Afganistán
El Estado Islámico renace de sus cenizas
Washington alerta de que se hace fuerte en Afganistán y se reorganiza en Siria e Irak
Los expertos advierten de que los yihadistas pueden planificar nuevos atentados en Europa y EE UU
La insignia negra del autoproclamado Califato de Abu Baker Al Baghdadi dejó de ondear en el norte de Siria cuando los yihadistas perdieron su último bastión el pasado mes de marzo en Al Baghouz (en la provincia de Deir Ezzor). Tras esta victoria de las Fuerzas Democráticas Sirias, que contó con el respaldo de Estados Unidos, el presidente Donald Trump declaró el fin del Estado Islámico (EI o Daesh, en su acrónimo en árabe) en Siria e Irak. No obstante, a pesar de la caída de su último bastión sirio, Daesh mantiene «bolsas» de resistencia en áreas gubernamentales y en la provincia de Idlib, el último bastión opositor que aún no ha caído en manos del régimen.
«Si empeora la situación, y es lo más probable, hay muchas opciones de que el EI persista como grupo insurgente y su intensidad incluso aumente», indica a LA RAZÓN Yazid Sayeg, experto del Centro Carnegie para Oriente Medio. Precisamente, un informe publicado recientemente por del Departamento de Defensa de EE UU adviere de que el grupo yihadista está «resurgiendo» en el territorio perdido. El poder del grupo que fundó Al Baghdadi reside en el hecho de que el grueso de sus combatientes son locales y el resto internacionales.
El auge del Estado Islámico vino hace cinco años gracias al apoyo de las comunidades suníes locales y aunque ahora el Califato esté en sus horas más bajas, los cimientos que lo levantaron (la marginación de los suníes bajo un gobierno tirano de mayoría chií) siguen estando allí. En Siria, Bashar al Asad ha reconquistado prácticamente todo el país, por lo que la situación no ha cambiado mucho de como era antes. En Irak, el auge de las milicias chiíes conocidas como las Unidades de Movilización Popular (UMP) que se han hecho con el control de las ciudades que perdió el califato, ha puesto a la defensiva a la vasta comunidad suní del norte de Irak que se reveló en Mosul en junio de 2014.
El informe del Pentágono alerta de que a pesar de perder su Califato territorial, el Estado Islámico «ha podido reagruparse y mantener operaciones» en los dos países, en parte porque las fuerzas locales «siguen siendo incapaces de mantener operaciones a largo plazo, realizar múltiples operaciones simultáneamente o retener el territorio que han despejado». Precisamente, el resurgimiento del grupo yihadista llega en momentos en que el presidente Trump iba dar carpetazo al oscuro capítulo del Estado Islámico con la retirada completa de sus tropas destacadas en Siria.
La derrota militar del grupo no significa que haya desaparecido su fuerza ideológica, que ha seguido difundiendo a través de su agencia Amaq, alentando a sus seguidores a llevar a cabo ataques en todo el mundo, especialmente en Occidente. De hecho, al menos ocho personas con lazos con el EI han sido detenidas últimamente en Estados Unidos. Los tentáculos del EI se extienden al África subsahariana, otros países árabes, Asia Central, Chechenia, India y Bangladesh, e incluso China, donde miembros de la etnia uigur han jurado fidelidad al EI.
Tras las derrotas en Mosul y Raqa, los dos grandes bastiones urbanos del EI en Irak y Siria, respectivamente, el grupo intentó reorientarse hacia la conflictiva región de «AfPak» y el sudeste asiático. Afganistán atrajo a miles de yihadistas tras la caída del Califato en Siria e Irak. Se calcula que habría entre 3.500 y 10.000 combatientes del EI en las zonas más remotas del país, según fuentes rusas.
Poco a poco el grupo yihadista ha ido conquistando los corazones de talibanes desamparados tras el vacío de liderazgo que dejó el mulá Omar y de otros grupos insurgentes. Y estos se han unido al grupo, rebautizado Estado Islámico de la Provincia del Jorasán. La filial afgana de Daesh controla la provincia oriental de Nangarhar, y se ha expandido a la vecina de Kunar, de donde podría ser aún más difícil expulsarlo. Las brutales tácticas del grupo han quedado patentes en Afganistán los últimos años, donde cientos de civiles han muerto en ataques suicidas en Kabul y otros lugares.
Para el director del Centro para Estudios de Seguridad en la Universidad de Georgetown, Bruce Hoffman, Afganistán se presenta como una posible nueva base para el EI para cometer atentados más grandes en Europa o Estados Unidos. Según Hoffman, el grupo yihadista ha invertido una «cantidad desproporcionada» de recursos en Afganistán, así como una «enorme acumulación de armas» en el este del país, lo que demuestra su afianzamiento en la zona.
En África subsahariana hay un entramado de grupos que actúan como filiales del EI. Uno de los más activos es el Estado Islámico del Gran Sáhara, que controla Malí, Burkina Faso y Níger, y está liderado por Abu al Walid al Sahrawi. La filial de Daesh en el Sahel junto con Al Qaeda fue la responsable de 464 ataques en el Sahel en 2018, según el Centro africano para Estudios Estratégicos. Al Sahrawi se convierte, después de Abu Musab al Barnawi, dirigente de la rama del Estado Islámico de África Occidental, una escisión de Boko Haram, en el hombre más temido y buscado actualmente del África subsahariana.
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