Terremoto en Italia
«He logrado salvarme, pero mi mujer y mis hijos siguen ahí dentro»
Ni siquiera Dante Alighieri en su «Divina Comedia» habría podido describir el infierno que se está viviendo en estas jornadas en el centro de Italia. Esta vez, las llamas de la imaginación popular han sido sustituidas por las gélidas temperaturas de una enorme nevada, que desde el domingo ha provocado cortes de luz que, sumado a los terremotos del miércoles, y los consecuentes derrumbes, han convertido los edificios en horribles trampas para sus habitantes, como el Hotel Rigopiano, donde se calcula que entre 30 y 36 personas quedaron atrapadas a la espera de los equipos de rescate.
El cocinero Giampiero Parete, que disfrutaba allí de unos días vacaciones con su esposa, Adriana, y sus dos hijos, Ludovica y Gianfilippo, de 6 y 8 años, dio ayer el único testimonio directo de lo ocurrido. Desde la habitación del hospital de Pescara donde se recupera de la hipotermia sufrida, contó que había salido a buscar en su coche un analgésico para su mujer porque tenía dolor de cabeza. «Vi la montaña que se me venía encima, la nieve con piedras se llevaba todo por delante, a mí también, me sujeté a una rama, allí estaba también un empleado del hotel (Fabio Salzetta, el otro superviviente rescatado ayer), tratamos de volver al hotel pero era imposible. Nos refugiamos entonces dentro de un coche y llamamos pidiendo ayuda, pero no sé nada de mi familia. Mi mujer y mis hijos siguen ahí dentro», dijo por teléfono a su jefe. Giampiero Parete está hospitalizado en Pescara fuera de peligro, pero vive su particular tragedia esperando noticias de sus seres queridos. Anoche, pese al dramatismo de las primeras imágenes del lugar y, aunque las probabilidades de supervivencia eran pocas, los parientes del personal del hotel y de las víctimas no perdían las esperanzas. El padre de una chica identificada sólo como Marinella, empleada del establecimiento, manifestó su «gran angustia» a reporteros de televisión. Con una gran tristeza y la voz quebrada, contó que horas antes del derrumbe había intercambiado unas pocas palabras por teléfono con su hija para asegurarse de que estaba bien después de los temblores que se sintieron todo el miércoles –cuatro de gran intensidad–. El hombre se quejó por la demora de los equipos de rescate y dijo que «no tenía otro remedio que llegar al lugar caminando». La abuela de la misma joven dijo llorando que su nieta «era la cosa más bella».
Otra joven habló sollozando de su novio, un camarero del hotel con quien habló esa misma tarde y le comentó que «no se explicaba por qué aún no llegaban los vehículos con turbinas para limpiar la nieve y poder irse de allí».
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