El Cairo
Egipto dividido
Las fuerzas del orden egipcias han comenzado a eliminar con decisión los campamentos de protesta de la Hermandad Musulmana en El Cairo. El enfrentamiento ha hecho realidad el baño de sangre que auguraban las tensiones cotidianas entre partidarios y detractores de la Hermandad durante las seis semanas transcurridas desde la marcha de Mursi. Egipto sigue profunda y violentamente dividido, y la política norteamericana es confusa y vacilante. Si bien ni la vacilación ni la confusión son nuevas para la Administración Obama, Egipto no es lugar para experimentos estratégicos. Hemos de identificar nuestros intereses para concentrar nuestras energías en una protección práctica de los mismos, evitando el debate académico de cuestiones sobre las que no tenemos ninguna influencia.
En primer lugar, es esencial el respeto al acuerdo de paz de 1979 con Israel. La valiente decisión del presidente Sadat de negociar directamente con el Gobierno de Israel es crítica como piedra angular de la política norteamericana en Oriente Próximo. En el momento en que Washington dé por sentado el acuerdo de paz de Camp David, éste desaparecerá fulminantemente. En segundo lugar, el Canal de Suez atraviesa Egipto. Si esa vía económicamente vital se ve bloqueada como lo estuvo durante la Guerra de los Seis Días, Europa y América pagarán las consecuencias tanto como Egipto, que ingresa millones de dólares al año. Los 21 años de inestabilidad transcurridos desde entonces han convertido la Península del Sinaí en un refugio de terroristas y han castigado la economía egipcia. A menos que se recupere la estabilidad política, la economía seguirá erosionándose y tensando una cohesión social al límite.
La política norteamericana debe apoyar no solamente a los líderes egipcios decididamente comprometidos con los acuerdos de paz con Israel, sino también al Ejército egipcio y a sus elementos «prodemocracia». Solventar cualquier problema norteamericano a nivel legislativo que exista para lograr esto, y alentar a los socios europeos y a los estados árabes receptivos a seguir nuestra iniciativa. Esto no significa conceder un cheque en blanco a la cúpula militar egipcia. Albergamos ideales filosóficos de perfección democrática, pero deberían permanecer en los debates universitarios, al margen de la política egipcia cotidiana. Lo que sucede en Egipto no es bonito de ver. Debemos cerciorarnos de que nuestros esfuerzos no agravan la tesitura ni pasan factura a nuestros intereses.
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