
Elecciones
Los laboristas arrasan en las urnas en Australia gracias al «efecto Trump»
El líder conservador, Peter Dutton, que no logra ser elegido diputado, se ve lastrado por su cercanía al presidente de EE UU
El ciclón Trump llegó a Australia. Siguiendo el patrón de Canadá, el electorado acudió este sábado a las urnas y optó, en la intimidad, por preocuparse más por las "amenazas" emanadas de Washington que por sus problemas internos. Esto benefició al primer ministro saliente Anthony Albanese, del Partido Laborista de centroizquierda, mientras que su contendiente Peter Dutton, de la coalición conservadora, pagó un alto precio por su cercanía al magnate neoyorquino. La influencia de Trump desestabilizó la campaña del líder opositor dejándolo en un rol delicado, justo en un momento convulso. La sombra de Trump se convirtió así en un lastre y no logró ni ser elegido diputado.
Con el 70% de los votos escrutados, los laboristas obtendrían 83 escaños, muy por encima de la mayoría absoluta de 76 y de los 77 con los que contaba ahora, mientras que la coalición Liberal-Nacional se quedaría en 35, lejos de sus expectativas y los actuales 58.
El sufragio presidencial, que debería haber sido un mero juicio sobre la gestión del veterano Albanese, se transformó en una prueba de fuego sobre quién podría proteger realmente al país oceanico. Con casi un 70% de los ciudadanos considerando a Trump "malo" para el país, se alinearon en defensa de su soberanía frente a los asedios. La impopularidad de la gobernanza laborista se desdibujó ante la urgencia de enfrentar un adversario global que muchos ven como un peligro inminente.
Los contendientes por la jefatura del país han coincidido en que se enfrentan a su entorno más desafiante en generaciones. Dependen en gran medida de Estados Unidos para su seguridad, mientras que su prosperidad está intrínsecamente ligada al comercio con China, que no solo es un socio económico vital, también está expandiendo sus ambiciones militares cada vez más cerca de sus costas.
Hasta la asunción de Trump, los conservadores australianos, tradicionalmente alineados con la Casa Blanca, mantenían una hegemonía en el ámbito político. Sin embargo, este panorama se alteró de manera significativa tras el Día de la Liberación. En ese momento, el partido laborista se consolidó como favorito, aunque su capacidad para articular un gobierno mayoritario estaba supeditada al apoyo de las diputadas independientes "Teal". Elegidas en circunscripciones urbanas históricamente liberales, encarnan una plataforma progresista que prioriza la acción climática, los derechos civiles y la transparencia en la gobernanza.
Trump ha emergido, según el ex portavoz de Scott Morrison, como una "auténtica máquina demoledora" que desestabiliza el tejido político australiano. La población, en estado de creciente desasosiego, ha dejado claro: si este es el cambio que se propone, no lo anhelan. Los aranceles al acero y al aluminio, anunciados en marzo y seguidos de medidas "recíprocas" del 10% en abril, han generado alboroto.
En este escenario, Albanese se ha presentado como la primera línea de defensa contra la amenaza trumpiana, calificando las políticas estadounidenses de "un acto de autolesión económica injustificada". Su discurso busca reforzar su liderazgo, restaurar la soberanía económica y desafiar las corrientes de una política exterior que podría arrastrar al país hacia la incertidumbre.
En el marco de una crisis del coste de la vida, el electorado comenzó a expresar su desconfianza hacia el proteccionismo estadounidense. El jefe de la oposición apodado "Temu Trump" por sus detractores, enfrentó el desafío de desmarcarse de la imagen de ser una versión "low cost" del mandatario norteamericano. A pesar de sus esfuerzos, estos intentos resultaron insuficientes para cambiar la percepción pública. No obstante, Albanese adoptó una estrategia más sutil, subrayando la necesidad de un gobierno moderado y estable que pueda proteger a su territorio de turbulencias globales.
