Argentina
La sonora retirada de la señora «K»
El perfil / Cristina Fernández de Kirchner
La señora Cristina Fernández de Kirchner, tras doce años de poder junto al marido (Néstor Kirchner, fallecido en 2010), se aferra a las teorías conspirativas y obtiene parco consuelo en el acta de diputado por Santa Cruz de su hijo varón, Máximo, destinado a perpetuar la novela política familiar. La historia oficial cuenta que los «K» huyeron de la provincia de Buenos Aires perseguidos por la insania militar, instalándose entre las pingüineras santacruceñas donde dieron fe de su solidaridad revolucionaria abriendo un bufete para cobro de morosos: el cobrador del frac.
Durante los años de infamia nadie les tocó un pelo de la ropa, ni se les investigó, fichó o molestó mínimamente. Máximo ha de controlar Santa Cruz porque es la caja fuerte nacional de la corrupción kirchnerista. El fallecido patriarca era un desinhibido y, gobernando la provincia, ingresaba el presupuesto en un Banco de Miami para gestionar mejor. La señora «K» en retirada ha engordado su agenda hasta el «ballotage» –segunda vuelta– porque no quiere ser pata coja tras haber sigo gansa durante tanto tiempo.
Cristina sigue el día a día del desguace de «Clarín», obligándole a desinvertir en todas sus sociedades. Morir matando. Carece de amigos, en la Residencia Presidencial de Olivos come sola, la campaña la impide escrachar por televisión y es amiga de hablar a gritos y de proceder extravagantemente. El techo de la Casa Rosada está podrido y no soporta al helicóptero. En vez de ir de Olivos a Casa de Gobierno en automóvil, corta calles laterales y aterriza con el aparato creando el caos circulatorio.
Después de odiarlo, se ha hecho devota del Papa Francisco, a quien sigue como una peregrina. Cristina Fernández está dolida, ofendida, porque la propia bancada peronista se negó a reformar la Constitución para darle un tercer mandato. La consolación es que su salida enterrará el asesinato-suicidio del fiscal de AMIA, Alberto Nisman.
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