Guerra de Ucrania

Las dos caras de la guerra en Odesa

En la ciudad más famosa y bella del Mar Negro la extrema pobreza y la abundancia de unos pocos conviven en mitad del conflicto que decidirá el futuro de Ucrania

El teatro de la ópera de Odesa, la histórica ciudad de Ucrania al sur del país
El teatro de la ópera de Odesa, la histórica ciudad de Ucrania al sur del paísDPA vía Europa PressDPA vía Europa Press

En una bocacalle cercana a la estación de trenes de Odesa, un mendigo vestido con el uniforme de combate del Ejército tan raído que apenas se distingue el camuflaje, pide limosna mostrando el muñón en su brazo derecho. “Perdí la mano durante la guerra del Donbás, en 2015”, aclara el veterano, que solicita no ser identificado “porque no quiero que piensen que critico a Ucrania”, dice, bajando la cabeza. “Y a nadie le gusta verse así, tirado, sin nada”. El exsoldado huele a vodka barato. “Después de que me hirieran, todo fue a peor. No solo perdí el brazo, sino también la cabeza. Nadie me dio asistencia psicológica y empecé a beber”, explica, con la voz rota. “Soy como un fantasma en la ciudad más bonita de Ucrania”, asegura.

No es el único que se ve en sus calles. En la zona alrededor del majestuoso y redondo edificio que acoge el Teatro de Ópera y Ballet desde 1887, mezcla de la sublime arquitectura barroca y el suntuoso estilo francés rococó, el cual preside esta área pudiente de la ciudad fundada en 1794 por el Almirante español José de Ribas, cuya pequeña estatua lo recuerda dos calles más abajo, una pareja pasea sonriente, cogida de la mano, ajena a un mendigo yaciendo inconsciente en la acera. Los hoteles de lujo están llenos, las tiendas de ropa y complementos de diseño tienen las puertas abiertas y de ellas salen hombres y mujeres con sus fastuosas compras. En la calle, sorprende la cantidad de coches de alta gama aparcados frente a los restaurantes.

La oferta es mucha: comida italiana, japonesa, turca, georgiana o alemana, entre otras especialidades internacionales; bares a la última moda, terrazas cuidadas, cafés de diseño y hasta una pequeña feria donde, escuchando y viendo el ambiente, nadie diría que, a unos cuantos cientos de kilómetros Ucrania se está jugando su futuro en unas trincheras parecidas a las de la Primera Guerra Mundial. “La vida tiene que continuar. ¿Qué tenemos que hacer, estar tristes todo el tiempo? Eso es lo que Putin quiere. Aquí vienen muchos soldados de permiso con sus mujeres y familias. Odesa se ha convertido en un oasis para muchos que lo necesitan”, explica Maryna, quien trabaja para una empresa de telecomunicaciones, vestida con ropa de diseñador y unas gafas de sol que cuestan tres o cuatro veces la pensión mensual media ucraniana, unas 2.000 grivnas (50 euros).

Dos personas caminan junto a un mendigo en Odesa
Dos personas caminan junto a un mendigo en OdesaA. Guallar

A su lado, un vehículo BMW descapotable pasa con la música a todo trapo. Lo conduce un joven que no debe pasar de los veinticinco años. En el asiento del copiloto hay otro, y en la parte de atrás dos bellas mujeres que deben rondar la misma edad. La viva imagen de la riqueza. Observando su actitud, es evidente la despreocupación del que nació con las alforjas llenas. La mejor cara de una vida fastuosa cuyo exhibicionismo no solo choca en el contexto del conflicto, sino que parece un mundo aparte del que se vive en otras partes de la ciudad, donde los edificios parecen tener cáncer terminal de piel, como los que rodean el famoso mercadillo Starokonnyi, el cual fue creado en 1832.

