Bruselas
La fractura étnica pervive en el décimo aniversario de Kosovo
La corrupción, el paro, la crisis económica y la tensa relación con Serbia marcan la efeméride de un territorio de apenas dos millones de habitantes.
La corrupción, el paro, la crisis económica y la tensa relación con Serbia marcan la efeméride de un territorio de apenas dos millones de habitantes.
Miles de sonrisas festivas y calles teñidas de azul y amarillo –los colores de la bandera kosovar– protagonizarán hoy los diez años de independencia del Estado balcánico. Dos días después de que Serbia celebrara su fiesta nacional –conmemorando no sólo su primera constitución, sino el levantamiento contra el Imperio Otomano a principios del siglo XIX–, la que fuera una de sus provincias festeja su primera década tras la declaración unilateral de independencia del 17 de febrero de 2008.
Han pasado diez años, pero Kosovo aún está lejos de convertirse en un país funcional. La comunidad internacional está dividida sobre su reconocimiento como país –hay cinco miembros de la Unión Europea, entre ellos España, que no reconocen a Kosovo como Estado soberano–. Además, las conversaciones con Serbia siguen estancadas.
Enclavado en el corazón de los Balcanes, esta entidad de poco menos de dos millones de habitantes sufrió a finales de los años 90 una de las guerras más cruentas tras la desmembración de Yugoslavia. Hoy, la república balcánica, de mayoría étnica albanesa, aborda su presente con más optimismo que hace veinte años. Sin embargo, la pésima situación económica, con altos niveles de desempleo, la corrupción, los bajos salarios y jóvenes emigrando en masa en busca de mejores condiciones de vida, unido a las aún tensas relaciones con Serbia, son los principales retos a los que se enfrenta Kosovo de cara a uno de sus deseos más ansiados: la integración en la UE. No obstante, Bruselas condiciona el inicio de conversaciones al buen rumbo de la normalización diplomática con Belgrado. El diálogo entre ambos volvió a truncarse por enésima vez el 16 de enero con el asesinato de Oliver Ivanovic, líder serbokosovar, en Mitrovica, principal ciudad del norte de Kosovo, donde se asienta la minoría serbia. El asesinato, condenado tanto desde Belgrado como desde Pristina, continúa bajo investigación.
La ciudad es un termómetro de las tensiones entre ambas comunidades desde la declaración de independencia de Kosovo y revela el aspecto más oscuro e inquietante de una de las pocas ciudades étnicamente divididas en Europa. La frontera mental del río Ibar divide en dos la localidad: al sur, con un cielo poblado por minaretes, la población albanesa; al norte, con una iglesia ortodoxa dominando el paisaje, la comunidad serbia. Durante la época dorada de Yugoslavia, Mitrovica era popular por la música rock y la mina de Trepça, un yacimiento que llegó a tener en torno a 20.000 empleados. Hoy, el desempleo en la zona ronda el 60%, el más alto de Kosovo.
Arta Hashani, albanokosovar de 18 años, estudia bachillerato de ciencias en la parte sur de Mitrovica. Para Hashani, la falta de oportunidades es uno de los mayores retos de la ciudad. «Las probabilidades de conseguir un trabajo son bajísimas. La actividad en la mina de Trepça, el mayor recurso de Mitrovica, está paralizada y hay muy poca inversión», afirma Hashani. «La mayor riqueza de esta ciudad es la juventud y nos encontramos sin ningún tipo de salida», argumenta la joven. Algo más de la mitad de la población de Kosovo son jóvenes menores de 25 años, lo que convierte al Estado balcánico en el más joven de Europa.
Las ayudas internacionales llegan a través de ONG que buscan integrar a dos comunidades fuertemente politizadas. Nemanja Nestorovic, de Community Building Mitrovica, asegura que líderes de ambas comunidades tratan de usar la división en la ciudad como propaganda: «Durante las campañas electorales, la ciudad está siempre en el ojo del huracán». «Los políticos no saben lo que pasa en Mitrovica –continúa Nestorovic–, los hay quienes incluso vienen de Pristina o de una gran ciudad de Serbia, creen que se van a encontrar una población con tensión constante, pero, una vez aquí, se dan cuenta de la normalidad de una ciudad que sólo busca crecer».
«Desde 2001 las cosas han cambiado aquí», afirma Miodrag Marinkovic, de la ONG Aktiv. «Las tensiones étnicas han desaparecido y nos encontramos en otro nivel de necesidades, necesidades sociales: trabajo, educación e igualdad de oportunidades entre comunidades». Aunque Marinkovic afirma que era algo impensable en el pasado, «hoy es normal ver a serbios en el sur y albaneses en el norte». A Igor Simic, responsable de comunicación de Lista Srpska, la principal formación electoral de la comunidad serbia en Kosovo, le gustaría que Mitrovica fuera vista como un ejemplo de ciudad multicultural en paz. Sin embargo, Simic se queja de los problemas que aún tiene la comunidad serbia. «Kosovo no quiere integrar a los serbios en su sociedad, seguimos teniendo problemas para obtener nuestros documentos de identidad», afirma Simic.
Han pasado diez años, pero Kosovo sigue anclado en la corrupción crónica y la falta de expectativas económicas. A pesar de ello, hoy será un día de celebración en este rincón de los Balcanes.
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