Atentados terroristas en París
El desafío de la Generación Bataclan
Los jóvenes parisinos demostraban anoche que seguirán con esos hábitos que la intransigencia islamista considera execrables
Bataclan, la sala mártir del 13-N, sigue cerrada pero luce un mensaje poderoso en su frontispicio: «La libertad es un monumento indestructible». Para Teddy, un martiniqués que curiosea por los aledaños con la pachorra y el acento inconfundible de los antillanos, la libertad es también «la droga más poderosa que hay. Una vez que la has probado, no puedes prescindir de ella. Y créeme, hermano, porque yo de drogas algo sé». Suelta una carcajada estentórea y señala a una patrulla de Policía. «El mundo está loco, tío, ¿quién iba a decirme que yo iba a respetar a los polis? Salut les flics. Bou courage, les gars (hola, maderos. Suerte, chicos)», les grita.
Pero ya puede filosofar todo lo que quiera Teddy acerca del alma de París que «nunca morirá porque tú puedes matar a la gente pero el espíritu es inmortal», pero lo cierto es que la celebérrima vida nocturna parisiense respira miedo. Paco Ruiz Miguel, torero de San Fernando (de donde es oriunda Anne Hidalgo, la alcaldesa parisina), dijo hace mucho que «no sentir miedo es de locos. El valiente es el que tiene miedo pero sabe vencerlo o, al menos, lo disimula».
En la zona de copas más exclusiva de la capital, cerca de los Campos Elíseos, Mathieu admite que siente «miedo y angustia». Este abogado de 33 años recorre la corta distancia entre dos locales de moda, el Duplex y el Baron, explicando que «siento muchas cosas pero entre ellas, desde luego, no está la tranquilidad. Pero lo que sí aseguro es que voy a seguir viviendo plenamente el París nocturno aunque al principio, como me sucede hoy, sea sin demasiadas ganas».
Angéline, una profesora bretona afincada en la capital, se suele mover por el Barrio Latino, lo que ella define como «la nueva zona BoBo (burgués y bohemia)», donde lo mismo degusta crepes de su tierra en La Nantaise que disfruta de una cena tailandesa en la terraza chill out de Madame Shawn. «No tengo ni idea de por qué nos han atacado, si porque representamos la libertad o por complejos motivos geopolíticos. No lo sé. Sólo sé que quiero volver a mi vida cotidiana y dejar de sentir la angustia que siento en este momento». Su amiga Marine entiende «que el miedo se haya apoderado de nosotros pero no podemos desertar de nuestra ciudad. Si nos gusta París es por sus terrazas, sus teatros y sus museos, que visitamos a menudo de madrugada. A partir del próximo fin de semana, volveremos a salir».
El Gibus Club es uno de esos bares de copas en los que atruena la música en la pista pero se puede conversar tranquilamente en las mesas. Está en la zona de Bastilla y es el sector en el que se divierten treintañeros de alto poder adquisitivo. «París no se romperá porque seremos miles los que siempre estaremos dispuestos a sostenerla. No vamos a olvidar nunca a las víctimas pero la vida debe continuar, como Freddy Mercury enseñó a la gente de su generación. Show must go on». Pierre, un ejecutivo de 31 años, asume el discurso del mismísimo presidente Hollande. «Este país no se parecería a sí mismo si renunciase a sus bares o a sus terrazas. Forman parte de nuestra identidad».
La movida gay se concentra en Le Marais, el mismo barrio donde reside la mayor comunidad judía de Francia. «Hitler, Bin Laden, que os den por el c...», grita un fornido muchachote con muchísima pluma que saca la lengua en la puerta del Banana Café. No lejos de allí, en bares baratos a los que acuden los estudiantes cuya asignación no da para más, un universitario local, Etienne, ejerce de anfitrión de un trío de extranjeros matriculados este curso en Francia. «Ellos quieren que tengamos miedo, por eso voy a seguir haciendo mi vida normal», explica antes de admitir que lleva «en shock desde el viernes pasado». Su amiga Carmen, española, tampoco las tiene todas consigo porque «la inseguridad sigue» pero anuncia un esfuerzo «para seguir con la misma rutina». El marroquí Brahim admite que saldrá «por sitios en los haya menos gente». A él sí le asustan «las amenazas del Estado Islámico», que «hay que tomarse en serio. París es una gran ciudad y nunca es segura del todo, por eso yo siempre intento evitar los sitios muy concurridos».
Para Carlos Arbeláez, un colombiano que estudia Ciencias Políticas, «es imposible no tener miedo. Intentaré evitar el transporte público y los puntos sensibles de la ciudad. El peligro no acaba, por lo que tampoco lo hace nuestro temor e incertidumbre» aunque «la mejor manera de plantar cara a esto sería continuar con nuestra vida normalmente. Así que aunque hoy no estamos del todo tranquilos, hemos venido a brindar».
La afluencia a los locales nocturnos ha sido durante este fin de semana inferior al normal, lo que los optimistas quisieron achacar a la meteorología. Tal vez, o puede que no. Pero incluso si el miedo los atenaza, los jóvenes parisinos planean seguir con esos hábitos que la intransigencia islamista toma por execrables: beber, escuchar música, fornicar con quien se tercie. Pecar, en suma, que es un derecho que las sociedades avanzadas que supieron ganarse cuando separaron el código civil de la norma religiosa.
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