Violencia racista
El alcance de la violencia neonazi inquieta a Berlín
El asesinato en Kassel de un alcalde a favor de la inmigración descubre una corriente «ultra» arraigada en segmentos de la sociedad alemana.
El asesinato en Kassel de un alcalde a favor de la inmigración descubre una corriente «ultra» arraigada en segmentos de la sociedad alemana.
Todo apuntaba a un acto ultraderechista pero la emisión ayer por la televisión pública alemana de unas fotografías no dejó lugar a dudas. En ellas se ve a Stephan Ernst, el presunto asesino del político Walter Lübcke, un defensor de la acogida de refugiados, participando el pasado marzo en un evento organizado por «Combat 18». Una organización vinculada al grupo neonazi «Blood & Honour» y cuyo nombre, por el número, hace referencia a Adolf Hitler por la posición de las letras en el alfabeto. Una circunstancia que evidencia que el presunto asesino estuvo en contacto con la escena de la ultraderecha pero que, sobre todo, deja claro que la lacra del nazismo no es algo puntual en la sociedad germana, sino una raíz fuertemente agarrada en su suelo por la que empiezan a germinar nuevos brotes.
Desde 1990, cuando empezó el registro de las víctimas de la violencia de extrema derecha en Alemania, se han informado de al menos 195 asesinatos. Walter Lübcke sería la víctima 196. El sospechoso de haber cometido el crimen tiene un prontuario desde finales de la década de 1980 por delitos de extrema derecha aunque todavía no está claro por qué motivos actuó o si contó con otros colaboradores. Lübcke, que fue miembro de la Unión Cristianodemócrata (CDU), podría haberse convertido en su objetivo por haber expresado su disposición de acoger refugiados. Ahora, las investigaciones no solo tendrán que encontrar pruebas de la culpabilidad del sospechoso, sino que deberán examinar si existe una red ultraderechista detrás del crimen. Hasta entonces, para muchos analistas el acto es una prueba más de la radicalidad de la escena neonazi y de ahí que algunos partidos de la oposición como La Izquierda, Los Verdes y los liberales hayan exigido una sesión extraordinaria de la Comisión Permanente de Ministros del Interior.
El asesinato de Lübcke deja muchas cuestiones en el aire. La cadena alemana “Deutsche Welle” se pregunta si se pasaron por alto importantes indicios con respecto al presunto asesino o por qué los servicios de seguridad no actuaron de una forma más contundente si sabían de su temprana radicalización. De hecho, el sospechoso Stephan Ernst ya fue condenado por un intento de ataque con artefacto explosivo a un albergue de migrantes en 1993 y años antes, en 2009, fue condenado a una pena de siete meses por haber atacado, junto a otros nazis, una manifestación de la Federación de Sindicatos alemanes.
Las redes sociales, en las que Lübcke fue violentamente atacado, también están en el punto de mira. Incluso algunos medios de comunicación germanos han admitido cierta culpa por desatender a un fenómeno que podría ir mucho más allá de engrosar una fatídica lista de asesinados. Quizá por este motivo, y en el intento de limpiar las conciencias de las editoriales, la prensa alemana lleva días hablando de políticos comprometidos con la acogida de refugiados frente al acoso de la ultraderecha. Desde cargos en pequeños municipios a la alcaldía de Colonia cuya titular, Henriette Reker, denunció las amenazas de muerte por su posición favorable a una política migratoria generosa. Según distintos medios, Reker, quien en 2015 permaneció varios días en coma inducido tras ser atacada con un cuchillo por un ultraderechista en la víspera de las elecciones municipales, recibió el martes un correo electrónico en el que su autor asegura que con la muerte de Lübcke comienza una «fase de inminentes purgas». A Lübcke «le seguirán muchos otros, entre otros, ustedes dos», reza la amenaza, recibida también por el alcalde de Altena, quien en 2017 fue acuchillado. La situación es tal que algunos regidores se han visto en la obligación de dejar sus cargos. Fue el caso del alcalde de Tröglitz, Markus Nierth, una pequeña población del este del país, que dimitió tras varias marchas neonazis ante su casa contra la construcción de un albergue de asilados, que acabó ardiendo antes de su apertura.
El discurso del odio
Aunque el Gobierno de Merkel pidió prudencia y no extraer conclusiones precipitadas, muchos apuntan ya al partido xenófobo Alternativa para Alemania (AfD). El parlamentario de la CDU Michael Brand criticó duramente a los miembros de esta formación y los culpó del asesinato: «La verdad es que fue el odio y la agitación de los últimos años los que hicieron posible este crimen. Hay una línea directa entre la agitación a la violencia y el asesinato y quien no ve eso, es ciego», aseguró. Por su parte, y entrevistado por Deutsche Welle, Mathias Quent, director del Instituto para la Democracia y la Sociedad Civil en Jena, manifestó que AfD tiene una «función legitimadora para los autores de actos de violencia».
Lübcke, jefe del gobierno local de Kassel y miembro del partido de la canciller Angela Merkel, murió a principios de junio de un disparo en la cabeza. El político fue hallado en la terraza y los investigadores llegaron a la conclusión de que fue disparado a corta distancia. Por ahora, hay un solo detenido por los hechos. Lübcke defendió claramente la decisión de Merkel de abrir las fronteras a los solicitantes de asilo en 2015. En octubre de ese año, invitó a los alemanes que no compartían sus valores a que se fueran del país, lo que provocó una ola de críticas y amenazas de muerte por parte de la extrema derecha.
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