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Bienvenido a Alqaedistán

La Razón
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«Cuando me tocó el turno, me vendaron los ojos», dice el ladrón. «De pronto sentí un dolor inenarrable en mi mano derecha. Acababan de amputarme la mano». Estamos en Gao, capital en tiempos de un imperio y más tarde, un municipio glorificado, y hoy una ciudad gobernada por conquistadores islamistas. Gao se ha convertido en un lugar en el que a los ladrones se les cortan las manos, las mujeres son obligadas a llevar el «hiyab» y las parejas no casadas son lapidadas.

En África, las fronteras son un espejismo. Obstáculos de papel que no se ven desde el aire ni los caminos por los que miles de grupos étnicos con sueños de gloria se mueven, luchan y se enfrentan, hasta que corre la sangre. Los tuaregs eran uno. Como muchos otros, querían su propio país. Como muchos otros, eran una minoría agraviada y perseguida por la mayoría. Como muchos otros, encontraron patrones en el vecindario dispuestos a darles el dinero y la protección a cambio de más enfrentamientos. Cuando su levantamiento fracasó, aparecieron en la Libia de Gadafi. Y cuando el coronel desapareció, las milicias cogieron sus armas y se fueron a fundar su Estado en Mali.

Al Qaeda tiene hoy su propio «Alqaedistán» en Mali. Al Qaeda comenzó en África su verdadera guerra contra Occidente. El continente que oscila entre una mayoría cristiana y una mayoría musulmana es al colonialismo islámico del siglo XXI lo que el colonialismo europeo del siglo XIX. Pero los colonos musulmanes llegaron antes, con cargamentos de esclavos que vender en los mercados de Gao.

Los tuaregs son de los pocos en Mali que siguen teniendo esclavos, pero ahora que los islamistas se han hecho con Mali, no está claro quién es esclavo y quién es amo. Muchos de los islamistas que circulan por Gao son extranjeros procedentes del norte de África y de más lejos, salafistas y mercenarios atraídos por el dinero que sale del Golfo Pérsico. Alrededor del núcleo duro de los estudiantes coránicos, hay una capa de psicópatas, asesinos, drogadictos, jóvenes que buscan aventuras, y un grupo lo bastante organizado para alimentarles y proporcionarles un espacio en un brillante emirato en el que las mujeres no tendrán derechos y sus armas serán la única ley que contará. Ése es el verdadero aspecto de Al Qaeda. Un grupo de sádicos que construye su fortaleza en las colinas y lucha por un nuevo reino.

Obama derrocó a Gadafi sin pensar ni preocuparse por las consecuencias. Un Alqaedastán en Mali ha sido una de las consecuencias. Las armas libias que han ido al este y oeste transportadas por viejas milicias en busca de nuevas batallas son otra. Los arsenales de Gadafi ahora están en Gaza y en Alepo, dentro de poco estarán en Afganistán, y decenas de miles más perderán la vida. Mali sigue estando bajo un embargo, pero Al Qaeda no respeta los embargos.

Bush intervino cuando Al Qaeda intentó hacerse con Somalia, pero cuando llegó a Mali, Obama había salido a comer. La Unión Africana lucha por montar una fuerza de combate con la que recuperar el país, pero no recibe ninguna ayuda de EE UU. A diferencia de Europa, Obama se ha negado a enviar instructores a ayudar al Gobierno de Mali a reconstruir su Ejército. Y las noticias que salen del Departamento de Estado son las noticias a las que se han acostumbrado los talibanes. «Hay que celebrar negociaciones antes, durante y después», cita a un diplomático norteamericano la revista «Time». Como en Afganistán o Egipto, Obama sigue buscando islamistas moderados. Las negociaciones con los talibanes no han llegado lejos, pero Obama está encantado de perder años negociando en Mali con Ansar Al Dine, mientras las menores crecen en cárceles de tela bajo la dictadura de los nuevos talibanes africanos.

Las mujeres de Mali piden ayuda. Obama quiere elecciones antes. Mali está lleno de líderes de Al Qaeda con móviles, pero no hay ningún vehículo no tripulado para ir a por ellos. El mismo caballero que entró impaciente en Libia, desatando el caos y un baño de sangre que salpicó las paredes de la misión diplomática en Bengasi y la plaza en Gao está jugando a un juego de retrasos cuando hablamos de detener a los islamistas. «He dicho a mis amigas que tenemos que tener la valentía de manifestarnos tapadas para protestar contra todo esto. Pero tenemos miedo», dice una mujer. Obama no tiene tanto valor. Mientras se entrenan niños soldado, se construyen fortalezas y las menores son convertidas en esclavas, el caballero responsable de esta aberración tiene que posar para las cámaras.