Brasil

Rousseff se aferra a las disidencias en un clima favorable a su destitución

La decisiva votación sobre la destitución de la presidenta Rousseff cierra un intenso debate de más de 40 horas en el Parlamento.

Varios diputados se manifiestan hoyen Brasilia, en la Cámara de Diputados de Brasil, al inició de la sesión.
Varios diputados se manifiestan hoyen Brasilia, en la Cámara de Diputados de Brasil, al inició de la sesión.larazon

La decisiva votación sobre la destitución de la presidenta Rousseff cierra un intenso debate de más de 40 horas en el Parlamento.

El Congreso brasileño celebró ayer una sesión plenaria de alta tensión en la que se votaba el proceso de juicio político y, por el simbolismo, el futuro político y económico de una de las mayores democracias del mundo. La votación, nominal y celebrada con los más de 500 diputados presentes de pie, no había terminado al cierre de esta edición, pero el conteo parcial reflejaba un cierto equilibrio que se inclinaba hacia la oposición: 83 votos a favor, 25 en contra y 3 abstenciones. La oposición necesitaba 342 votos para sacar adelante el «impeachment» contra la presidenta Dilma Rousseff.

El ambiente en la sede del Legislativo era eléctrico. En el Plenario hubo prácticamente de todo: insultos, empujones, discursos encendidos e incluso el lanzamiento de confeti del diputado opositor Wladimir Costa, que pidió a la presidente que se fuera del país y dijo que le había comprado un billete de avión.

Las listas con el baile de cifras era constante y los diputados no cesaban de consultar sus teléfonos y sus documentos, ante la incertidumbre de si el juicio político avanzaría a su fase crucial en el Senado. Antes del inicio de la sesión, oposición y Gobierno jugaban a la batalla propagandística dando todo tipo de resultados anticipados que les daban la victoria. En los últimos días, la oposición aseguró disponer del apoyo necesario para sacar adelante el «impeachment» y llevarlo a su fase determinante en el Senado, donde la presidenta podría ser apartada del poder inicialmente por un período de 180 días en apenas tres o cuatro semanas. Las encuestas de la prensa brasileña de última hora daban una apretada victoria al «sí» a la destitución.

Sin embargo, el ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva y su sucesora –considerada poco hábil en las negociaciones con el Legislativo– aumentaron los contactos con diputados y gobernadores afines, sobre todo de las regiones del noreste de Brasil, que son las más beneficiadas por las políticas sociales de los últimos años.

En ese marco de ebullición surgían todo tipo de rumores, desde el precio de un voto contra el «impeachment» –cifrado, según algunos, en 200.000 euros– hasta un inexistente éxodo masivo de un centenar de diputados de Brasilia para fomentar el absentismo, que beneficia a Rousseff.

Muchos, sin embargo, percibían este juicio político como una muestra de la debilidad democrática. «Somos una democracia muy limitada por tener partidos débiles y una población poco concienciada con la política. Vivimos una farsa o una alegoría de la democracia. Es un teatro. Esto es un juego de cartas marcadas: la mayoría que vota por el ‘impeachment’ hoy apoyaba el Gobierno hace un año», lamentaba en una entrevista con LA RAZÓN el diputado Chico Alencar, miembro del Partido Socialismo y Democracia (PSOL) y con más de trece años de experiencia en la Cámara Baja como parlamentario.

En su discurso final antes de la votación, el PT volvió a evocar el intento de «golpe de Estado» y criticó que parte del Parlamento se haya posicionado a favor de un «impeachment» dirigido por el controvertido presidente del Congreso, Eduardo Cunha, acusado de varios casos de corrupción en la trama Petrobras. «Esto es un golpe mortal a la democracia, a la legalidad y a la legitimidad democrática», dijo el líder del Gobierno en el Congreso, José Guimaraes, casi sin voz.

La presidenta Rousseff y el su antecesor Luiz Inacio Lula da Silva asistían en Brasilia al proceso de votación y no estaba claro si se pronunciarían al concluir la sesión. El vicepresidente, Michel Temer, considerado el gran «conspirador» por el Ejecutivo, seguía sus contactos para distribuir los cargos de su futuro Gobierno, al que podría acceder en las próximas dos o tres semanas.