Río de Janeiro
La violencia desgarra Brasil y alimenta al ultra Bolsonaro
El apoyo al líder ultra Bolsonaro subió ayer al 31%, diez puntos por encima del candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Fernando Haddad. ¿Y tan importante es el problema de la inseguridad ciudadana? Ciertamente lo es. Aquí algunos datos: en Río, por ejemplo, muere asesinada una persona cada 60 minutos en la calle. Siete en el total de Brasil. 175 al día, equivalente a un avión derribado cada 24 horas. En 2017 hubo 63.880 asesinatos, el 2,9% más que el año anterior, según el Forum Brasileño de Seguridad Pública. Los tiroteos se cuentan por decenas. Las reyertas entre policías y bandas, a diario. Esta situación hace que el recelo entre los transeúntes se haya generalizado y sea algo omnipresente cuando caminas, de manera que llevas contigo puesto lo imprescindible.
Lo primero que hacen muchas empresas españolas instaladas en Brasil es instruir a sus empleados expatriados sobre qué hacer en caso de un asalto callejero. Respuesta: no hay que presentar resistencia y tienes que levantar las manos, diciendo alto y claro: «Nao falo portugués». Que se lleven lo que quieran, «pero que no usen las armas, por favor», comenta un ejecutivo vasco afincado en la capital paulista.
Lo normal es que en un solo año sean aprehendidas por encima de tres mil armas pesadas, fusiles, ametralladoras, granadas y pistolas. Los asaltantes se manifiestan con un absoluto desprecio por la vida. Y es que Brasil tiene el ratio más alto del mundo en víctimas mortales por armas de fuego, con 30,8 por cada cien mil habitantes, tasa que en las regiones del norte llega al 68. Ese mismo índice en España es del 1,01 por grupo de cien mil habitantes.
Los narcos son dueños de barrios enteros, en los que han implantado una suerte de poder paralelo frente al que nada pueden las fuerzas policiales. Un total de 367 policías fueron asesinados el pasado año, el 8,4% más que en 2016. El último, el cabo Aldo, acribillado por 50 tiros de fusil en Guaruja.
Diez mil soldados patrullan por las calles de Río de Janeiro. La Policía carioca es la que más delincuentes mata del mundo. Y el índice de muertes violentas en Brasil supera al de las guerras de Siria o Irak. En Siria hubo entre 2011 y 2015 un total de 330.000 muertos. 268.000 en Irak. En Brasil, 786.870, el equivalente a una ciudad como Zaragoza.
Brasil es el país donde más coches blindados hay. Decenas de ejecutivos se desplazan en helicóptero para evitar secuestros o asaltos. En los suburbios de Sao Paulo, ciudad con más de veinte millones de habitantes si se incluye su inmensa área metropolitana, hay barrios enteros cerrados y controlados por bandas facciosas, con tiendas, escuelas y servicios de todo tipo. En la capital paulista he hablado con directivos y empresarios de firmas españolas que han llegado a comprar trajes de telas antibalas. Vivir en la almendra de la ciudad, Jardim, Itaim o Morumbi, es relativamente seguro y agradable, pero si te desplazas a la periferia lo normal son los saqueos de bares, comercios y viviendas.
Los informativos de las cadenas de televisión con más audiencia, por ejemplo, no abren habitualmente con política nacional o internacional, sino con sucesos. Uno tras otro durante minutos y minutos. Tiroteos, robos, asaltos en cafeterías o restaurantes, hoteles y hasta en iglesias.
O motines y decapitaciones en las cárceles, como los de este pasado año en Marañao, Amazonas y Manaos. Las cárceles de Brasil son auténticas escuelas de delincuentes. Facciones criminales como el PCC, el Comando Vermelho o las FNA (Familias do Norte da Amazonas), reclutan a los chavales en las puertas de los colegios de las favelas cuando son inimputables por edad, les atrapan con el dinero rápido y abundante de la droga, y les convierten en jóvenes salteadores, viciados y finalmente encarcelados cuando tienen mayoría penal. De los presidios salen ya convertidos en auténticos bandidos. No es exageración, sino la realidad de cada día. Viviendas y edificios se parapetan con muros y alambradas de dos y tres metros de altura, coronados con pinchos, espinos, concertinas y cables electrificados. Aun así los criminales entran.
Es cierto que en los barrios más céntricos abundan hoteles, tiendas, restaurantes y «shoppings» de lujo y mega lujo. Pero junto al inmenso enjambre de rascacielos de costosa construcción, conviven las miles de favelas de los arrabales, aunque en Río, Salvador y otras ciudades, chabolas y predios del más alto nivel conviven unos junto a otros por cualquier parte.
En este escenario de criminalidad, latrocinio y miedo es en el que pesca el populismo militarista y ultra de Jair Bolsonaro. La gente no quiere seguir viviendo en un clima de inseguridad permanente, y le compran al candidato derechista su discurso radical en favor de matar delincuentes, armar a la gente como en Estados Unidos, reducir la edad penal e instaurar la pena de muerte. Y por eso la popularidad de este ex capitán partidario de medidas propias de una dictadura se ha disparado hasta el 31% en las encuestas. El domingo sabremos cuánto de verdad hay en ellas.
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