Centroamérica
El buen doctor, la medicina amarga y otras metáforas en la «coronación» de Bukele
El presidente de El Salvador defendió su «guerra contra las pandillas» y esbozó el gran objetivo de su segundo mandato: la economía
Las leyes en Centroamérica todavía reflejan el trauma provocado por las dictaduras militares del siglo pasado. La Constitución de El Salvador prohíbe la reelección presidencial hasta en seis artículos diferentes para evitar la concentración del poder en manos de una sola persona. Pero eso es lo que ha acabado haciendo Nayib Bukele a lomos de unos índices de popularidad sin precedentes, inasequibles para cualquier líder político. El mandatario salvadoreño, a quien se le atribuye la desarticulación de las pandillas que asfixiaron durante décadas al país con la detención –en muchos casos arbitraria– de 74.000 personas y el mantenimiento del estado de excepción –que suspende los derechos constitucionales–, fue reelegido el pasado mes de febrero con más del 85% de los votos para un segundo mandato de cinco años. Su proceso de reelección estuvo plagado de irregularidades, pero contó con el respaldo mayoritario de la sociedad salvadoreña expresado en las urnas.
Cuatro meses después de los comicios, impugnados por parte de algunos observadores internacionales a cuenta de los fallos ocurridos durante el escrutinio y la transmisión de datos para los resultados oficiales, un Bukele sin complejos ha celebrado este sábado su ceremonia de investidura con tintes de coronación en el Palacio Nacional de San Salvador. El rey Felipe VI acudió en solitario a la cita. Otros mandatarios latinoamericanos, como el argentino Javier Milei o el ecuatoriano Daniel Noboa, también desfilaron por la alfombra roja del Palacio Nacional. Donald Trump Jr., primogénito del expresidente de Estados Unidos, fue otro de los invitados.
El último en subir la escalinata de la residencia presidencial fue Bukele, que lo hizo acompañado por su esposa, Gabriela Rodríguez. Cambió su gorra hacia atrás y sobrecamisa azul por un traje al estilo prócer latinoamericano. En el interior del edificio aguardaban los representantes políticos y las grandes personalidades del Estado. Fuera, frente al Palacio Nacional, cientos de personas, algunas sentadas y la mayoría de pie, esperaban el discurso de Bukele mientras ondeaban banderas salvadoreñas y carteles con su imagen impresa.
Minutos después, ya enfundado con la banda presidencial, el presidente salvadoreño apareció en el balcón acompañado de su esposa e hija para presumir de los logros de su primer mandato. Dijo Bukele que El Salvador se había convertido en el país más seguro del mundo occidental gracias a su guerra contra las pandillas y al estado de excepción. Habló de tomar «medicina amarga» y volvió a utilizar una analogía ya habitual, la de un un doctor que cura a un paciente. Él es el doctor, y El Salvador es el paciente. Tampoco faltaron las referencias bíblicas –«por sus frutos lo conoceréis», dijo Bukele sobre sí mismo–. Inauguró además el gran objetivo de su segundo mandato: la economía. Y pidió al pueblo salvadoreño «que vuelva a defender a capa y espada las decisiones que se tomen», en la línea que ha seguido hasta la fecha.
En los países vecinos se han dado casos de reelección presidencial pese a contar con las mismas restricciones constitucionales. El Salvador sigue así los pasos de Honduras y Nicaragua; y Bukele recorre la senda que ya han transitado antes que él el hondureño Juan Orlando Hernández, hoy condenado en Estados Unidos por tres delitos de narcotráfico y uso de armas de fuego, y el nicaragüense Daniel Ortega, el histórico líder revolucionario devenido en dictador. Hay que remontarse casi un siglo atrás para encontrar el último episodio de reelección presidencial en la historia de El Salvador. Lo protagonizó el general Maximiliano Hernández Martínez, que instauró un periodo dictatorial conocido como el Martinato que duró casi 14 años.
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