Elecciones europeas
Elecciones europeas: La inmigración, la gasolina del populismo
La cuestión migratoria y de asilo divide profundamente a los socios europeos desde la crisis de 2015 y da oxígeno a los partidos ultras. Los países más críticos, Polonia y Hungría, han acogido a cero refugiados.
La cuestión migratoria y de asilo divide profundamente a los socios europeos desde la crisis de 2015 y da oxígeno a los partidos ultras. Los países más críticos, Polonia y Hungría, han acogido a cero refugiados.
La crisis de refugiados que desbordó a Europa en el verano de 2015 enfrentó profundamente a la UE y ahondó la brecha entre el Oeste y el Este del continente. Un invisible nuevo telón de acero dividió a los socios entre aquellos dispuestos a recibir demandantes de asilo y los que cerraban sus fronteras y levantaban vallas, como Hungría y Polonia. La peor parte se la llevaron Italia y Grecia, principales puertas de entrada con 129.000 y 59.000 refugiados, respectivamente. Entre 2015 y 2016 arribaron a Europa 1,4 millones de personas.
Dado que la política de inmigración y asilo permanece como una competencia exclusiva de los Estados miembros, la Comisión Europea tuvo que resignarse a ser solo un convidado de piedra y contemplar cómo se incumplía su reparto de refugiados. Algunos países como Polonia, que con 40 millones de habitantes solo le correspondía acoger a 7.500 personas, no recibió a ninguno. Mientras, Suecia asumió más solicitudes que ningún otro país europeo en términos per cápita (165.000), lo que desbordó su generoso Estado de bienestar. De los 160.000 refugiados que preveía reasentar Bruselas en su plan, solo fueron acogidos 30.000. Cuatro años después, la UE sigue sin estar preparada para afrontar nuevas crisis migratorias.
En opinión de Ruth Wodak, experta en populismo de la Universidad de Lancaster, en los países del este «los movimientos de refugiados realmente desencadenaron enormemente el auge de los partidos populistas y extremistas de derecha, y eso es básicamente Hungría y Polonia, donde estos partidos tienen la mayoría en las coaliciones de Gobierno». «Eso es interesante porque Polonia no tiene inmigrantes. Solo algunos ucranianos, pero no se quejan de ellos».
Esta disputa entre los Estados miembros dio oxígeno a partidos populistas que, como Alternativa para Alemania (AfD), se hallaban en caída libre en los sondeos por sus disputas internas. Sin embargo, la decisión de Angela Merkel de abrir las fronteras a un millón de refugiados les proporcionó una oportunidad para agitar los temores de los electores.
Los partidos y movimientos populistas explotan el fenómeno de la inmigración, que presentan como una amenaza para el bienestar y la idiosincrasia social, cultural e incluso étnica del país. Además, los líderes populistas tienden también a culpar de algunos de los problemas más graves de la sociedad –como el desempleo, la delincuencia, la inseguridad o el tráfico de drogas y de seres humanos– al enfoque flexible que se aplica a la inmigración. Y esta tendencia se refuerza mediante el recurso a la retórica racista, xenófoba y degradante, de la que el uso de palabras como «aluvión», «invasión», «inundación» e «intrusos» es solo un ejemplo. El holandés Geert Wilders, líder del Partido por la Libertad (PVV), o el austriaco Heinz-Christian Strache, del Partido Liberal (FPÖ) han hablado de «infiltración extranjera» de inmigrantes, en particular, de musulmanes. El primero llegó incluso a predecir el advenimiento de «Eurabia», un futuro continente mitológico que sustituiría a la Europa contemporánea, donde los niños de Noruega a Nápoles tendrían que aprender a recitar el Corán en las escuelas mientras sus madres permanecerían en casa con el «burka» puesto. Este clima de odio al extranjero ha provocado un espectacular aumento de la islamobia en Europa, con puntuales explosiones violentas como las del ultraderechista Anders Breivik, que justificó los atentados de Oslo y Utoya de 2011 como una respuesta al multiculturalismo.
Ante la tardía respuesta de los partidos tradicionales, los populistas han colocado a la inmigración en el centro del debate político. Como resultado, los gobiernos de los países más solidarios en 2015 (Alemania y Suecia) lo han pagado muy caro en las urnas. La ultraderecha se ha convertido en ambos países en la tercera fuerza del Parlamento y dificultado como nunca la formación de un Gobierno. En paralelo, la opinión pública se muestra contraria a la llegada de más refugiados. Un 46% de los europeos rechaza que su país acoja inmigrantes de países en conflicto.
Wodak advierte del peligro de que los viejos partidos asumen parte del discurso ultra para frenar la sangría de votos. «Las políticas de inmigración se han vuelto más estrictas, incluso en los países donde no hay refugiados o migrantes», explica. «Algunas de las políticas que los populistas han apoyado ya han sido asumidas e implementadas».
En efecto, el conservador austriaco Sebastian Kurz ganó en 2017 con un duro discurso contra la inmigración que robó votos a los ultras. Pero este fenómeno no es exclusivo de la derecha. Los socialdemócrata daneses, favoritos en las elecciones del 5 de junio, defienden imponer cuotas a la llegada de refugiados.
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