África

Pagar o morir: el dilema de la deuda en África

Millones de ciudadanos africanos se ven forzados a asumir una deuda heredada, y vivir bajo sus consecuencias

Economía.- El FMI destaca el caso "poco común" de España, pero advierte del impacto de los aranceles y la incertidumbre
Economía.- El FMI destaca el caso "poco común" de España, pero advierte del impacto de los aranceles y la incertidumbreEuropa Press

En junio de 2024, una sucesión de jornadas de protestas en Kenia concluyó con 39 personas fallecidas. Los manifestantes incluso tomaron por asalto el parlamento. Fue una jornada histórica que abrió una brecha irremediable entre los jóvenes kenianos y el gobierno liderado por William Ruto.

Las manifestaciones comenzaron tras anunciarse una nueva ley fiscal que gravaría con mayores impuestos muchos de los productos básicos del día a día de la población, donde Ruto justificaba su decisión en la necesidad de pagar una deuda de 2.700 millones de dólares al Fondo Monetario Internacional. Alrededor de cuarenta personas murieron para desembolsar al FMI lo que España tarda una mañana en producir.

Lo sucedido en Kenia apenas fue un último y dramático ejemplo de las consecuencias que acarrean las políticas del FMI en las economías africanas. La teoría es clara: el FMI ofrece a las decadentes economías del continente paquetes de ayuda económica, en apariencia necesarios para salvar su situación; y exige a cambio políticas que reajusten el sistema para facilitar la financiación de la deuda.

Dagauh Komenan, nacido en Yamusukro, Costa de Marfil, es doctor en Ciencias Históricas (rama contemporánea) por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC). En una entrevista con LA RAZÓN desgrana las posibles ventajas y beneficios hayan podido aportar el FMI y o el Banco Mundial al desarrollo africano, señalando que "su papel ha oscilado entre el de salvavidas financiero y el de corsé estructural".

No niega que ambas instituciones han proporcionado recursos financieros para infraestructuras o para facilitar la estabilización macroeconómica, pero afirma que "lo beneficios han quedado a menudo neutralizados (o incluso revertidos) por los efectos adversos de sus políticas". Con esto se refiere a la liberación comercial, la austeridad fiscal, la privatización de empresas estatales y la eliminación de subsidios que pueden llegar a ser un requisito de supervivencia para los habitantes de países donde la renta per cápita no alcanza los 1.000 dólares anuales.

Una cuestión de vida o muerte

Komenan indica que "en lugar de estimular un crecimiento equilibrado, debilitaron sectores clave como la sanidad, la educación y la industria local, generando desempleo, desprotección y una mayor dependencia estructural del exterior". Y no es el único que piensa así. Sani Ladan es formador intercultural y especialista en política exterior, seguridad y migraciones internacionales. Además, trabaja como analista internacional e investigador especializado en temas relacionados con Oriente Medio, África central y Occidental.

Ladan va más allá en una conversación reciente con este periódico, al preguntarse hasta qué punto son realmente útiles algunas de las ayudas prestadas por estos organismos. Pone de ejemplo el antiguo Zaire, hoy República Democrática del Congo, en los tiempos en que fue gobernado por Mobutu Sese Seko (1971-1997):

"Se financiaron infraestructuras faraónicas que no tenían utilidad real […]. Todo ello financiado por el FMI. Los famosos elefantes blancos, proyectos monumentales pero ineficientes si queremos mirar su impacto social. En este caso, en lugar de impulsar el desarrollo, alimentaron la deuda y enriquecieron, en este caso, a una élite corrupta".

Ladan acierta de lleno al exponer el caso de Mobutu. Los datos más optimistas aseguran que el dictador traspasó un 50% de las ayudas a su país a su fortuna personal, mientras que los números más pesimistas señalan que la deuda externa congoleña y la fortuna de Mobutu al final de su mandato eran la misma cantidad: 15.000 millones de dólares.

