Estados Unidos
Desde Nueva York: Ser un paria en EE UU
Carolina perdió un buen empleo y después el visado. Ahora limpia habitaciones porque no puede conseguir un trabajo «legal»
Carolina –prefiere no revelar su apellido– pensaba que le iba a resultar sencillo encontrar trabajo cuando se enfrentó a sus jefes en un organismo internacional de Washington en el que trabajaba. Como todos los empleados extranjeros que tienen visado en Estados Unidos, intentaba no crear problemas, sobre todo cuando se acercaba el momento de renovarlo. En cambio, en esa ocasión decidió plantar cara a sus superiores. Y le pasó lo que le habían advertido sus amigos: se quedó en la calle. Pero eso no fue lo peor. Al perder su empleo, le cancelaron el visado vinculado a él. Y en ese momento empezó a formar parte de los alrededor de once millones de personas que viven en la sombra en EE UU. Adiós a su nivel de vida; a sus amistades con diplomáticos; a sus relaciones con los profesores universitarios; a sus compras. Poco a poco le dieron la espalda cuando se supo que se había quedado sin trabajo. Ni siquiera le preguntaban por su situación migratoria. Todos sabían que era una nueva indocumentada.
Entonces Washington se empezó a quedar pequeño. No tenía ningún sitio al que ir. Y llegó el momento en el que se tuvo que cambiar de apartamento por no poder pagar el que tenía. A medida que su tamaño se reducía, todo se hacía más caro. Carolina tuvo varias entrevistas de trabajo. Todo eran sonrisas cuando veían su currículum. Pero éstas se tornaban en una mueca cuando averiguaban su situación migratoria, que por ley no se debe preguntar en una entrevista laboral. Pero, ¿qué podía hacer ella? ¿Denunciarles a Inmigración cuando ella está en una situación irregular?
Entonces «decidí cambiarme de ciudad. Nueva York es más amable con los inmigrantes. Aquí se gana más dinero. Cobro 25 dólares la hora limpiando casas, pero nadie me quiere ayudar. A veces me dan ganas de pedirles algo para salir de esta situación, pero nadie quiere entablar relación en Manhattan con la persona que les limpia el baño», reflexiona Carolina, a la que incluso su ex novio extorsionó después de averiguar que no tenía papeles. «Le tuve que pagar 5.000 dólares porque me amenazó con denunciarme a Inmigración. Ahora tengo mucho miedo. Con Obama tenía esperanza. No sé lo que va a pasar ahora con Trump».
Porque si por algo están frustrados los millones de inmigrantes que viven y trabajan aquí es por la reforma migratoria que no pudo ser, la que enarboló Obama en su campaña de 2008, y que no cumplió tampoco en su segunda legislatura. Por ello, aprobó dos decretos para proteger de las deportaciones a los «dreamers» (soñadores, en inglés), que son los jóvenes que llegaron al país cuando eran menores con sus padres, y en algunos casos desconocían que estaban indocumentados. Y los padres «irregulares» de niños nacidos en este país, que se convierten automáticamente en ciudadanos estadounidenses.
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