Reformas en Cuba

La Habana, una ciudad amordazada

La capital cubana amaneció en silencio, sin música y sin bebidas alcohólicas. Domina el temor a ser acusado de antirrevolucionario.

Un hombre barre una acera del centro de La Habana
Un hombre barre una acera del centro de La Habanalarazon

La capital cubana amaneció en silencio, sin música y sin bebidas alcohólicas. Domina el temor a ser acusado de antirrevolucionario.

Una ciudad en silencio, sin música ni bebidas alcohólicas y con largas colas para repostar combustible o comprar pan es el panorama de La Habana un día antes de que comiencen las honras fúnebres de Fidel Castro. «Es como si viniera un ciclón», nos dice a media voz Francisco, un viejo jubilado que de todas maneras se alegra en algo que le hayan adelantado los «productos de la libreta». Y es que muchas bodegas, como le llaman los cubanos a los lugares donde se vende a precios subvencionados la magra cuota de arroz, frijoles, azúcar y un mínimo de grasas, han recibido la «orientación» de adelantar la venta de la cuota mensual, porque durante los próximos días La Habana estará paralizada por los funerales.

Las largas colas son visibles en las panaderías y los mercados, porque todo el mundo se está pertrechando para dos días o quizás más de movilización semiobligada hacia la Plaza, donde ya situaron largas vallas para controlar y dirigir el acceso de la gente, que se supone será una fila interminable durante los dos días que dure el homenaje oficial en La Habana. No se han suspendido las clases en las escuelas ni la jornada laboral, pero de facto se sabe que lo que se impone es marchar hacia la Plaza, y no hacerlo sería cuando menos un acto insensato, porque significaría «marcarse» ante los ojos de los aún mayoritarios partidarios de los Castro. De hecho, por la televisión, que mantiene una constante «programación patriótica», con documentales históricos, algún que otro filme del mismo corte y una emisión informativa continua, ya han comenzado a informar de las regulaciones de tráfico en la ciudad, que se concretan en que el servicio de autobuses urbanos será paralizado casi totalmente, salvo los que saldrán de los diferentes municipios con destino a la plaza de la Revolución.

Los que peor lo están pasando son los miles de turistas que se han visto atrapados por el «momento histórico» y que miran curiosos e incrédulos el despliegue para los funerales. Sin música, sin cervezas ni fiestas, algunos que intentaron «migrar» hacia Varadero vuelven decepcionados contando que ni por las noches se atreven a poner música en las discotecas de los hoteles, y que hasta las tradicionales animaciones planificadas han sido suspendidas. Ni siquiera en La Habana Vieja se ven los tradicionales tríos o dúos de buscavidas, que con un par de maracas, una guitarra y un bongó andan día y noche detrás de los «yumas» para ofrecerles viejos y desafinados sones y guarachas. La Habana, toda Cuba, es un país mudo. Detrás del silencio hay en parte respeto por el fallecido, pero sobre todo mucho temor.

Nadie quiere arriesgarse a que la risa o siquiera un grito sean considerados como un gesto de desafecto por alguno de los innumerables agentes de seguridad que, vestidos de civil, desandan las calles, o las «brigadas de respuesta rápida», formadas por miembros del Partido Comunista, que mal disimuladamente patrullan los lugares más céntricos. Las paladares, restaurantes particulares que le hacen la competencia a los del Estado, son de los pocos lugares donde uno puede tomarse una cerveza o un cóctel, eso sí, a precios más elevados y sin hacer mucho ruido. Los que sí están haciendo su agosto son los «carretilleros», vendedores ambulantes de productos agropecuarios, que han salido hoy a las calles cargados. Felicia, una vieja negra extrañamente canosa, se quejaba visiblemente ante uno de ellos por el precio de unos plátanos. «Ustedes se están aprovechando, no respetan ni a Fidel», fue la frase bien pensada que le aseguró un rápido descuento del carretillero, visiblemente nervioso de que lo consideren un «contrarrevolucionario». «Llévese un par de plátanos más, mi viejita linda, que esos van por mí», le dijo el hombre.

Así es el clima de prevención y cautela que se vive en La Habana y en toda Cuba, donde se sabe que poco o nada cambiará tras la muerte del líder histórico de la Revolución, pues su hermano Raúl tiene muy bien atadas todas las riendas del poder. A esta hora de incertidumbre y atrincheramiento de los Castro y sus seguidores, lo mejor por el momento es ser como los tres monitos: no mirar nada, no oír nada y sobre todo no decir nada.