Secuestro de periodistas
El terror no puede ganar, Ángel es libre
Diez meses, 300 días, 7.200 horas. Es el tiempo que Ángel Sastre ha estado en manos de sus captores, a merced de los terroristas de Al Qaeda en Siria, entregado a su potestad y viviendo literalmente como un perro hasta que fue liberado el 7 de mayo. Hace sólo una semana que ha recuperado su voluntad, no así las riendas de su vida. El trauma y las consecuencias de haber permanecido este largo episodio secuestrado retrasan sus ansias de volver a su normalidad. Dichosa normalidad.
Sastre conserva pocas cosas que le recuerden su secuestro, ya suficientes malos tragos le pasa su cabeza. Se afeitó su larga, oscura y copiosa barba de diez meses, pues le había crecido en cautividad. Los yihadistas del Frente al Nusra le robaron todos sus objetos de valor, su ropa, su equipo, y el cuaderno en el que tanto había escrito se lo arrebataron la semana pasada, justo antes de liberarlo.
Sastre sí guarda un par de zapatillas. Se pasaban el día encerrados en cubículos en el norte sirio sin apenas luz solar, pero al estar dentro de un hogar «musulmán» no debían llevar puesto el calzado con el que se pisa la calle. Cuando sus captores les obligaban a ponerse las zapatillas significaba o que los cambiaban de localización o que los habían vendido al Estado Islámico, el Daesh; que se pondrían el temido mono naranja o que se cumplía su sueño: que iban a ser libres. De ahí que el solo hecho de encontrarse con ese calzado en el armario de su casa de Guadalajara le suponga un torbellino de emociones. Psicológicamente hablando, por tanto, es mejor que los yihadistas le desposeyeran de todo.
El corresponsal de LA RAZÓN ha perdido el buen color que le caracterizaba por estar continuamente en la calle, haciendo reportajes por toda América Latina, pero no su espléndida sonrisa. Su familia y amigos se han volcado con él antes de que vuelva a lo que más le gusta, informar. Muchos de sus seres queridos han deseado que estos diez meses fueran los más cortos posibles y que pasase todo cuanto antes. Sin embargo, también es curioso ver cómo han ralentizado el modo de vivir, para que su hijo, hermano y amigo no se perdiera ningún acontecimiento importante de sus vidas, ninguna boda en la que Ángel no apareciera en las fotos, ningún bebé por el que Ángel les diera la enhorabuena, ningún suceso trascendental en el cual Ángel no pudiera aconsejarles. A partir de ahora recuperan el tiempo perdido entre suspiros por lo que podría haber sido un desenlace desafortunado. Su madre, Luisa, reconoce que a veces hasta le pellizca para asegurarse de que realmente esta ahí, a su lado.
Si hay algo que ayudó a Sastre durante su secuestro fue pensar en que su profesión merecía la pena y que pronto estaría de nuevo escribiendo sobre el tren de la bestia en México, la ley del plomo en Venezuela, la chureca en Nicaragua, las tropas de élite en Brasil, la prostitución infantil en Iquitos, las maras de El Salvador, los yungas en Bolivia, los cosacos de Ucrania, los peshmergas en Irak, los cristianos de Siria, los asentamientos ilegales de colonos en Hebrón, la trata de blancas en Argentina o el trabajo esclavo en las obras de Qatar...
El reportero, de 36 años, insiste en que el foco de la noticia está en Siria, en esa atroz y cruenta guerra a la que la comunidad internacional no ha podido poner fin. Sastre tampoco quiere que gane el terror, y en todas las entrevistas que concede hace el tremendo esfuerzo de mostrarse con entereza. Incluso cuando algún periodista ha intentado enseñarle algún vídeo de otros secuestros o ha realizado alguna pregunta morbosa y fuera de lugar sobre su cautiverio, él les ha contestado que eso es entrar en el juego de los terroristas: «Eso es lo que los yihadistas quieren que ocurra. Estás ayudando a difundir el terror extremista, de ese modo alimentas su propaganda y les das la razón para que continúen privando de libertad a civiles».
Sastre siempre ha incidido en que la noticia pasa fuera de las redacciones, fuera de las habitaciones oscuras y esta vez no será diferente. Volverá pronto a las calles y a dejar de ser el protagonista. Es libre.
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