Y pese a que existen informes del propio FMI que verifican esta información (el banquero alemán Erwin Blumenthal, funcionario del FMI, redactó un informe contundente sobre la administración del Zaire de Mobutu en 1982), no deja de ser representativo que República Democrática del Congo aún tiene la obligación de devolver la deuda que se apropió el ya fallecido dictador. Sani Ladan hace hincapié en esta situación rocambolesca, y añade que "sabemos los líderes que se atrevieron a no pagar la deuda. Acabaron asesinados, como fue el caso de Thomas Sankara".

Fue Thomas Sankara, presidente de Burkina Faso en la década de 1980, quien afirmó en julio de 1987, durante la Conferencia sobre la Deuda de la Organización de Unidad Africana, que "no podemos pagar la deuda porque no somos responsables de la misma (...). Frente a la organización de países capitalistas, tenemos la obligación moral de crear el Frente Unido de Addis Abeba contra la deuda". Sankara fue asesinado dos meses y medio después de pronunciar este discurso en Addis Abeba.

El discurso de Sankara y la cuestión de la deuda africana se remontan a los Programas de Ajuste Estructural (PAE) que fueron aplicados en las naciones africanas a partir de las independencias, con un mayor hincapié tras la crisis del petróleo de 1980. Según aseguran Carlos Lopes y George Kararach en su libro Cambio estructural en África (Catarata, 2023), "el coste social de los PAE fue tremendo.

La reducción de las instituciones del sector público y la privatización masiva provocaron pérdidas netas de empleo (...) y, sobre todo, los PAE no dieron los resultados esperados en términos de crecimiento". Y Komenan añade una nueva capa al dilema. "se produce una paradoja inquietante: gobiernos africanos elegidos se ven forzados a aplicar políticas diseñadas fuera de sus fronteras, sin consulta ni debate público real".

¿Una forma de represión indirecta?

El reciente caso keniano sirve de excelente ejemplo. Komenan indica que "es solo un ejemplo más de una tendencia que se remonta al Consenso de Washington (1989), cuando el FMI, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de EE UU promovieron una agenda neoliberal que reducía al Estado a un mero facilitador del mercado. En ese modelo, se ignoró algo fundamental: que los gobiernos no solo deben fomentar el crecimiento, sino también proteger el bienestar de su población". Mientras que Ladan es más explícito: "Cuando un gobierno aplica medidas impopulares para cumplir con una hoja de ruta dictada, en este caso, desde Washington, y luego reprime a quienes protestan, lo que se está aplicando en este caso es una forma de represión indirecta".

Una forma de represión indirecta que tiene su origen en el pago de la deuda adquirida por unos gobiernos, en muchos casos autoritarios, sin el consenso ciudadano, pero que deberán pagar los ciudadanos durante las décadas que vendrán. Y Komenan vuelve a citar a Sankara: "La deuda no puede ser reembolsada porque, si no pagamos, nuestros acreedores no morirán. Tengámoslo claro. En cambio, si pagamos, seremos nosotros los que moriremos. Tengámoslo claro también".

La pregunta que sigue es cómo podrían las naciones afectadas por estas políticas liberarse del peso de la deuda. La respuesta no es sencilla. Ladan habla de la necesidad de recuperar la soberanía económica abriendo el mercado africano más allá de su dependencia en las materias primas, desarrollando el sector industrial, fortaleciendo la agricultura local y construyendo cadenas de valor, y critica que "ningún país se ha desarrollado mediante micronegocios". Komenan concuerda con la necesidad de desarrollar la industria y diversificar la economía, añadiendo que la integración regional africana es otra vía fundamental.

Si puede sacarse una conclusión de la actual situación de la deuda africana, esta la resume el doctor marfileño con extrema precisión: "Urge revisar críticamente la deuda heredada". Tal y como ya afirmó Ladan, no parece justo, ni realista, que decenas de millones de dólares fugados del continente por la mano de regímenes autoritarios corruptos, cuyos dirigentes huyeron luego a terceros países con este inmenso capital, tengan que ser hoy desembolsados por una población que fue oprimida por estos mismos agentes. El sistema, aunque positivo en su teoría, ha llevado en la práctica al derrumbe de las economías, y lo que es peor: al derrumbe de los derechos básicos de cientos de millones de personas. ¿Cuánto tiempo podrá aguantar, hasta que lo sucedido en Kenia se expanda a otras naciones?