Elecciones en Brasil
Lula y Bolsonaro llevan el pulso electoral a las iglesias
En la recta final de la campaña, el petista se «disfraza» de evangélico y el ex militar intenta atraer a los católicos
«Si por acaso hubiese aquí petistas, en nombre de Jesucristo, que salgan de esta Iglesia de diez en diez para no tumultuar (…) porque no hay ningún PT, ninguna izquierda, ningún Lula, capaz de romper aquello que Dios construyó». Discursos políticos como este, de un pastor evangelista en Osasco, el quinto municipio más poblado de Sao Paulo, han sido frecuentes durante esta campaña electoral en los templos brasileños. Más en los evangelistas que en los católicos, aunque la contienda que concluye este domingo ha politizado esta vez las parroquias como nunca. Hasta el punto de que Luiz Inacio Lula da Silva, católico más bien poco practicante, envió una carta a los evangelistas abrazando el discurso de «Dios y Familia», en tanto que el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, visitó capillas y se reunió con fieles y padres de la religión opuesta. Hasta el obispo de Sao Paulo tuvo que dar explicaciones sobre el color rojo de su sotana, para no ser tildado de «lulista».
Brasil es un país creyente hasta el infinito. De mayoría católica, la presencia de Iglesias evangélicas es cada vez mayor, en una proporción 70 a 30, pero con tendencia a cambiar de tal manera que se calcula que en 2032 los segundos serán mayoría en el país. En una calle cualquiera de los barrios periféricos paulistas, es fácil tropezarse con varias «Assambleia de Deus», locales sencillos de esta fe cristiana particularmente atractiva para las personas con menos recursos, simples naves transformadas en lugar de culto donde se reza y canta, pero también se llora, grita o incluso aplaude a unos pastores que son a veces auténticos oradores políticos, pues nombran candidatos, piden apoyo electoral a sus fieles e incluso amenazan con castigos divinos a quienes no les hacen caso. Hasta el extremo de soltar barbaridades del tipo «mandaría quemar a los que no nos voten».
Bolsonaro es evangelista de honda raíz y su esposa mucho más. En esta campaña, Michelle Bolsonaro se definió como «sierva del Señor» y se ha dedicado casi en exclusiva a visitar iglesias, orando y hasta llorando en ellas, o bien trasladando mensajes como «el Palacio de Planalto no puede volver a ser la casa del demonio». De satanás también han hablado los petistas, atribuyendo a Bolsonaro creencias masónicas, que aquí son inevitablemente vinculadas con belcebú. Puede parecer increíble, pero así es Brasil. La religión fluye tanto por las venas de las personas, que hasta Lula se ha rodeado de curas, monjas y frailes para orar y recibir bendiciones. Cualquier cosa con tal de alejar la imagen de ateo que los pastores bolsonaristas le atribuyen. El ex presidente ha llegado a enviar una carta a los evangélicos pidiéndoles el voto, abrazando el concepto de familia tradicional y renegando del aborto, en cuya defensa en el pasado se comprometió.
Bolsonaro lo tiene más fácil en los púlpitos evangélicos. «Vamos como cristianos a votar a nuestro Mesías», proclaman quienes le consideran el «candidato del Bien», apoyado por no menos del 51% de los seguidores de esta fe. En las listas del ex capitán figuran habitualmente numerosos pastores, que constituyen la denominada «bancada de Biblia», con 85 diputados y siete senadores en 2019.
«Brasil por encima de todo, Dios por encima de todo», es la frase con la que Jair Mesias abre y cierra sus discursos. «Biblia, bala y buey» (religión, armas y agronegocio), las tres «b» sobre las que se construye el universo bolsonarista. Pero religión a toda costa, incluso más allá del evangelismo. El actual presidente ha visitado en esta campaña numerosas iglesias católicas, se ha reunido con los fieles, y hasta se plantó en carne mortal en la Basílica de Nuestra Señora Aparecida, Patrona de Brasil, con el Santuario abarrotado, lo que alteró los cultos, provocó gritos y peleas.
Tal es la politización, que ha surgido el denominado «movimento dos desigrejados», integrado por personas que dejaron de acudir a las iglesias por la violencia verbal de unos predicadores a los que acusan de usar la religión para asustar al electorado brasileño.
«Si no obedeces y no votas al político que te dicen, eres perseguido dentro del propio templo por los demás fieles y por los propios pastores, que transmiten con claridad el mensaje de que no eres un buen cristiano si no apoyas al político que te decimos», comenta decepcionado Nei de Moraes, «desigrejado» disidente a quien incluso obligaron a llevar un comprobante de haber apoyado al candidato correcto. Solo que constituyen una inmensa minoría, pues la mayor parte de los evangélicos soporta bien la presión política y hasta se identifica con ella.
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