Muere Fidel Castro
En Cuba se nos quiere
Cuba tiene un impacto en nuestros medios de comunicación como pocos países del mundo. En muchos momentos de nuestra transición, la evolución de Cuba era casi un asunto de política interna. La muerte de Fidel Castro, aunque esperada por razones biológicas, ha repetido lo que apunto. Todos los medios han sacado en portada a toda página su fallecimiento. En otros países, por ejemplo en EE UU, «The New York Times» era más recatado, aunque las relaciones de Washington con La Habana sean allí un tema no baladí. La noticia ocupaba tres columnas.
En Cuba se quiere a España, probablemente el país del mundo en el que la gente de la calle más nos aprecia, y sus dirigentes no son indiferentes a nuestras reacciones. En la época de Franco, hubo una escaramuza sonada en la televisión cuando el embajador español Lojendio, indignado porque Fidel atacaba al Gobierno, se personó en los estudios censurando al dirigente castrista. Fue declarado persona non grata (Franco lo destinaría después a Suiza, sitio apacible, pero no era un premio). Sin embargo, cuando Adolfo Suárez visitó Cuba en 1978, época en que el comandante no tenía un dirigente occidental que lo visitara, Fidel nos sorprendió. Se coló en la atestada conferencia de prensa que dio Suárez y repentinamente, aludiendo a su amor por España, dijo que ni él, ni su Gobierno, ni el pueblo de Cuba podían olvidar la gallarda actitud que tuvo España con el anterior jefe del Estado resistiendo las presiones del imperialismo yanqui, comerciando con la isla, manteniendo el vuelo de Iberia, etc. Soy testigo de que los periodistas españoles alucinaban a cuadros al ver que piropeaba nada menos que al denostado Franco. El caudillo español siguió comprando en Cuba (azúcar...), pensaba que con todo lo hispano no se jugaba, y los cubanos apreciaban el gesto.
Con la democracia hubo altibajos. Después de Suárez irían el Rey, que hacía buenas migas con Fidel, y Felipe González. El socialista español firmó un acuerdo por el que indemnizaban a los españoles expropiados que sería criticado aquí, pero que era el mejor logrado hasta la fecha por un país damnificado. Fidel vino, de paisano, a la Cumbre Iberoamericana. Fue el líder que despertó mayor expectación, pero los españoles estaban ya de vuelta. Felipe González se desencantó pronto. Intentó enviar expertos, Solchaga y otras buenas cabezas, para intentar modernizar su sistema económico, pero era obvio que el comandante no estaba por cambios verdaderos. Posteriormente, en un par de entrevistas, afirmaría que González había querido meterle de matute el capitalismo.
Tuvo asimismo agrias palabras hacia Aznar cuando éste hablaba de la pendiente y deseable democratización de Cuba y el español se sumaba a la política restrictiva de la Unión Europea con la isla, e incluso profirió dicterios contra otros socialistas, Pons, Fernández Ordóñez –al que tacharía de colonialista(?)–. Zapatero tenía el ansia de ser el mediador entre EE UU y Cuba y lograr que se iniciara el deshielo. Los Castro no le dieron demasiada bola y prefirieron a la diplomacia vaticana. Cuba, incluso, a pesar de los requiebros zapateriles, no votó al obsequioso (con ellos) Moratinos para director de la FAO. Moratinos no salió. En el reinado de Rajoy ha habido feos, Raúl Castro no recibió a Margallo, a pesar de que el ministro español, como Moratinos, se había avenido a no recibir a la disidencia. Nos apoyaron, sin embargo, para entrar en el Consejo de Seguridad y, más inteligentes, no se suman a los improperios cerriles de Maduro. Las relaciones no están mal.
El Gobierno de Rajoy ha comprendido que no conviene apretar los tornillos de la deseada apertura. Hay que ir con mucho tiento. E imagino que sabrá que la desaparición de Fidel no va a significar un cambio radical. Raúl puede seguir con su muy modesta aperturilla, pero hay que cavilar sobre lo que harán los militares que están en la sombra y que tienen un sustancial poder que aquí se desconoce.
*Embajador de España
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