Siria
Atrapados en un crucero de lujo antes de saltar a Europa
LA RAZÓN recorre con un refugiado sirio el «Eleftheros Venizelos», el barco donde el Gobierno griego alberga a 1.500 compatriotas llegados a la isla de Kos
Amarrado en el puerto de Kos, el ferry «Eleftheros Venizelos» ya se conoce en la isla como el «hotel para inmigrantes». Hemos podido acceder a su interior haciéndonos pasar por sirios, la única nacionalidad que tiene permitida la entrada. El Gobierno heleno y las autoridades han negado el paso a los periodistas para evitar que muestren las ventajosas condiciones de vida de los cerca de 1.500 refugiados que acoge.
Zahi Ahmadi, el hombre con el que entramos, nos explica que reciben dos platos al día en el comedor del hotel. Aunque las raciones consisten de «algunas tostadas, arroz y vegetales», ya es mucho más de lo que consiguen los 3.000 inmigrantes –iraquíes, afganos, iraníes y paquistaníes– que deambulan por la isla y duermen en playas y parques. En el barco algunas familias duermen en los camerinos, mientras que el resto lo hace en las diferentes salas, donde hay sobrado espacio para todos los «nuevos huéspedes». Lo que antes era una discoteca, ahora se ha convertido en un dormitorio. Nadie diría, sin embargo, que se trata de un improvisado campo de refugiados, sino más bien de un crucero corriente.
La mayoría de sirios que llegan estos últimos meses pertenecen a una clase media que ya no ha podido soportar más tiempo las consecuencias de cuatro años de guerra, especialmente después de la llegada del autodenominado Estado Islámico. Es el caso de Zahi, propietario de un restaurante en Alepo. «El problema no es que dejase de tener clientes, porque aún me quedaban ahorros, sino el peligro que corría en la ciudad. Ya no tienes elección: o eres de un bando o de otro, pero ya no hay lugar para los neutrales que se niegan a combatir», explica. Este hombre de 43 años escapó de Siria junto a su mujer y sus dos hijos: Lolia, de tres años, y Taim, de dos.
Lolia duerme en uno de los sofás del hall, Taim sigue a su padre a todas partes. Ahora se sienten «tranquilos» después de un viaje en el que arriesgaron su vida. Para cruzar la frontera con Turquía tuvieron que «arrastrarse por el suelo casi un kilómetro» para no ser descubiertos. Luego partieron de Bodrum –ciudad turca a 15 kilómetros de Kos– para coger una balsa hasta Grecia. «Estuvimos cinco horas en alta mar», narra Zahi, quien prefirió «esperar a que hubiese una embarcación en condiciones para no poner en peligro» a su familia. De su hombro cuelga un pequeño bolso donde guarda los pasaportes de su mujer e hijos, que saca con orgullo para mostrar sus caras.
Cuando vamos a dar una vuelta para comprobar la situación a bordo, Zahi advierte de que «no debemos hablar en inglés» para evitar ser descubiertos por el resto. En los descansillos se agolpan decenas de sirios buscando su nombre en una lista. Algunos optan por alzar sus móviles y sacar una foto al papel colgado en la pared y sortear así la aglomeración. En esas listas Zahi cuenta que aparecen los nombres de las familias que obtendrán ese día el permiso de tres meses necesario para poder abandonar la isla. «A nosotros todavía nos quedan dos o tres días, ya que entramos justo ayer», afirma. Una vez en la lista pasan a recoger sus papeles por la sala regentada por miembros del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), donde se forma una inmensa cola. Es después de ese trámite cuando podrán tomar un ferry corriente y partir hacia Atenas, su próximo destino, pero no el último, porque prácticamente todos pretenden desplazarse hasta los países del norte de Europa.
Zahi ha escogido Alemania, sin motivo alguno. «No tengo ni familia ni conocidos allí, pero es lo más fácil. Para ir hasta Suecia o Noruega, por ejemplo, hay que pasar igualmente por Alemania», argumenta.
En el «Eleftheros Venizelos» se realizan las tareas de entrega de comida y registros que, según la normativa comunitaria, deberían garantizar los centros de acogida, una infraestructura inexistente en la isla de Kos, como tampoco cuentan con el suficiente personal para atender la llegada diaria de 200 inmigrantes. Por ese motivo, Acnur y algunas ONG se han trasladado a la zona para colaborar en las tareas de recepción, algo que ha agilizado la salida de sirios de la isla.
La embarcación podría considerarse un «centro de refugiados flotante» si no fuese por un detalle: la falta de asistencia sanitaria, también obligatoria según las leyes de asilo europeas. Al propio Zahi lo encontramos cojeando en una de las entradas al puerto, custodiada por la Policía. Mientras entraba ayer al barco con su hijo en brazos resbaló y parece tener un esguince. Relata que se ha pasado la mañana buscando sin éxito un doctor en la isla. Los inmigrantes no pueden acceder a la sanidad helena, y los voluntarios no dan abasto. La jefa de comunicación de Médicos Sin Fronteras (MSF), Ioulia Kourafa, señala que su organización ha enviado dos doctores y dos enfermeros, «efectivos insuficientes por la gravedad de la situación, que podría agravarse en los próximos días si los recién llegados siguen malcomiendo y durmiendo en la calle».
En la isla, Zahi y su familia son los «afortunados» –a pesar de venir de una guerra– por poder acceder al barco y vivir dignamente. «Estamos muy felices y sobre todo tranquilos de estar protegidos», afirma. Esa alegría, sin embargo, se ve empañada por varias razones. Zahi sufre «día y noche» porque sus padres y primos todavía están en Alepo, por eso prefiere no aparecer en ninguna foto para evitar así posibles repercusiones del régimen. El otro motivo que le preocupa es haberse convertido en un número. En su bolso, junto con los pasaportes, guarda unos pedazos escritos en bolígrafo azul con la fecha de entrada al barco –18/08/15– y abajo «A64». Ése es su número. El de su mujer, Amina, es el «A65», Lolia tiene el «A66» y Taim el «A67». Los papeles escritos a mano podrían falsificarse fácilmente, pero para Zahi ahora mismo son un tesoro. Una recompensa después de haberse jugado la vida para alcanzar suelo griego y sobre todo un aviso de que en Europa son «inmigrantes antes que personas». Eso lo percibe de inmediato cuando da una vuelta por la ciudad y en algunos restaurantes, a pesar de tener dinero para pagar, no le dejan sentarse.
Tensión en los muelles de Kos
Los centenares de inmigrantes que no pueden acceder al «Eleftheros Venizelos» pierden la paciencia tras más de tres semanas durmiendo en las calles. Esa tensión se nota sobre todo en frente de la comisaría, cuando los agentes abren las verjas a las familias sirias para entregarles el permiso de entrada al barco. Justo frente a los afganos, pakistaníes –los más numerosos–, iraníes e iraquíes protestan por lo que consideran «discriminación», como indica Abdul, de Islamabad. Junto a él varios compatriotas gritan «¡Pakistán!». A su lado, un grupo de afganos, admiten resignados que «sabemos que seremos los últimos en salir».
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