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AfD se consolida en cabeza de las encuestas en Alemania, mientras crecen las dudas sobre la Gran Coalición
La polémica de Merz sobre si la inmigración supone un «problema en el paisaje urbano» da oxígeno a la ultraderecha

Alemania asiste a un cambio político que inquieta a todos los partidos tradicionales. Los ultras de Alternativa para Alemania (AfD) no dejan de escalar en las encuestas y alcanzan ya cifras inéditas desde su fundación en 2013. Según los últimos sondeos, la formación de Alice Weidel y Tino Chrupalla se sitúa en torno al 25% de la intención de voto a nivel federal, por delante incluso de la Unión Cristianademócrata (CDU) del canciller Friedrich Merz. En algunos Estados del este, como Sajonia o Mecklemburgo-Pomerania Occidental, la formación populista roza o incluso supera el 40%, consolidando su dominio en una región que se siente cada vez más desconectada de la política de Berlín.
La ola ultraderechista no es nueva, pero el salto cualitativo de las últimas semanas ha encendido las alarmas en la Cancillería y en la socialdemocracia. La CDU y el Partido Socialdemócrata (SPD) han iniciado una reflexión forzada sobre cómo responder a un malestar que se traduce en desconfianza hacia las instituciones, temor al deterioro económico y rechazo a la inmigración. La reciente polémica en torno a las declaraciones de Merz sobre el «Stadtbild», la «imagen de las ciudades», ha terminado por situar el debate migratorio en el centro del escenario político. La semana pasada el canciller aseguró que «el aspecto de las ciudades» había cambiado de una manera que generaba inseguridad, especialmente «entre las hijas de las familias alemanas». La frase desató una tormenta política, con manifestaciones en varias ciudades y denuncias por incitación al odio, pero también obtuvo respaldo. Según una encuesta de la televisión pública ZDF, un 63% de los alemanes consideró que las palabras del canciller eran «adecuadas» o «comprensibles». Merz trató de matizar después su postura y explicó que se refería a quienes no tienen derecho de residencia ni voluntad de integrarse, pero el daño ya estaba hecho y en el intento de marcar distancia con la AfD, el líder conservador terminó alimentando el discurso del miedo que la extrema derecha alemana ha explotado con éxito desde hace años.

Para la AfD, la polémica fue un regalo. Alice Weidel, su copresidenta, celebró la encuesta que la sitúa como primera fuerza en Alemania con un mensaje claro: «Los ciudadanos quieren un cambio político y no más coaliciones de siempre entre la CDU y el SPD». Weidel sabe que el discurso migratorio y la sensación de pérdida de control son los motores más poderosos del resentimiento político. Bajo su liderazgo, el partido ha logrado proyectar una imagen de cohesión y profesionalización, reforzando su presencia en redes sociales y tejiendo contactos internacionales con figuras próximas a Donald Trump. Asimismo, el crecimiento de la AfD se apoya también en una crisis de confianza generalizada. Apenas un tercio de los alemanes confía en estos momentos en las instituciones del Estado, según un estudio del sindicato de funcionarios públicos. La inflación, el encarecimiento de la vivienda y la percepción de que los salarios no compensan el esfuerzo alimentan el desencanto. En este clima, la política migratoria se ha convertido en el espejo donde confluyen todos los temores: desde la precariedad hasta la inseguridad cotidiana. «La migración se ha transformado en una superficie de proyección para todo lo que no funciona», advirtió Dennis Radtke, dirigente del ala social de la CDU.
El SPD comparte la preocupación. Su diputado Ralf Stegner alertó de que un eventual triunfo de la AfD en unos comicios regionales o su entrada en un Gobierno federal supondría «un daño irreparable al fundamento de la democracia alemana». Desde el Gobierno se confía en que una mejora económica pueda revertir la tendencia, pero las medidas aún no se perciben. «No debemos quedarnos paralizados mirando las encuestas», advirtió el portavoz económico de los socialdemócratas, Sebastian Roloff, quien instó a centrarse en reactivar el crecimiento y recuperar la confianza de los trabajadores. Mientras tanto, el discurso de la derecha tradicional se mueve en una cuerda cada vez más fina. Parte de la CDU teme que Merz haya abierto una brecha en el partido y algunos dirigentes, como el primer ministro de Schleswig-Holstein, Daniel Günther, defendieron que la sensación de inseguridad es real y debe abordarse sin tabúes. Otros, en cambio, lo acusan de haber normalizado la retórica de la extrema derecha. «Como canciller, debería tener una responsabilidad especial por la cohesión social y la cultura del debate», reprochó el diputado conservador Dennis Radtke.
Los analistas coinciden en que la AfD se beneficia del mismo dilema que devora a la CDU: la frontera entre la preocupación legítima y la estigmatización política es difusa.
Mientras tanto, el país se enfrenta a un espejo incómodo donde la promesa de estabilidad que definió durante décadas a su sistema político parece resquebrajarse y la pugna por el discurso sobre identidad y seguridad revela la fragilidad de los consensos democráticos. Entre el miedo a perder votantes y la tentación de imitarlos, la derecha alemana busca un rumbo que no termina de encontrar. La ultraderecha, mientras tanto, capitaliza el malestar y se consolida como el nuevo eje del descontento nacional.
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