Allí, cada fin de semana, una docena de calles se convierten en un bazar de segunda, tercera y cuarta mano, en los que uno puede comprar ropa, muebles, electrodomésticos, baratijas de la época soviética, animales de compañía y de corral, pájaros multicolores, libros, ornamentos, parafernalia militar, herramientas para la construcción, lavabos, televisores que deberían estar en un museo, cacharrería y utensilios de cocina, instrumentos musicales y un sinfín de objetos. Se puede encontrar todo lo que sea susceptible de ser vendido. “Con mi pensión, y ahora al cargo de mis dos nietos porque mi hijo está en el frente de Zaporiya, si no vendo lo que tengo pasaremos hambre. Su salario del Ejército no da para mucho”, cuenta Sofia, que ronda los cincuenta, en su tenderete ofreciendo su colección personal de figuritas de porcelana. “Eran de mis padres”, añade, con la mirada triste y resignada.

Más ricos y más pobres por la guerra

“En esta guerra algunos se están haciendo ricos, mientras otros cada vez son más pobres”, indica Maia, una anciana sentada detrás de todas las pertenencias que “tienen valor” sacadas de casa y colocadas sobre una sábana blanca extendida en la acera. Su marido, al lado, le tira de la manga, en un claro gesto para que mida sus palabras. “Aquí hay mucha gente que, para sobrevivir, hasta se tiene que venderse la ropa”, añade. “Bueno, estamos en guerra, mucha gente lo está pasando mal”, intercede su marido, Lev. “Algunos más que otros”, insiste ella.

Jovenes de fiesta en un parque de la ciudad ucraniana de Odesa
Jovenes de fiesta en un parque de la ciudad ucraniana de OdesaA. Guallar

Al caer la noche, varios grupos de jóvenes se reúnen alrededor de los músicos callejeros en el pequeño parque botánico, cerca de las conocidas escaleras Potemkin. Durante el fin de semana, los conciertos improvisados se trasladan a la cercana y muy concurrida calle Derybasivska, cuya oferta hostelera y nocturna está abarrotada. Un cambio radical teniendo en cuenta que, hace unos meses, tal y como reportó LA RAZÓN desde esas mismas calles, la ciudad estaba desierta. Los locales, las tiendas de ocio y casi la totalidad de los restaurantes estaban cerrados ante la amenaza rde un posible ataque masivo, o desembarco ruso, que ahora se ha diluido, a pesar de los ataques con misiles que, cada cierto tiempo, suceden en la zona del puerto, cuyo acceso está terminantemente prohibido.

Los jóvenes cantan, beben cerveza y alcohol de mayor graduación en botellines. Ríen, gritan las canciones, se abrazan, besan y disfrutan de su juventud. Muchos solo son adolescentes y se comportan como tal. En los corrillos que forman la guerra parece algo muy lejano. Sin embargo, para algunos la procesión va por dentro. “Mi padre está luchando en el frente”, explica Oksana, una joven que luce un anillo de nariz y va vestida de negro al estilo neogótico. “Cuando tenga la edad, me pienso alistar”, cuenta Adam, que apenas llega a la quincena, con una lata de cerveza en la mano. “Muchos de nuestros amigos y familiares han muerto. Es mi deber”, asegura.

Entre ellos también hay varios estudiantes de la famosa Academia Naval de Odesa, donde, durante siglos, se han formado algunos de los mejores marinos del mundo. Se han quitado el característico uniforme de marinerito azul y blanco, con gorra de oficial incluida. “Yo quiero trabajar en cargueros y buques comerciales”, dice Stepan. “Pero con el bloqueo de Rusia, no sé cuándo, o si podrá ser. La guerra no es para mí. Yo no sirvo para eso, sería un estorbo”, explica en un inglés más que decente, mientras algunos de sus compañeros le ríen la gracia. Por su atuendo y actitud, algunos no parecen tener problemas económicos. “Cuando los ricos se hacen la guerra, son los pobres los que mueren”, escribió Jean-Paul Sartre. No obstante, si la invasión rusa lo hubiese detenido todo, la sociedad ucraniana se hubiese apagado y esto ya no sería Ucrania.