Se trata de uno de los pocos países del mundo con voto obligatorio, y no se andan con rodeos: quienes no se presentan a las urnas enfrentan multas. Este sistema ha forzado a los políticos a dirigirse a un electorado más amplio y moderado, evitando el riesgo de alienar a sectores extremos en busca de apoyo. Sin embargo, un cambio palpable se puso en marcha. En los últimos comicios, los australianos empezaron a desafiar también el dominio de los partidos tradicionales, optando por candidatos independientes y formaciones minoritarias. Esta tendencia sugiere un descontento creciente y aumentó la probabilidad de un gobierno en minoría, lo que obligaría al partido que obtenga más escaños a negociar y ceder ante otros actores.
La preocupación principal gira en torno al costo de la vida: la inflación, precios desorbitados de la vivienda, el encarecimiento de la energía, la política macroeconómica y la sanidad han pasado a ser las prioridades de los residentes. Rentas inasequibles, hipotecas por las nubes y salarios estancados han alimentado el descontento, sobre todo en las áreas metropolitanas. Albanese se centró en medidas moderadas, pero bien definidas: bonificaciones para las familias, intervenciones en el mercado del alquiler, inversiones en el sector sanitario. Dutton, por su parte, propuso una reducción de la burocracia federal, recortes en la contratación pública y una reforma de la eficiencia estatal: una oferta que, sin embargo, generó reacciones negativas, sobre todo por su similitud con los movimientos impulsados por Trump en esta dirección.
Asimismo, la cohesión social ha cobrado relevancia en el discurso electoral, especialmente a raíz del alarmante aumento del antisemitismo. Vandalismo y ataques a ciudadanos y lugares judíos han sacudido la conciencia pública, subrayando la necesidad de abordar no solo las cuestiones económicas, también la convivencia y el respeto mutuo.
En contraste, las cuestiones de política exterior han recibido escasa atención en este ciclo electoral. A pesar de la reciente circunnavegación de Australia por la armada china y el vendaval arancelario, los temas internacionales han quedado en segundo plano. Ambos partidos han posicionado sus propuestas en torno a la seguridad nacional, presentando planes para un presupuesto de defensa robusto. Son conscientes de que la nación se enfrenta al peor entorno estratégico desde la Segunda Guerra Mundial ante las provocaciones del régimen de Xi Jinping, los rumores de que Rusia busca bases regionales y una posible reducción de la ayuda estadounidense en el Pacífico.
Los laboristas sostienen que su enfoque diplomático es más firme y matizado, especialmente en sus relaciones con China. Argumentan que son más previsores en la transición hacia energías renovables, al tiempo que muestran una atención particular hacia la política del Pacífico y el Sudeste Asiático, reconociendo la importancia geoestratégica de estas regiones.
Por otro lado, la oposición liberal es crítica con esta postura, afirmando que tiene una comprensión más clara de las intenciones de Pekín. Sostienen que están mejor posicionados para invertir en capacidades de defensa, enfatizando la necesidad de garantizar la seguridad nacional. Además, advierten sobre los riesgos de apresurarse hacia las energías renovables, señalando que esto podría comprometer la estabilidad del suministro y resultar en precios inasequibles para los consumidores.
La relación con Washington se sostiene sobre una alianza de seguridad robusta y un vínculo económico significativo. Sin embargo, la administración Trump ha introducido una dinámica disruptiva, caracterizada por su hostilidad hacia aliados tradicionales y un enfoque transaccional que genera inquietud en Canberra. Aunque las declaraciones positivas de la Casa Blanca sobre iniciativas como AUKUS y la cooperación en el Quad han proporcionado cierto alivio, la realidad es que, mientras Canberra y Washington se alinean en aspectos como la postura de fuerzas y la política de defensa, las divergencias en temas cruciales como derechos humanos y sostenibilidad ambiental son cada vez más evidentes. El temor subyacente a un posible abandono por parte de un socio tan volátil como Estados Unidos se intensifica. Este escenario plantea un dilema estratégico para Australia: cómo navegar entre la lealtad a un aliado en crisis y la necesidad de preservar su autonomía y valores en un orden internacional cada vez más caótico.
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