Política

China

China justifica la matanza de Tiananmen 30 años después: fue la “política correcta”

China sostiene que el aplastamiento de la revuelta democrática permitió el desarrollo económico y favoreció «la estabilidad» del sistema de partido único. Miles de estudiantes dieron su vida para exigir libertad de prensa y de expresión.

Tanques del Ejército de Liberación Popular permanecen apostados en la Plaza de Tiananmen el 10 de junio de 1989 tras la revuelta del día 4 / Ap
Tanques del Ejército de Liberación Popular permanecen apostados en la Plaza de Tiananmen el 10 de junio de 1989 tras la revuelta del día 4 / Aplarazon

China sostiene que el aplastamiento de la revuelta democrática permitió el desarrollo económico y favoreció «la estabilidad» del sistema de partido único. Miles de estudiantes dieron su vida para exigir libertad de prensa y de expresión

«Cuanto más quieren que olvidemos lo que sucedió, más necesitamos hablar de ello». Las palabras de Zhang Shijun reflejan el sentir de la mayoría de los que vivieron en primera persona la masacre de Tiananmen, un suceso fatal del que hoy se cumplen 30 años. Zhang, por entonces médico de una de las unidades militares del Ejército de Liberación Popular chino convocada para hacer cumplir la ley marcial en la víspera de la brutal represión, renunció a su puesto de trabajo días después de aquellos terribles hechos que dejaron cientos –miles, según algunas organizaciones– de fallecidos en la capital china.

Desde entonces, su activismo solo le ha acarreado problemas, algo que no quiere para su hija, a quien ha decidido no hablarle del asunto. «Si ella desea aprender más, hay formas de que lo descubra», relata al diario hongkonés «SCMP» desde la provincia de Shandong. Zhang considera que su hija, que en multitud de ocasiones ha presenciado cómo los cuerpos de seguridad allanaban su casa sin motivo aparente, ya ha soportado suficiente. Y es que pese a que han pasado tres décadas desde aquel acontecimiento letal, las autoridades chinas se han mantenido firmes en su postura. Impasibles, han tratado de enterrar unos hechos que califican simplemente de «desorden público», pero que en el fondo fueron vistos como una amenaza en un momento en el que el sistema comunista en otras partes del mundo se tambaleaba.

En las escuelas no se estudia la primavera democrática, más de 3.200 palabras clave e imágenes están censuradas en la red china, las «vacaciones forzosas» y las detenciones preventivas se han activado desde hace unos días para los disidentes y algunas páginas web de retransmisión en directo casualmente se han caído. El Gobierno chino mantiene su versión y, el domingo, el ministro de Defensa, Wei Fenghe, declaraba en Singapur que lo sucedido «fue una turbulencia política y el Gobierno central tomó medidas para detenerla, lo cual es una política correcta». «Estos 30 años demuestran que China vivió grandes cambios» y que gracias a la acción del Gobierno «China goza de estabilidad y desarrollo», añadía.

Pekín saca pecho con el vertiginoso desarrollo del país en estas últimas tres décadas, y eso le sirve como excusa perfecta para asegurar que su manera de actuar fue la adecuada. La ambiciosa política exterior de las autoridades chinas ha hecho que la nación asiática sea un actor clave en el panorama internacional, tejiendo lazos comerciales con muchos países y convirtiéndola en la segunda mayor economía del planeta, con ambición de convertirse en la primera si sale airosa del enfrentamiento con Estados Unidos. Por eso, ayer el diario «Global Times», altavoz del Partido Comunista Chino (PCCh), afirmaba que lo que pasó fue como una «vacuna» que «inmunizó (al país) contra cualquier agitación política importante en el futuro» que desviara a China del camino que debía recorrer.

Sin embargo, la mayoría de los que vivieron de cerca las balas, no comparten esa visión y considera que reconocer que el Gobierno se equivocó con su respuesta ayudaría a cerrar las heridas abiertas. «La China de hoy no guarda gran parecido con la que vivió las protestas de Tiananmen de 1989, con un control sobre la ciudadanía que por aquel entonces era mucho más laxo que el actual», apunta Víctor Shih, experto en China de la Universidad de California. Y es que pese a que la nación asiática ha cambiado enormemente, esos cambios no han venido acompañados de una apertura interna.

La libertad de prensa y de expresión que por entonces los estudiantes exigieron cayeron en el olvido y cualquier intento por parte de la disidencia dentro del país es atajado con puño de hierro. Como muestra la biografía del premio Nobel de la Paz, el disidente Liu Xiaobo, que fue acusado de «subversión» por escribir junto a otros intelectuales un manifesto «Carta 08» en la que exigían una apertura democrática. Xiaobo murió en 2017 en un hospital tras ser diagnosticado de un cáncer hepático mientras cumplía una pena de cárcel de once años. El PCCh no solo ha permanecido intocable, sino que ha reforzado su poder con la llegada al Gobierno de Xi Jinping, quien ha hecho de la estabilidad social su bandera, eliminando cualquier intento de socavar su poder y controlando a la población con la última tecnología. En la plaza de Tiananmen, donde un día volaron las cometas, las cámaras de seguridad y de reconocimiento facial junto a los guardias se aseguran de que ningún gesto se salga de lo programado.

Lo que pasó allí en la noche del 3 al 4 de junio de 1989 solo lo saben los que lo vieron con sus propios ojos, pero el significado fue comprendido por todos: el desarrollo económico no vendría acompañado de libertad política. Semanas antes de aquella jornada, cientos de miles de ciudadanos se congregaron pacíficamente en la icónica plaza de Tiananmen para llorar la muerte del ex secretario del Partido Comunista, Hu Yaobang. Las ideas del que fuera expulsado del partido en 1987 tras haber abierto el camino hacia la reforma económica y encabezado una campaña contra la corrupción calaron entre miles de jóvenes chinos que perseguían un sistema más transparente y una mayor libertad.

Poco a poco, simpatizantes de diferentes ámbitos de la vida se les fueron uniendo y así hasta alcanzar alrededor de un millón de personas. Pero sus ansias de libertad y muchas de sus vidas se truncaron cuando las autoridades, que habían declarado la Ley Marcial días antes, dieron a sus tropas aquella noche la orden de disparar contra los manifestantes. Después de aquella decisión, en el corazón de la capital china solo quedaron tanques, balas y sangre.