para ponerlos de su lado”. Cansados de los enfrentamientos y contentos con prosperar, apoyan en mayor o menor medida la autoridad marroquí. El segundo grupo son los deseosos de una independencia, sí, pero que están desilusionados con las estrategias seguidas por el Frente Polisario. Son los que solo están cansados de los enfrentamientos... aunque siempre les queda soñar, reunirse en los cafés, urdir planes, esperar. El tercer grupo lo componen los más activos porque son los integrantes del brazo armado del Frente Polisario.
Amenazas de muerte
Entonces, Taleb se hace la pregunta: “¿Qué piensas que son mis hermanos? ¿Libertadores o terroristas?”. Lo dice porque, al comenzar la guerra en noviembre de 2020, uno de sus hermanos, un joven como él con residencia en Nantes y que andaba por entonces esperando a que naciera su primer hijo, condujo a Bilbao para reunirse un par de días con Taleb y su madre, darles las llaves del coche, las tarjetas de crédito e instrucciones para que nombraran adecuadamente al niño. El otro hermano de Taleb ya se había unido a la lucha. Se encontraba en ese momento en uno de los campos de refugiados de Argelia y el frente le quedaba más cerca. “Pero a mí no me dejaron irme”, comunica Taleb. “Yo soy el más joven de los tres hermanos y acordaron que sería el encargado de cuidar a la familia si ellos no volvían”.
A él le dejaron con la mascarilla. Fue entonces cuando se resolvió el enigma. Saca el móvil para mostrarme los mensajes repletos de amenazas que le escriben ciudadanos marroquíes; unos son pura palabrería pero otros le hacen ponerse la mascarilla. Varias veces le escriben lo que él denomina “agentes marroquíes” que le envían escuetos mensajes indicándole dónde y con quién ha estado en días aleatorios, incluso señalándole el color de la ropa que llevaba alguna amiga. No duda de que “hay muchos agentes marroquíes en España que están bien enterados de lo que sucede en los organismos del Estado” (al fin y al cabo, somos naciones vecinas y en nuestro país viven 870.000 súbditos de Mohammed IV con los papeles en regla, más que la población de la ciudad de Valencia) y entre los mensajes que recibe y lo innegable de lo obvio, y más aún viendo los últimos movimientos del Gobierno de Pedro Sánchez, Taleb se pone la mascarilla por su seguridad física, aunque menos preocupado por su seguridad viral.
Y cuando nos despedimos tras la conversación, el saharaui se pone la mascarilla y se transforma con las mejillas tapadas. En apariencia deja de existir para confundirse en la marea de Madrid. Deja de existir y su nombre desaparece, quedando de él nada más que los ojos tergiversados por las difíciles vivencias de su pueblo. La mirada del joven activista transmuta antes de irse en arena, en un rebaño de dromedarios, en un pozo del desierto. En la hospitalidad de la jaima a la que acuden los sedientos, deseosos de probar el té que les sirvan. Todo este vaivén de aromas y tradiciones desaparece tras una esquina de la ciudad gris, hasta que llegue nuestro próximo encuentro. Desaparece en cierta medida pero aún merece la pena recordar que hoy, mañana y pasado, Taleb existe, él y sus hermanos existen y luchan a diario por los derechos mutilados del Sáhara.
Para vergüenza de muchos españoles.
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