Unión Europea
El nacionalismo norteamericano amenaza Europa
Merkel tiende la mano a Trump en materia de defensa y comercio y promete trabajar por la fortaleza de la relación transatlántica ante las dudas sembradas por el líder de EE UU.
Merkel tiende la mano a Trump en materia de defensa y comercio y promete trabajar por la fortaleza de la relación transatlántica ante las dudas sembradas por el líder de EE UU.
La relación entre la UE y Trump está marcada por los silencios. Desasosegantes y clamorosos. El primero de ellos, la ausencia total de una referencia a Europa en el discurso de investidura del recién nombrado presidente, hace temer que el desdén mostrado hasta ahora no se rectifique. Bruselas también le ha pagado con la misma moneda y, a diferencia de la OTAN, no ha sido capaz de emitir un escueto mensaje de felicitación. Las instituciones europeas sí que lo hicieron tras conocerse el resultado de las elecciones el mismo 8 de noviembre e incluso invitaron al 45º presidente de Estados Unidos a una cumbre transatlántica en suelo europeo. No se ha obtenido ningún tipo de respuesta hasta el momento tal y como se reconoce en los pasillos comunitarios con un mohín de resignación.
Este silencio sólo ha sido roto en las últimas horas por las declaraciones de ayer de Angela Merkel al ofrecer una mano tendida a Trump para llegar a acuerdos en política comercial y en Defensa. «Creo firmemente que es mejor para todos si trabajamos juntos en base a las reglas, valores comunes, acción conjunta en el sistema económico internacional, en el sistema de comercio internacional, y hacer contribuciones a las alianzas militares», declaró la canciller como quien clama en el desierto. «Ha dejado claras sus convicciones en su discurso de toma de posesión», afirmó Merkel con cierta resignación. Consciente de la posibilidad de que la UE se quede fuera de la escena internacional con la pinza Trump y Putin, la canciller alemana aseguró que trabajará para que el vínculo transatlántico se mantenga fuerte.
Pero todo indica que la Unión Europea y Estados Unidos ya no caminan juntos. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, el proyecto de integración europea deja de estar apadrinado al otro lado del Atlántico y la nueva Administración que echó a andar el viernes parece desear su fin o, al menos, su paulatino desmembramiento. Hasta ahora, las relaciones han tenido altibajos, el ex secretario de Estado Henry Kissinger reconoció con evidente sinceridad que cuándo quería llamar a Europa no sabía que número marcar. Unas palabras que evidenciaban la –muchas veces– incapacidad de la UE para hablar con una sola voz en política internacional y erigirse en un socio sólido para EE UU. A pesar de que la llegada de Barack Obama al Despacho Oval inquietó a algunos, que apostaban por que Europa dejaría de ser una prioridad a favor de un acercamiento hacía Asia, los consensos básicos se han mantenido. La última llamada de Obama como presidente fue la realizada a Merkel. Ahora, todo indica que si la UE quiere hablar con Trump, deberán ser los socios europeos quienes marquen el teléfono a riesgo de que nadie conteste ni devuelva la llamada.
La imprevisibilidad de Trump aterroriza a Bruselas, inmersa en una serie de crisis internas y en la parálisis propia de un año electoral en el debe quedar antes atado y bien atado el nuevo inquilino del Elíseo y la reelección de Merkel antes de dar un giro de timón hacía alguna parte. Trump lo sabe. De ahí los guiños a Theresa May y la entrevista en «The Sunday Times» y «Bild» en la que ataca a la canciller, consciente de que es la única ancla de estabilidad –con sus virtudes y defectos– con la que cuenta el proyecto de integración europeo en estos momento y un dique de contención para el auge de los movimientos eurófobos. Estos últimos se reunieron ayer en Coblenza, Alemania, en un clima de euforia ante lo que consideran un nuevo orden mundial tras la llegada del magnate inmobiliario y presentador de «realities» a la Casa Blanca.
La Unión Europea y EE UU parecen no tener prioridades comunes ante este giro proteccionista de la era Trump, pero tampoco enemigos comunes a los que combatir. El nuevo presidente exige a Europa que se pague su propia Defensa. Pese a la habitual reticencia europea, Berlín y París están dispuestos a coger el guante e impulsar estructuras comunes europeas sin menoscabar las de la OTAN. Pero en el puzle no encajan todas las piezas. Fuentes diplomáticas reconocen su temor a que los países del Este sólo estén dispuestos a gastar dinero en el seno de la Alianza, a la que ven como garante de seguridad ante la amenaza rusa. Pero todo indica que Trump quiere cambiar las reglas del juego en el seno de la OTAN, a la que califica de «obsoleta».
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