Elecciones en Estados Unidos
El populismo se corona en la super potencia
Después del Brexit, el insólito triunfo de Trump supone la culminación de los movimientos populistas en Occidente. En ningún caso Trump puede darle la vuelta al orden y formar un régimen autoritario
El populismo de Donald Trump no es como el de Podemos. El norteamericano no ha hecho una campaña electoral para tomar el «cielo por asalto» y romper el marco constitucional, o cambiar la estructura del poder y el orden social. Ni se basa, como la amalgama que encabeza Pablo Iglesias, en la suma de movimientos sociales que pretende romper la concepción partidista de la democracia liberal. Comparten el estilo populista, cuyas formas se han remozado en el continente americano. Ambos bufan contra el establishment –aquí «la casta» o «los privilegiados»–, y se presentan como «outsiders», o verdaderos representantes de un pueblo humillado y engañado, y de sus presuntas virtudes.
Han sabido señalar a los culpables de la crisis económica y política, hacer un diagnóstico de la enfermedad del sistema, y lo explican con un tono agrio y violento de un odio calculado que llama a las emociones más bajas del electorado. Es una forma ruda de movilizar a la gente. Son patrioteros de hojalata, que dibujan un orden internacional alternativo muy alejado de la sensatez, y que chirría en cualquier institución.
Las diferencias son importantes. Trump es un líder, un «selfmade man» típico con un carisma trabajado, salido de la tradición política norteamericana. Iglesias es un polemista televisivo con un tono mitinero impostado, de corte bolivariano, y una cuidada imagen desaliñada. El contenido del discurso es distinto; es lo que tiene el populismo: mismo estilo, diferentes instrumentos para llegar al poder. En esto el republicanismo de Trump es más parecido al populismo nacionalista que ha surgido en Europa en los últimos años, como en Alemania, Holanda, Austria, Hungría, o Dinamarca: intervencionismo estatal en la economía, aislacionismo para conservar las esencias nacionales frente a la «agresión» exterior, revisión a la baja del Estado del bienestar, control y expulsión de la inmigración, y replanteamiento del orden internacional.
En ningún caso Donald Trump podrá dar la vuelta al orden constitucional y formar un régimen autoritario. En EE UU la separación de poderes es más efectiva que en Europa. Senadores y congresistas se deben más a sus votantes que a los partidos, y cada voto en las cámaras hay que trabajarlo. Trump tendrá la oposición de los representantes demócratas y de buena parte de los republicanos. Además, allí el poder judicial es independiente y vigilante. El resultado de esta divergencia será un choque institucional grave, que enturbiará aún más las relaciones entre los distintos poderes. Sin embargo, con los resortes de la administración en su mano, Trump tendrá la posibilidad de crear un relato populista, victimista, más xenófobo y crispado que puede romper el partido republicano, y enturbiar el clima social norteamericano.
A pesar de esto, nadie cuestiona el coste económico y social de una inmigración descontrolada en Estados Unidos, ni el impacto que tiene en una sociedad tan guardiana de sus libertades como aquella. Las maras de la droga se han instalado ya en 38 estados norteamericanos. Los centroamericanos huyen de El Salvador, Honduras, Guatemala y México, donde la vida no vale nada y el futuro es muy complicado. Envían a sus jóvenes a EE UU, que una vez recogidos exigen el reagrupamiento familiar. El humanitarismo choca con la realidad de un fenómeno poliédrico que utilizan las mafias. Esto lo ha explotado Donald Trump con gran éxito, especialmente entre las clases bajas y medias, rurales, con una cultura televisiva, y que solo han recibido la educación obligatoria. El caso es muy parecido al de los refugiados en Europa. La victoria de Trump puede suponer la construcción de su anunciado «muro».
La propuesta de orden internacional del candidato republicano no es alentadora. Considera a la OTAN como un instrumento obsoleto que lleva a EEUU a guerras ajenas a sus intereses nacionales. En su lugar, ha propuesto entregar armas atómicas a Corea del Sur y Japón, renegociar el acuerdo de Viena de control nuclear con Irán, y acabar con el Estado Islámico estrangulando a Arabia Saudí. Ese repliegue militar beneficiará a Rusia, con intereses en Ucrania y en los países bálticos. Frente a esto, Trump no ha dudado en decir que usará la potencia nuclear estadounidense contra sus enemigos. Si la política exterior anunciada por Hillary Clinton no auguraba nada bueno, más inquietante es la propuesta del vencedor Trump.
✕
Accede a tu cuenta para comentar