Terrorismo

60.000 yihadistas en Europa, un "ejército en la sombra"

En 2017, la cifra de los muy peligrosos era de unos 5.000, en la actualidad superior

Agentes de la Policía Nacional francesa, en las puertas del instituto de Arras donde ha tenido lugar el atentado
Agentes de la Policía Nacional francesa, en las puertas del instituto de Arras donde ha tenido lugar el atentadoAfp

Son miles los potenciales terroristas yihadistas que viven en Europa, unos 50.000 en 2017, por lo que la cifra debe ser sensiblemente mayor en la actualidad, de los cuales 5.000 eran considerados altamente peligrosos. Un auténtico “ejército” en la sombra. Los motivos por los que pueden entrar en acción son diversos y casi siempre derivan de las consignas que reciben, algunas de ellas personalizadas, a través de un “dinamizador”.

La propaganda que consumen a diario está cuidadosamente diseñada para transmitirles que viven en el seno de sociedades corrompidas, que no les aceptan, lo que no les debe preocupar porque pertenecen a una clase superior y con una religión llamada a dominar el mundo. Se trata de un panorama preocupante para Europa que sólo despierta cuando se produce un atentado. Mientras, el problema, creciente, se ve como algo lejano que afecta a seres que están a miles de kilómetros y que son asesinados por el siemple hecho de ser cristianos.

En el reciente atentado de Bruselas se ha dado un hecho preocupante, que demuestra que ha sido dirigido por el Estado Islámico y que es copia del perpetrado por otro yihadista el 2 de noviembre de 2020 en Viena. Ambos llevaban armas de fuego y grabaron previamente mensajes, tal y como ordenan en Daesh.

Era la crónica de un crimen anunciado, ya que, después de la quema de ejemplares del Corán en Suecia, los ciudadanos y los intereses de este país en el mundo eran objetivos yihadistas. En este caso, aficionados que acudían a ver el partido que enfrentaba a su selección con la de Bélgica.

En el caso de Arras, en Francia, en el tercer aniversario del asesinato de otro profesor, Samuel Paty, después de una vil y engañosa campaña urdida por padres de alumnos musulmanes, la motivación podría atribuirse al fenómeno de imitación al terror que han producido los ataques de Hamas en Israel.

Sea por un motivo o por otro, vivimos en un mundo con una guerra irregular latente que, por lo visto, los ciudadanos occidentales están dispuestos a asumir como un mal más de nuestros tiempos. Muchos se rieron del presiente Bush cuando dijo que su país estaba en guerra tras el 11-S, la misma que pronunció el presidente Hollande tras las acciones criminales de París en 2015. Es terrible que se tenga que llegar a estas situaciones para que se interiorice el peligro ante el que estamos. Por cierto, que el autor del atentado de Bruselas, al igual de lo ocurrido en Francia, se había colado entre inmigrantes ilegales, en este caso desembarcó en la isla italiana de Lampedusa en 2011, a bordo de una pequeña embarcación. Situada en el mar Mediterráneo, es un punto de entrada frecuente para los inmigrantes que buscan llegar a Europa. Tras permanecer en Italia, partió hacia Suecia, donde cumplió condena y fue expulsado.

Atacar al yihadismo no es atacar a los musulmanes ni a la religión que practican pacíficamente millones de personas en todo el mundo. Sino tratar de combatir una forma de criminalidad extrema para lo que es necesaria la colaboración ciudadana. Hablar de 50.000 o más potenciales terroristas es sencillo para los responsables europeos; lo importante es localizarlos, porque están entre nosotros; detenerlos; llevarlos a juicio y, cuando cumplan condena, expulsarlos de Europa, no sólo a ellos sino a todos los elementos de su entorno cuya radicalización esté demostrada.

Hasta que los terroristas no se convenzan de que la sociedad occidental, pese a los buenismos y los equidistantes –ejemplos recientes tenemos en España-- está dispuesta a vencerlos, con la ciudadanía al frente, esta particular guerra está perdida. El ejercicio de la autoridad, desde las bases de los estados democráticos, no puede estar limitada por esos sectores a los que asusta precisamente la autoridad, porque las sociedades que pretenden implantar están ajenas a los valores tradicionales que han configurado durante siglos Europa.