Elecciones
Casi 157 millones de brasileños acuden a las urnas con la nariz tapada para elegir entre Bolsonaro o Lula
Los votantes, compelidos a elegir entre lo malo y lo peor: un ex presidiario acusado de corrupción frente a un ex militar vocinglero y populista
Las urnas están colocadas. Casi 157 millones de brasileños son llamados a votar hoy en este gigante demográfico y territorial, con 213 millones de habitantes y la primera economía de América Latina, segunda del continente tras EE.UU. O es Lula o es Bolsonaro. Ya no hay otra. Las encuestas, en proporción 49 a 44, dicen que ganará el candidato de la izquierda. Los bolsonaristas afirman que los sondeos fallaron en la primera vuelta y en las anteriores presidenciales, y que ahora volverá a ocurrir. Buena parte de los electores tiene las ideas claras.
Son los convencidos. Pero casi 50 millones no lo están. Ellos decidirán a la postre el resultado final de estos comicios, acercándose a los colegios con la nariz tapada, obligados a elegir entre lo malo y lo peor. Entre un ex presidiario condenado por delitos de corrupción y un militar populista ultramontano que habla demasiado.
Anoche, en el último debate, ambos se intercambiaron insultos: farsante, mentiroso; abortista, agresor; presidiario, negacionista; ladrón, genocida. Bolsonaro pegó con la corrupción (“le condenaron tres veces, le absolvieron sus amigos”), Lula devolvió con la pandemia ( “millones de muertos por su culpa”). Y así casi tres horas infinitas.
Dice Marcelo Godoy que estamos ante unas elecciones a la contra: antilulismo contra antibolsonarismo. No le falta razón. Muchos brasileños van a votar con las vísceras. Odian unos a Lula tanto como otros a Bolsonaro. Por ejemplo, Sergio Moro, el juez-garzón de Curitiba que llevó al jefe del PT a la cárcel y acabó a tortazos con Bolsonaro cuando éste le dio una cartera ministerial. Moro detesta al capitán, pero más aún a Lula, lo que le ha llevado a hacer campaña en favor de su enemigo. En el otro lado, Marina Silva. Ex ministra de Lula enfrentada a su jefe, le apoya ahora para impedir que Brasil siga comandado por un populista evangelista partidario de las armas y la familia tradicional.
Nadie se salva en esta guerra. Todo el mundo debe decantarse. El país partido en dos y el mundo y América expectantes. Si cae Bolsonaro, Sudamérica casi entera estará teñida de rojo. Biden prefiere a Lula, como Sánchez y Europa. Putin declaró a Folha que su relación “es buena tanto con uno como con otro: Brasil seguirá siendo nuestro socio principal en la región”. Pero en campaña ninguno quiso mostrar la menor simpatía hacia el autócrata. Una campaña que ha sido peor de lo que cuentan las crónicas. Ha habido tiros, granadas, insultos. Se han llamado entre sí ladrones, prostitutos y vagabundos. A Guedes, el ultraliberal ministro de economía de Bolsonaro, se le escapó una frase: “Nosotros robamos menos”. Waldo Freire, el taxista que me lleva y me trae por Sao Paulo, agobiante ciudad con 22 millones de almas, abunda en el tema: “Aquí elegimos entre “un ladrao e outro ladrao”.
Los “bolsos”, con la bandera “verde-amarela” y el 22 de su líder a cuestas, llaman a Lula corrupto por haber sido condenado y encarcelado, y por representar los sucesivos escándalos petistas, del mensalao al petrolao pasando por los sobornos de Odebrecht y el Lava-Jato. Los “lulos” van de rojo y tildan de “asesino” a Bolsonaro por la gestión de la pandemia y su pasión por las carabinas.
La campaña que ayer concluyó ha dejado claro una cosa. El ex militar tiene millones y millones de seguidores en la calle y en las redes, pero está solo frente a los poderes fácticos de Brasil. Su enfrentamiento con los medios no tiene retorno. Le llaman de todo sin compasión alguna. También él a ellos. Aunque su principal enemigo ha sido y es el STF, el Supremo Tribunal Federal, que ha gobernado el país en los últimos cuatro años. Ganó Bolsonaro, pero todas sus iniciativas relevantes fueron tumbadas por el STF. De orientación petista (la inmensa mayoría de sus magistrados fueron designados por el ex presidente), anuló las condenas que sirvieron para excarcelar a Lula y permitir de nuevo su candidatura a la Presidencia de la República.
El STF cambió las medidas anti-confinamientos, las políticas sobre vacunas, las políticas ambientales y culturales, y en plena campaña decretó a través de su sucursal electoral, el TSE, la censura previa a las redes sociales, mayoritariamente bolsonaristas. Dice Willian Waack que el STF se ha propuesto “destruir a Bolsonaro”, lo que “confirma la existencia de una dictadura judicial así percibida por un 42 por ciento del electorado”, según una encuesta de Atlas Intel. Opinan Gabriela Prioli y Luiza Oliver, por el contrario, que gracias al STF “se frenan los excesos autoritarios del presidente”.
Es cierto que la división de poderes en Brasil existe. El Legislativo controla al Ejecutivo y a ambos el Judicial. Otra cosa es su perfección. Si hoy gana Lula, como parece, su contrapeso estará en el Parlamento, donde la minoría mayoritaria es del PL, el partido del capitán.
También hoy se sabrá el camino que tomará la economía del país, dependiendo de si gana Lula o Bolsonaro.
Si es el primero, el coloso latino dará un cambio de rumbo total, abandonado el liberalismo del ministro Guedes. El programa económico de Lula está en el mismo registro que la mayor parte de las naciones de Hispanoamérica donde ha vencido la izquierda.
Más Estado, más inversión pública, más empresas públicas, eliminar el techo de gasto, suspender las privatizaciones, impuestos para los ricos y ayudas para los pobres. Cierto que Lula se caracterizó en anteriores mandatos por una gestión más socialdemócrata que izquierdista radical, y en ese sentido intentará atraer de nuevo la inversión extranjera como ya hiciera en el pasado. Una inversión que con Bolsonaro ha disminuido, en parte como consecuencia de la pandemia, en parte por su polémica imagen.
La gestión de Bolsonaro quedó muy lastrada por la COVID y las continuas disputas del ex militar con sus adversarios y con la Prensa. Aun así, ha sorteado la crisis mejor que el resto de LATAM e incluso que Europa.
Su inflación está en el 7,2, el desempleo ha caído al 9,1, la deuda se ha reducido al 78,5 por ciento del PIB y el déficit es del 3,5 (llegó al 14). Pero resaltan los medios lulistas que suben el índice de pobreza y la desigualdad. La inflación y la incertidumbre global marcarán, en cualquier caso, la gestión económica de quien gane hoy en Brasil.
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