Nigeria

Elecciones en Nigeria: Así consiguen los partidos forzar el voto

En el Iponri High School, en Lagos, un individuo del APC vigila y controla que no se vote a los partidos de la oposición

Un ciudadano de Lagos camina junto a los carteles electorales del APC.
Un ciudadano camina junto a los carteles electorales del APC.Alfonso MasoliverLa Razón

Jornada electoral en Nigeria, un país donde 93.4 millones de personas ejercen su derecho a voto y más de la mitad de la población vive con dos dólares diarios. Jornada de esperanza, una esperanza que se repite cada cuatro años sin que los sueños de la población echen frutos. Es tremendamente complicado convertir los sueños en realidad, transformar lo intangible en tangible requiere de un esfuerzo titánico que será la próxima responsabilidad del candidato ganador. Los nigerianos no votan hoy por su bienestar, sino para sobrevivir en una nación moteada por la inseguridad de los bandidos y de los yihadistas, los secuestros, los asesinatos rituales, las extorsiones, los abusos de las mafias y una precariedad económica pavorosa. La realidad de Nigeria es esta, una realidad dura como una piedra que te golpea una y otra vez hasta que pierdes el sentido o decides mandarlo todo al carajo y te marchas del país.

Un interventor del Partido Laboralista nigeriano lo expone con una frase sincera y contundente: “Todos en este país queremos salir”. Y una encuesta publicada el año pasado por el Africa Polling Institute le da la razón, ya que siete de cada diez nigerianos interrogados afirmaron desear salir de su país.

Jornada electoral en Nigeria. Las calles están vacías. La policía ha decretado la restricción de movimientos entre las doce de la noche y las seis de la tarde y apenas pueden verse en las calles (por lo general abarrotadas, como a punto de estallar) a puntitos sueltos, humanos perdidos, motas de polvo en la ciudad que acuden con diligencia a votar en los colegios electorales. Los vehículos militares surcan las carreteras como erizos de hierro, donde los pinchos son los cañones de sus fusiles de asalto. Un sargento de la Armada nigeriana espera en una esquina con su pelotón, atento de que les envíen a calmar el próximo tumulto; augura una mañana tranquila, sin complicaciones, pero considera tras un instante de duda que, si las hubiera, “dispararemos al aire para utilizar la fuerza disuasoria”.

Uno de los colegios electorales con mayor capacidad de votantes es el Iponri High School. Casi 1.300 personas ejercen aquí su derecho a tener sueños. Son mujeres, jóvenes que participan en sus primeros comicios y ancianos que, sorprendentemente, no se cansan, son trabajadores laboriosos y holgazanes, personas con cientos de nombres diferentes que se desplazan a primera hora de la mañana para votar lo antes posible y volver a refugiarse en casa, no vayan a empezar los problemas con ellos al descubierto.

Militares nigerianos en Lagos.
Militares nigerianos en Lagos.Alfonso MasoliverLa Razón

El proceso electoral es terriblemente complicado. Un ciudadano mayor de edad deberá haber recogido su tarjeta de votante en las semanas previas a las elecciones, y no podrá votar sin dicha tarjeta. El votante hace cola en su mesa electoral, hasta que un miembro de la Comisión Nacional Electoral Independiente (INEC) toma su huella dactilar con una máquina de reconocimiento, le fotografía y le manda con otro compañero. El compañero tacha el nombre del votante de una lista, le colorea el pulgar con un rotulador azul y le entrega un número, diciéndole que espere en una segunda cola. El votante espera con paciencia bajo el tórrido calor nigeriano. Cuando llaman su número, si está atento, el votante se dirige al tercer compañero para recibir su papeleta, que rellenará en solitario antes de, por fin, depositar su voto en una caja destartalada y sin sellar. Este proceso puede durar pocos minutos o varias horas, dependiendo del lugar.

