Grecia

Hacinados en la trampa de Idomeni

La decisión de varios países europeos de cerrar las fronteras ha atrapado en pleno invierno a 14.000 personas en el paso entre Grecia y Macedonia.

Refugiados en el campo de Idomeni, en Grecia, ayer junto a una hoguera para calentarse al caer la noche
Refugiados en el campo de Idomeni, en Grecia, ayer junto a una hoguera para calentarse al caer la nochelarazon

La decisión de varios países europeos de cerrar las fronteras ha atrapado en pleno invierno a 14.000 personas en el paso entre Grecia y Macedonia.

El día empieza pronto en Idomeni y desde las primeras horas este campo de refugiados en la frontera entre Grecia y Macedonia es un hervidero de gente que va y viene. La decisión de Macedonia y del resto de países de la ruta de los Balcanes de reducir el número de migrantes a los que permiten la entrada ha dejado a entre 13.000 y 14.000 personas atrapadas en este lugar, donde carecen de las mínimas condiciones.

Las últimas lluvias han creado un barrizal que lo hace todo mucho más complicado y aumenta el temor de las organizaciones como Médicos sin Fronteras de que se produzcan infecciones por la contaminación de las aguas. «Estamos pasando mucho frío por las noches. No tenemos ropa para cambiarnos y tenemos que ir allí (señala la cola cercana) para tener comida», cuenta Hala, una mujer siria que viaja junto a sus diez hijos y su marido. Él está en la fila, que se alarga casi hasta donde se pierde la vista, para conseguir el número que les permitirá cruzar la frontera. En las últimas 48 horas tan sólo lo han conseguido unos 350 sirios e iraquíes, las únicas nacionalidades que tienen permitido el paso.

Mientras hablamos se consume la pequeña hoguera que la mayoría de familias ha encendido delante de sus tiendas, pues estas endebles construcciones apenas consiguen resguardarles de las bajas temperaturas. Hala, que presenta orgullosa a toda su descendencia, sostiene en brazos a Hasna, de dos años, que está muy resfriada y no quiere moverse del regazo de su madre. El resto de pequeños corretean ajenos a las preocupaciones de los mayores.

En los últimos seis días, Médicos Sin Fronteras ha tratado a más de 700 personas, la mayoría mujeres y niños menores de cinco años, con problemas respiratorios, gastroenteritis, resfriados y fiebre debido a las malas condiciones higiénicas y al hecho de tener que dormir a la intemperie. Aunque los voluntarios les reparten mantas y sacos de dormir, hay veces que no llegan para todos.

«Nosotros estamos bien, pero tenemos miedo por los niños», sostiene Hala, que recuerda que en Damasco tenían una buena vida. Khaled regentaba una tienda de ropa hasta que los bombardeos les arrebataron a dos de sus hijos y les terminaron de convencer de la necesidad de dejar su país. Ahora tienen que empezar de cero. Durante el trayecto en bote desde Turquía a una de las islas griegas perdieron el dinero y los móviles.

Entre los improvisados pasillos que ha dejado la instalación de miles de tiendas de campaña, Rusia y Wleid, que se casaron hace sólo un mes y dejaron Siria para buscar un futuro a salvo en Europa, degustan la sopa que un grupo de voluntarios acaba de repartir.

Unos pasos más allá, al lado de las vías del tren, ha colocado sus tiendas el grupo de Ali. Son tres familias que dejaron las ciudades iraquíes de Bagdad y Mosul y llegaron hace dos días a Idomeni. A pesar de la difícil noche que dicen haber pasado, no paran de bromear entre ellos. Ali, Abraham y Kasim rondan los 25 años y comparten la ilusión de llegar hasta Alemania o Suecia para poder continuar con sus estudios de derecho, informática y magisterio, respectivamente.

Ali hace dos años que no ve a sus padres. Tuvo que dejar Bagdad para no tener que hacer el servicio militar. «Me ves contento aunque siento mucho dolor. Es la única forma, los árabes somos muy fuertes», asegura este joven, mientras coje a la pequeña Fátima entre sus brazos.

A medida que pasan los días, la tensión en Idomeni va en aumento. Muchos llevan más de una semana esperando para cruzar y la persistencia del cierre de la frontera ha llevado a un grupo a organizar periódicamente una protesta en forma de sentada en las vías del tren que comunican Grecia y Macedonia. «Abrid las fronteras» y «Merkel ayúdanos» repiten mientras un helicóptero del Ejército sobrevuela la zona. Los que parece que dirigen la protesta discuten cuáles son las mejores formas de hacer presión. Están desesperados y piden ser escuchados. «Somos seres humanos», dice la pancarta que sostiene una niña. Desde la carretera se vislumbra una imagen impactante. Una maraña de tiendas de campaña se erige en medio de una enorme extensión de campo que rodea al paso fronterizo. Caravanas de personas caminan hacia el campo o en dirección a los hoteles y supermercados a seis o siete kilómetros de distancia. Si se cumplen las peores previsiones del Gobierno heleno, en las próximas semanas podría haber unas 100.000 personas varadas en todo el país.

Hasta hace pocos días, Idomeni era un campamento de tránsito pensado para acoger a 2.500 personas durante su corta estancia de camino al centro de Europa. Ahora corre el peligro de convertirse en un gran albergue en el mismísimo corazón de Europa.