Cumbre del Clima de París

El regreso del humo sapiens

Su visceral decisión sobre el clima ahonda en el cortoplacismo de sus políticas, inspiradas en el incendiario presidente Andrew Jackson, que arruinó las cuentas publicas y disparó la inflación

El presidente Trump ha cosechado las críticas de sectores en teoría enfrentados
El presidente Trump ha cosechado las críticas de sectores en teoría enfrentadoslarazon

La salida de EE UU del acuerdo contra el cambio climático de París ha sido interpretada como una felonía. La confirmación de que la nueva Casa Blanca está cosida a la medida de todos los disparates. Pero mientras los directores de Disney y Tesla, Robert Iger y Elon Musk, dimitían de su puesto en el comité asesor de la Casa Blanca, al tiempo que gigantes como Apple, Google, IBM, GM y Microsoft mostraban su «decepción» (palabra de Sundar Pichai, consejero delegado de Facebook), los pequeños empresarios del interior del país estaban de fiesta. A su juicio, los tratados internacionales castigaban de forma desproporcionada a los eslabones más frágiles del tejido empresarial, incapaces de abordar las inversiones necesarias para cumplir con la normativa.

Poco importa que el tratado de París dejase al albur de los países firmantes la cuantía en la que pensaban recortar los gases de efecto invernadero. Tampoco pesó el hecho de que, frente a lo apuntado por Trump, resulte casi imposible renegociarlo. En el ánimo del presidente pesó, antes que nada, el cumplimiento de una promesa marcada en rojo en su programa electoral. Lo ha recordado en Twitter el científico Richard Dawkins: «Trump hizo exactamente lo que prometió. Si le votó, o fue demasiado vago para votar en contra, la culpa es suya».

Con independencia del reparto de infracciones, deslices y pecados, y lejos de actuar como un provocador incapaz de orientarse, Trump conectaba con algunas de las pulsiones esenciales del país. Ahí está la sombra de Andrew Jackson, séptimo presidente de Estados Unidos. Forjador del partido demócrata. Héroe de guerra. Genocida de las naciones indias y, sobre todas las cosas, mago precoz en el siempre difícil arte de cocinar gestos para la galería y en el sistemático abuso de una retórica a favor del ciudadano común. Jackson, venerado por las capas populares, bestia negra de las élites económicas e intelectuales de la época, legisló con celo feroz contra lo que consideraba privilegios desmedidos de la costa este y sus dorados centros neurálgicos. Al tiempo que mejoraba las condiciones de vida de buena parte de los norteamericanos, disparó la inflación y arruinó las cuentas públicas. Incendiario, demagogo, peleón, entró en la mitología como una explosiva combinación de héroe y villano.

Aunque es muy probable que desconozca casi todo respecto a él, Trump actúa en la tradición de un Jackson que, todavía hoy, adorna con su rostro los billetes de veinte dólares. Eso sí, en 2020 será sustituido por Harriet Tubman, nacida como esclava y luchadora por la abolición de la esclavitud, espía del Norte en la Guerra de Secesión y heroína de los derechos civiles. Siempre que Trump, claro, no anule la medida.

Hay otro elemento. El aislacionismo. Tan consustancial al pensamiento político de EE UU como el afán intervencionista a partir de la II Guerra Mundial. En la dicotomía entre encerrarse en el caparazón o navegar las tormentas geopolíticas del mundo, Trump elige lo primero. Esta frase de su discurso: «No queremos que otros líderes y otros países se rían más de nosotros». Fui elegido para representar a los ciudadanos de Pittsburgh, no de París». Tan demoledora como absurda. Hace décadas que Pittsburgh ya no representa la idea de la ciudad industrial. Hace décadas que cerró la inmensa mayoría de sus fábricas y que un manto de polución no obliga a encender el alumbrado municipal durante el día.

La ciudad, que votó por Clinton en todos sus barrios con porcentajes cercanos al 80%, se ha reinventado como centro tecnológico y científico. Tal y como recuerda Henry Grabar en la revista «Slate», Pittsburgh perdió el 30% de su población entre 1970 y 1990. En 1983, el desempleo en el área metropolitana de Pittsburgh alcanzó el 17% (...) Pero eso fue hace 35 años. Hoy en día, el mayor empleador de Pittsburgh es la Universidad de Pittsburgh Medical Center. Su otra universidad, Carnegie Mellon, es el hogar de un laboratorio de robótica de renombre mundial. El Triángulo de Oro es un hito de la renovación del centro de la ciudad». O por decirlo como Philip Bump, del «Washington Post», «Trump se ha erigido valientemente como defensor del Pittsburgh de 1975». Gobernar con lemas reciclados y pintorescos enfoques de la realidad, siempre orientado a un pasado mítico, pesa en el ánimo de su Gabinete mucho más que trabajarse el presente.

Pero hay más. Por ejemplo, que la mayoría de los estadounidenses no dudan del cambio climático y lo achaca a la quema incontrolada de combustibles fósiles: el 70% según un estudio de la Universidad de Yale. ¿Entonces? Sucede que, al mismo tiempo, el 50% considera que el cambio climático no le afectará personalmente. Oh, sí, dañará a la gente de Estados Unidos (lo cree un 58% de los encuestados), y a los habitantes de los países desarrollados (el 63%) y no digamos ya a las generaciones futuras (el 70%), pero si me pregunta a mí, habitante de Dallas o Omaha, no, no creo que sufra sus embates. Como explican Nadja Popovich, John Schwartz y Tatiana Scholssberg en el «New York Times», estamos diseñados «para huir o luchar ante una amenaza inminente, pero mucho menos para actuar contra problemas lentos y abstractos, incluso si los desafíos que plantean son, en última instancia, terribles».

El juego político, que exige resultados inmediatos y apuesta por el corto plazo, y el cableado cerebral del homo sapiens, explican la buena acogida local que ha recibido la penúltima bomba de un presidente que, sí, camina a la velocidad supersónica de quien sólo reconoce el aquí y ahora. Pero en 2018 hay elecciones al Congreso, y en 2020 toca pelear por la reelección. Esos son los graves asuntos a los que consagra sus políticas. No fruslerías como la desertización rampante, las hambrunas que vienen o el aumento del nivel del mar. Aparte, por mucho que suban las aguas sus herederos siempre dispondrán de un helicóptero para acceder a la Torre Trump.