Opinión

El mundo de Gorbachov

Hoy en día la realidad se sumerge de nuevo en una crisis militar global, y nadie puede predecir cuán dramática será y cuánto durará

Flores depositadas frente a un retrato del difunto ex presidente soviético Mijail Gorbachov en su oficina en la sede de la Fundación Gorbachov en Moscú, Rusia, este miércoles
Flores depositadas frente a un retrato del difunto ex presidente soviético Mijail Gorbachov en su oficina en la sede de la Fundación Gorbachov en Moscú, Rusia, este miércolesMAXIM SHIPENKOVAgencia EFE

Mijail Gorbachov, el último presidente de la Unión Soviética, ha fallecido esta semana en Moscú, y una gran época que él ayudó a iniciar parece estar muriendo también. La grandeza de Gorbachov estuvo determinada por su voluntad de luchar por la paz y la libre elección del pueblo, aun cuando tanto el pacifismo como la democracia parecen incompatibles con los orígenes y la historia del Estado que dirigía. Manteniéndose firme en su elección, acabó con la Guerra Fría iniciada cuarenta años antes, y creó así el mundo abierto y globalizado en el que la mayoría de nosotros pasamos la mayor parte de nuestras vidas.

Pero hoy en día, mirando hacia atrás, diría que los “tiempos de Gorbachov”, que comenzaron en marzo de 1985 y duraron hasta el 24 de febrero de 2022, se asemejan a otra época histórica que duró no tanto entre 1919 y 1939. Gorbachov llegó al poder cuando el mundo estaba tremendamente agotado por el enfrentamiento ideológico entre los dos sistemas políticos y cuando la propia Unión Soviética se acercaba al borde del colapso económico y de un atraso tecnológico incurable. Todo esto se parecía en cierto modo a la situación que se produjo al final de la Primera Guerra Mundial, que fue considerada un desastre por todas las partes participantes y que arruinó no sólo a Alemania, sino también a todas las potencias imperiales continentales. Gorbachov, junto con Helmut Kohl y Ronald Reagan, Margaret Thatcher y François Mitterrand, George Bush y Brian Mulroney intentaron perfilar un mundo global sin guerras ni violencia, sin odio ideológico y sin alianzas conflictivas, del mismo modo que setenta años antes Woodrow Wilson y George Clemence-au, David Lloyd George y Vittorio Emanuele Orlando avanzaron sus ideas de un nuevo orden pacífico centrado en la Sociedad de Naciones.

La época de Versalles y la década de 1920 en general fueron similares a los años de la Perestroika también porque ambas fueron las épocas en las que Europa experimentó una desimperialización y democratización radicales: fueron las épocas en las que surgieron nuevos Estados-nación encabezados por nuevos líderes entusiastas; en las que se construyeron innovadores institutos de cooperación; en las que tanto los filósofos como los responsables políticos se mostraron extremadamente entusiastas sobre la paz, la prosperidad y la integración venideras. El famoso concepto del “fin de la historia”, tan extendido a finales de la década de 1980, resonaba perfectamente con la comprensión del gran conflicto de 1914-1918 como “la guerra para acabar con todas las guerras”. Hubo dos “épocas optimistas” en las que el futuro parecía brillante, y los proyectos más audaces del cambio global parecían realistas y realizables.

Pero parece que en ambos periodos muchas de las decisiones tomadas por los responsables políticos fueron prematuras y no convenían a demasiadas partes, mientras que varias instituciones y procedimientos que se crearon parecieron ineficaces y frágiles. De la misma manera que la Sociedad de Naciones no pudo evitar las guerras en China o España, las instituciones y los tratados creados y concluidos en los años de la “perestroika” no fueron capaces de garantizar ni la paz en muchas partes de Europa ni el régimen de derechos humanos en otros lugares. Ya a principios de la década de 2000, una nueva generación asumió el poder en Rusia, en Estados Unidos y en toda Europa, con una visión del mundo diferente, más “realista”. Los enfoques de confrontación empezaron a prevalecer una vez más, y ahora es demasiado tarde para buscar a los principales responsables de ese cambio; bastaría con estar de acuerdo en que el idealismo de Gorbachov fue rechazado por muchos y en diversas formas. Al igual que la Europa de los años 20 fue incapaz de unirse de verdad acogiendo e incorporando a Alemania, el mundo de los años 90 y 2000 no consiguió integrar a Rusia, aunque ambas tareas fueran completamente realistas.

Mijail Gorbachov abandonó casi simbólicamente este mundo cuando desaparecieron las últimas posibilidades de que sus ideas se pusieran en práctica. Hoy en día la realidad se sumerge de nuevo en una crisis militar global, y nadie puede predecir cuán dramática será y cuánto durará. La serie de conflictos actuales en torno a la otrora derrotada (y no perfectamente acomodada) Rusia se asemeja perfectamente a los conflictos que surgieron en Europa y sus alrededores desde 1935 provocados por la Italia y la Alemania revanchistas. Supongo que el resultado de todos estos enfrentamientos será el mismo que el de la Segunda Guerra Mundial: la nueva potencia fascista, Rusia, será derrotada por el solidario Occidente ya que su “des-nazificación” y “des-militarización” es lo que más necesita el mundo ahora. Rusia será derrotada, y lo que deseo es que el mundo vuelva a abrazar las ideas de Gorbachov sobre el nuevo pensamiento político de la misma manera que reinventó en los años 40 y 50 la doctrina de los derechos humanos, la asamblea mundial de los pueblos y, por último, la idea de la integración europea, todos los conceptos que han sido establecidos por los idealistas de los años 20. Y entonces quedaría claro que el Premio Nobel de la Paz de Gorbachov vale mucho más que media docena de premios del tipo de los que se concedieron hace un siglo a estadistas tan diversos como Woodrow Wilson y Hjalmar Branting, Aristide Briand y Gustav Stresemann. Pero el día en que se ponga de manifiesto está todavía muy lejos, y el camino hacia él será poco fácil...

* Vladislav Inozemtsev es asesor especial del proyecto de Estudios sobre los Medios de Comunicación rusos de MEMRI, y es fundador y director del Centro de Estudios Postindustriales, con sede en Moscú.