Ovieteme

Uno de los personajes más atareados en el Iponri High School se llama Ovieteme, es un hombretón musculoso con las gafas de sol caladas y ocultándole los ojos que corre de una cola a otra mientras estudia a los votantes. Ovieteme tiene muchas cosas que decir a la prensa. Señala a varios de quienes esperan y determina sin ningún género de dudas que “ese, ese y aquél no son de este barrio”. Comenta que “una de las cajas electorales no debería estar aquí” pero que no quiere adelantar conclusiones. Ovieteme, que no forma parte de ningún comité electoral, se ha autodenominado el defensor de la democracia en el Iponri High School y dedica las horas a aproximarse a los votantes para susurrarles un puñado de palabras al oído. Acusa a unos y otros de colarse, entona alabanzas sobre su partido, el APC, y desaparece su enorme cuerpo entre la muchedumbre para volver a aparecer, sudoroso, limpiándose la frente pelada con un trapo que lleva en la mano.

En un momento dado estalla una fuerte discusión porque Ovieteme ha acusado a unos votantes del LP de no guardar su sitio en la cola, a lo que los votantes del LP contestan, con razón, que Ovieteme tampoco está haciendo ni puñetero caso de las directrices electorales, que determinan que los votantes deben alejarse un mínimo de 300 metros de las cajas después de depositar su papeleta. Ovieteme es un tipo fuerte y se necesitan varios hombres para retenerle. Grita fuera de sí y le gritan los otros. Algunos de los presentes se apartan de la cola y animan con timidez a que Ovieteme sea expulsado del colegio electoral, pero son pocos, demasiado pocos, y pasados unos minutos de tensión parece que Ovieteme se ha calmado. Hace un gesto a sus contrincantes y sigue con lo suyo.

Nadie vigila las cajas, que están a cinco o diez metros de las mesas electorales. Este periodista fue testigo en una ocasión de cómo un miembro del INEC abría las cajas y sacaba dos votos de cada una. Y la gente está más preocupada del funcionamiento de las máquinas de reconocimiento facial que de las cajas, ya que estas máquinas, como era de prever, no funcionan demasiado bien. Y si no funcionan, la votación se detiene. En una de las colas del Iponri High School hacía tres horas que los votantes esperaban con amarga paciencia, agobiados porque las urnas cerraban a las dos y media de la tarde y temían que finalmente no se les permitiese votar. Los interventores se paseaban diciendo que no se preocuparan, que hubiera calma, que si había retrasos se prolongaría el tiempo de votación, pero este sábado en Lagos hacía calor y Ovieteme se hacía fuerte en su posición tras aquella discusión inicial.

Esporádicamente aparecen personalidades del barrio pertenecientes al APC que saludan a Ovieteme con aprecio, para orgullo del hombretón, y el público mira con una mezcla de recelo y admiración el trato que recibe de los hombres poderosos. A mediodía ya no hay nadie en el colegio electoral que ose contradecir a Ovieteme. La gente vota rápido y procurando evitarle. En un momento de resistencia ciudadana que nadie habría esperado, una llamada anónima atrae a dos policías de la brigada de Anticorrupción al colegio, que llevan aparte a Ovieteme para registrarle. La ley especifica que nadie puede tener más de 5.000 nairas en el bolsillo durante las elecciones, es para evitar la compra de votos, pero los dos policías dejan irse a Ovieteme tras unos segundos de conversación atropellada con cacheo incluido.

“Estoy contento de que haya pasado esto”, asegura el hombre pasados unos minutos, porque “de esta manera nadie puede dudar de que mis intenciones son honestas”. Está de muy buen humor. Bromea sobre la ocurrido y alardea de haber conseguido el número de teléfono de uno de los policías. Ovieteme es definitivamente intocable. Es un hombre fuerte, musculoso, la piedra que golpea a conciencia los sueños de los nigerianos. Al caer la tarde y hasta que cierran las urnas a las seis menos diez, se mueve con más soltura que nunca entre los votantes, regañando a algunos y animando a otros a ejercer su derecho de votar al APC.