Internacional

Polonia, sin ley y con menos justicia

La potencia oriental llega a su centenario de independencia con una sociedad dividida, una oposición débil y un Gobierno ultraconservador reforzando su deriva autoritaria

Más de 200.000 personas salieron ayer a las calles de Varsovia en la marcha oficial, en la que participaron el presidente y el primer ministro polacos, junto a miles de ultraderechistas locales y otros llegados de varios países de la UE
Más de 200.000 personas salieron ayer a las calles de Varsovia en la marcha oficial, en la que participaron el presidente y el primer ministro polacos, junto a miles de ultraderechistas locales y otros llegados de varios países de la UElarazon

El clima ha acompañado a este frío día de noviembre. Las nubes, sin embargo, han acordado una breve tregua y el sol ha podido asomarse por unos minutos. Las calles de Cracovia son un hervidero de ciudadanos enfundados con lo que hoy es la vestimenta oficial: rojo y blanco, los colores de la bandera polaca. El país celebró el 11 de noviembre su centenario de independencia. Un siglo después de su emancipación, Polonia es parte de la Unión Europea y de la OTAN, ocupa el orgulloso puesto de sexta economía del club comunitario y el paro, que apenas roza el 4%, está en mínimos históricos. Hasta hace pocos años, el sueño polaco parecía una realidad y Bruselas ponía como ejemplo el cálido abrazo de Polonia a los valores europeos.

En las elecciones de 2015, después de ocho años en la oposición, el partido de extrema derecha Ley y Justicia (PiS) obtuvo la mayoría absoluta. Fue entonces cuando Varsovia comenzó a emular lo que el húngaro Viktor Orbán ya había bautizado como “democracia iliberal”. Bajo la sombra del líder del partido, Jaroslaw Kaczynski, Polonia sacó adelante una serie de polémicas reformas judiciales que entraron en vigor en julio de este año. Las acciones del gobierno siguen sacando a las calles a miles de ciudadanos descontentos con estas medidas que marchan en las grandes ciudades al grito de “libertad, igualdad y constitución”. Tras estas consignas está la Polonia más abierta y tolerante.

Es en la otra cara del país, en los pueblos y ciudades pequeñas, donde el PiS no deja de ganar adeptos. Al sur del país, entre carreteras secundarias y tras recorrer valles y riachuelos, se encuentra Nowy Sacz. Esta pequeña ciudad de 84.000 habitantes presume de haber sido uno de los núcleos industriales más importantes del país en los años ochenta. Hoy, sólo quedan una vías de tren que dividen la ciudad en dos y una estación que poco a poco se va quedando sin viajeros. A este paisaje se unen un par de fábricas manufactureras que dan trabajo a los pocos que han optado por quedarse en la ciudad. Los más jóvenes, casi como un acto reflejo, abandonan la ciudad en busca de trabajo en las grandes urbes.

Michal Kadziolka es miembro del partido que tantos dolores de cabeza le está dando a la UE. De la mano del PiS, Kadziolka se convirtió en 2012 en el concejal más joven en la historia de Nowy Sacz. Defiende que la esencia del partido es hacer política “por y para la gente”. Después de unos minutos haciendo gala de las medidas sociales que su formación está llevando a cabo en la ciudad (la construcción de un polideportivo techado, un parque infantil y la renovación de las aceras), el político cambia de tono y se muestra especialmente orgulloso de uno de los programas estrella: la organización de viajes para los jóvenes. “Vamos a Ucrania, a la ciudad de Lviv y Kamjanets, para mostrarles a las nuevas generaciones lo grande que fue una vez Polonia”, recalca. Kadziolka es la principal autoridad política y el enlace directo entre la maquinaria del partido y los ciudadanos en este pequeño feudo en el sur de Polonia. Joven, apenas llega a la treintena, representa la continuidad de la formación conservadora en el país. El PiS gobierna en Nowy Sacz desde hace 12 años y la ciudad se ha convertido en el reflejo del control político e institucional que el partido tiene en todo el país, a pesar de haber perdido fuelle en las últimas elecciones regionales.

Después de seis meses de presión ejercida desde Bruselas para que Varsovia reculase sobre su propuesta de ley, la primera semana de julio entró en vigor un paquete de reformas judiciales que, entre otras cosas, obligan a una tercera parte de los jueces del Tribunal Supremo a jubilarse. Entre ellos se encuentra la presidenta del organismo, Malgorzata Gersdorf, que ha ganado popularidad en el país por declararse en rebeldía y seguir acudiendo diariamente a su puesto de trabajo. Darek Mazur, portavoz de la asociación de magistrados “Themis”, asegura a este periódico que el punto más preocupante de la reforma es la creación de dos Cortes: “Ambas serán elegidas por el Parlamento, donde el PiS cuenta con el 60% de los escaños”.

Las reformas, además, contemplan la creación de una Corte Disciplinaria que podrá abrir procesos correctivos e incluso penales contra jueces y representantes jurídicos. Otro nuevo y polémico organismo es la Corte de Asuntos Extraordinarios y Asuntos Internos, que se adjudicará al ejecutivo el escrutinio de los comicios electorales. “Esto ataca directamente la preservación de la democracia y del Estado de Derecho. Otorga al partido gobernante el control de los proceso electorales y de los medios de comunicación. Están socavando la celebración de elecciones libres y la libertad de expresión”, subraya Mazur.

Polonia está en la primera línea del nuevo y volátil panorama político europeo, donde la extrema derecha gana cada vez más adeptos. Junto con la Hungría de Viktor Orbán, República Checa y Eslovaquia, Varsovia lidera un grupo que pretende plantarle cara a Bruselas y tensar aún más el ambiente tras su negativa a aceptar la cuota de refugiados. Mientras tanto, la UE mantiene activa la opción de aplicar a Polonia el artículo 7 del Tratado de Lisboa, algo que incluiría la pérdida del voto en el Consejo Europeo. Para llevar a cabo este paso se requiere la unanimidad del resto de los estados miembros. Orbán ya se ha posicionado a favor de Polonia y pretende bloquear esta opción.

Fue en un día trascendental para el proyecto europeo, el 1 de mayo de 2004, cuando Polonia, junto a nueve estados más, se unió a la Unión Europea. Más de una década después, sin embargo, el discurso de “menos Europa” triunfa de la mano de un gobierno que sacó adelante una de las leyes contra el aborto más restrictivas del mundo y que se niega a legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Cien años después de su independencia, Polonia sigue siendo un país profundamente conservador y religioso. Una sociedad dividida, con una oposición desorganizada y demasiado ensimismada en luchas internas. He aquí un país tan grande, tan rico, tan militarmente poderoso y tan importante geoestrategicamente. Polonia celebra su independencia convertida en un cóctel explosivo que hace que el eco del PiS se escuche más allá de sus fronteras.