Elecciones europeas
Europa, entre la integración o la involución
Más de 400 millones de ciudadanos de 28 países están llamados a acudir a las urnas. La fragmentación parlamentaria forzará una política de alianzas
Más de 400 millones de ciudadanos de 28 países están llamados a acudir a las urnas. La fragmentación parlamentaria forzará una política de alianzas
Un cómputo total de 412.884.923 ciudadanos de los 28 estados miembros de la Unión Europea decidirán mañana el futuro del continente en las octavas elecciones al Parlamento Europeo que arrancaron el pasado día 22 bajo los efectos de la crisis económica. Los electores, afectados por el desencanto hacia las políticas comunitarias y la clase política, deben elegir a sus 751 representantes en la Eurocámara entre 16.380 personas, repartidos en 953 listas, que han presentado sus candidaturas en toda la UE. Sin embargo, planea sobre los comicios el temor a la abstención y el voto de castigo a las políticas de austeridad que han dañado especialmente a las clases medias y bajas. La incapacidad de la UE de ofrecer prosperidad y estabilidad a sus ciudadanos ha alimentado el rechazo a la institución que por otra parte ha garantizado el mayor período de paz desde el Imperio romano como recuerda a LA RAZÓN, el ex presidente del Parlamento Europeo, Enrique Barón. En las últimas elecciones europeas la participación media fue del 43% en los 27 estados que integraban la Unión, frente al 62 % cosechado en 1979 en los nueve estados miembros fundadores del club. A medida que ha avanzado la historia, la abstención se ha incrementado, aunque existen importantes diferencias entre países.
Por ejemplo, entre Bélgica y Luxemburgo, con su cerca del 90%, o el 20% de Eslovaquia o Lituania, pasando por el 65% de Italia. Estos comicios, los únicos que designan los miembros de una institución de la UE por sufragio directo, marcarán el futuro de la recuperación económica, tímidamente iniciada en el trimestre pasado, así como las siguientes fases de la integración política. De ellos dependerá, además, poner fin, o no, a la tradicional división entre el norte y el sur del continente, con sus diferencias de desarrollo, crecimiento y niveles de desempleo. Estas elecciones permitirán a los votantes juzgar los esfuerzos realizados por los líderes de la Unión Europea para atajar la crisis de la zona euro y expresar su opinión sobre los planes para intensificar la integración económica y política. Además, serán las primeras elecciones que se celebran desde que el Tratado de Lisboa otorgara en diciembre de 2009 nuevas competencias al Parlamento Europeo. Un aspecto nuevo e importante introducido por el Tratado es que, cuando los estados miembros de la UE tengan que nombrar al sucesor de José Manuel Durão Barroso al frente de la Comisión Europea, por primera vez deberán tener en cuenta los resultados de estas elecciones. La candidatura presentada por los Veintiocho tendrá que ser respaldada por el Parlamento Europeo, porque, en palabras del Tratado, la Eurocámara «elige» al presidente de la Comisión, lo cual implica que ahora los votantes decidirán quién toma el testigo del Gobierno de la UE.
Sin embargo, no todo el mundo lo tiene igual de claro y son muchos los que desconfían de los movimientos de los gobiernos a la hora de actuar a espaldas de la Eurocámara. El presidente del Consejo, el belga Herman Van Rompuy es uno de los líderes europeos que más claramente ha abogado por que los líderes de los 28 tengan las manos libres para elegir con libertad al presidente de la CE. «Una mayoría simple en el Parlamento es necesaria (para elegir al presidente de la CE), o 376 escaños. Pero también es necesaria una gran mayoría en el Consejo Europeo», aseguró Van Rompuy. Fuentes parlamentarias apuntan a que es muy difícil que los 28 opten ahora por apostar por otros nombres, entre otras cosas porque los líderes «no quieren líos» y querrían poder llevar a cabo este cambio de legislatura con tranquilidad. Aun así los movimientos ya han comenzado. El pasado jueves Van Rompuy se reunió a puerta cerrada con la canciller alemana, Angela Merkel, para tratar estos asuntos, que serán abordados por los líderes el próximo 27 en una cena informal en Bruselas. La líder de la CDU ha destacado que no hay «automatismo» entre los resultados y la elección del sustituto de Barroso, es decir, que el candidato de la lista más votada no tiene por qué ser el nombre que el Consejo Europeo elija, aunque recientemente se comprometió a atender «la voz de las urnas». Pero además, esa voz puede ser tímida. La fragmentación del voto obliga a pensar en alianzas. En los últimos sondeos, el Partido Popular Europeo ha ampliado su ventaja respecto a la Alianza de Socialistas y Demócratas, situándose en los 217 escaños, frente a los 201 de los socialistas.
Eso significa que al candidato cristianodemócrata Jean Claude Juncker todavía le faltarían 159 escaños difíciles de conseguir, pues los liberales sólo le darían 59 votos y el luxemburgués se ha comprometido a no contar con los votos de los euroescépticos para gobernar. Esta situación da alas a aquellos que creen en la «gran coalición» a la alemana, con un pacto PPE-PSE, que en la práctica supondría repartir amistosamente los cargos vacantes: presidente de la Comisión, Alto Representante para la Política Exterior, presidente del Consejo Europeo, presidente del Eurogrupo, presidente de la Eurocámara y vicepresidentes. A la hora de gestionar los dossieres legislativos, ese pacto no sería en realidad contranatura pues los principales partidos de la Eurocámara votaron lo mismo en el 74% de los casos durante el período legislativo 2009-2014.
Enrique Barón cita entre los retos de los próximos cinco años: primero, avanzar en al unión económica y relanzar la economía; segundo afirmación democrática y el tercero sería resolver el papel de la UE en el mundo.
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