Cuba

La CIA se revuelve y justifica la labor de sus agentes tras el 11-S

El director de la CIA, Jhon Brennan, comparece, ayer, en Langley (Virginia)
El director de la CIA, Jhon Brennan, comparece, ayer, en Langley (Virginia)larazon

El director de la agencia recuerda que los interrogatorios eran «legales», aunque admite que las torturas son «repugnantes»

Todo fue extraordinario. El director de la CIA, John Brennan, que suele evitar las cámaras, los periodistas e incluso ser fotografiado, abordó ayer en una inédita comparecencia desde la sede de la Agencia de Inteligencia en Langley (Virginia) a las afueras de Washington, las revelaciones del demoledor informe del Senado sobre las torturas cometidas entre 2002 y 2009. Publicado el martes, el documento se elaboró durante más de cinco años por los miembros demócratas del Comité de Inteligencia de la Cámara Alta. «Como ha sido siempre el caso durante sus entonces 54 años de historia, la CIA buscaba respuestas. No sólo a los interrogantes por las amenazas a las que nos enfrentábamos, sino también para frenar los futuros ataques», explicó ayer el jefe de la CIA en un lenguaje muy parecido al de los republicanos para justificar las controvertidas prácticas de los espías.

Brennan reconoció que la agencia no estaba preparada para la tarea que le encomendó el ex presidente George W. Bush. Describió el programa de interrogatorios como un «territorio no explorado» y admitió que la agencia no tenía experiencia en albergar a detenidos. «Seamos claros: no hemos determinado que fuese este interrogatorio dentro del programa lo que nos permitiese conseguir información útil», explicó Brennan en un lenguaje muy medido que contradice los comentarios que realizó durante la audiencia de confirmación de su cargo en 2013, cuando cuestionó los métodos de interrogatorio. Aunque ayer reconoció que las torturas son «repugnantes», recordó que eran «legales». A este respecto, explicó que «el uso de métodos coercitivos tiene un gran riesgo de resultar en información falsa porque alguien que está sujeto a estos métodos coercitivos podría ser capaz de decir cualquier cosa para que pararan».

Más duro fue en una entrevista con la cadena Fox el ex vicepresidente Dick Cheney, que criticó el informe del Senado sobre las técnicas de interrogación de la CIA. «Está lleno de mierda. Es un trabajo terrible. Está lleno de fallos», indicó el vicepresidente de Bush. En declaraciones al espacio de Fox News «Special Report with Bret Baier», indicó que las controvertidas técnicas se utilizaron con militantes (por supuestos terroristas) confirmados y contradijo lo que se defendió en el informe de que los interrogatorios no habían obtenido resultados.

Tras reconocer Cheney que no había leído el documento de 500 páginas al completo, defendió las polémicas tácticas de forma contundente. Entre ellas, destaca el «waterboarding» (poner una toalla en la cara sobre la que después echar agua para provocar la sensación de asfixia) y la «hidratación rectal» (introducir agua por el recto). «¿Qué está uno dispuesto a hacer para conseguir la verdad sobre los siguientes ataques planeados contra Estados Unidos?», se preguntó Cheney a modo de reflexión durante la entrevista con la cadena conservadora.

El ex vicepresidente estadounidense también contradijo las afirmaciones de que el presidente Bush desconocía la utilización de estos métodos. «Creo que sabía todo lo que quería saber y necesitaba saber», explicó Cheney en referencia a la orden secreta que firmó el dirigente republicano seis días después de los ataques del 11 de septiembre de 2011, que permitió a la CIA capturar y mantener prisioneros a supuestos terroristas de Al Qaeda.

Cheney: Un informe «basura»

Después llegó la aprobación de la Ley Patriota (Patriot Act), que anula los derechos civiles en virtud de la seguridad de Estados Unidos y a principios del año siguiente la llegada de los primeros detenidos en dos autobuses por la noche a la base naval de Estados Unidos en Guantánamo (Cuba).

De esta forma, durante las semanas posteriores al 11-S, los espías de la CIA empezaron a valorar las opciones. En un principio, sopesaron un sistema en el que los capturados fuesen tratados como los reclusos que se encuentran en las prisiones federales o militares de EE UU. Mientras, las condiciones en las prisiones secretas de la agencia en el mundo serían como las de las cárceles de máxima seguridad de Estados Unidos. Los interrogatorios serían llevados a cabo según el Manual del Combate del Ejército de Estados Unidos, que prohíbe el interrogatorio forzoso y doloroso. Sin embargo, se optó por los lugares conocidos como «sitios negros», donde algunas personas fueron encadenadas a los muros y olvidadas. Otras se murieron de frío en suelos de cemento y a algunas se les practicó la técnica del «waterboarding» (ahogamiento fingido) hasta que perdieron la consciencia.

En la CIA, no lo tenían todo claro. Los agentes carecían de experiencia como carceleros. Entonces, pensaron en pedir al Pentágono que estableciese centros de detenciones en las bases militares que hay fuera de las fronteras de Estados Unidos, pero el entonces secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, se negó a permitir que el Pentágono se convirtiese en el carcelero de los espías. Con todo, el 7 de enero de 2002, llegaron los primeros detenidos a Guantánamo, la única de la que dispone Washington en Iberoamérica. Allí todavía se encuentran los cinco conspiradores del 11 de septiembre en el Campo 7, un lugar dentro de la base sólo conocido por el comandante de la misión y ciertos militares.

Antes de que llegasen los primeros detenidos a Guantánamo, el equipo legal de la CIA empezó a valorar cómo buscar grietas en el sistema legal para justificar las torturas. Tenían un problema: en el manual de la agencia, se establecía que sus operativos no podían participar en «torturas, tratamiento cruel, inhumano, degradante, castigos o detenciones prolongadas sin cargos».

Poco después se creó todo un sistema lingüistíco para, sin que nadie pudiese acusarles de vulnerar la ley, poder cruzar las «líneas rojas» que Estados Unidos había marcado. De esta forma, en vez de prisioneros de guerra, se les denominó detenidos. Los mismos no estaban en cárceles, sino en centros de detención. Nunca han sido juzgados en consejos de guerra, sino en comisiones militares. Un nuevo léxico que para los activistas resulta ridículo, pero que dio margen de maniobra a los agentes y a los abogados.