Marruecos

Las lecciones de un escándalo sexual en los medios de Marruecos

Las afectadas nunca dirán que Bouachrine las violó. En Marruecos es una vergüenza para una soltera la pérdida de la virginidad

Una mujer protesta ante el tribunal que juzgaba un caso de violación en Rabat
Una mujer protesta ante el tribunal que juzgaba un caso de violación en Rabatlarazon

Las afectadas nunca dirán que Bouachrine las violó. En Marruecos es una vergüenza para una soltera la pérdida de la virginidad.

El llamado «efecto Weinstein» –el despido en cascada de hombres poderosos por abusar de mujeres– se ha observado en al menos diez países democráticos, en su mayoría ricos, desde Norteamérica hasta Australia. También ha llegado indirectamente al mundo en desarrollo, a través de europeos empleados por la ONG británica Oxfam, que pagaron por tener relaciones sexuales con niñas en Haití, Chad y otros lugares. Ahora, un escándalo en Marruecos ha abierto nuevos caminos, en el sentido de que muestra lo que sucede cuando el efecto Weinstein se encuentra con los islamistas y otras fuerzas en una sociedad musulmana árabe tradicional. El 23 de febrero, la Policía arrestó a Taoufik Bouachrine, editor jefe del diario de tendencia islamista «Akhbar al-Yawm» en su oficina en Casablanca. Actuando bajo el testimonio de hasta 30 mujeres, incluidos algunos empleados, los fiscales acusaron a Bouachrine de violación violenta, trata de personas, intento de violación y agresión sexual. También levantaron acusaciones morales que parecían hacerse eco de las ahora comunes a jefes caídos en desgracia de los medios occidentales: «Explotó a personas necesitadas», «abusó del poder con fines sexuales», afirmaron los fiscales. La Policía informó de que, en los registros encontraron cerca de 50 cintas de sus actos sexuales grabadas con una cámara digital y almacenadas en un disco, algunas de ellas con sus acusadoras. Pero mientras los recientes escándalos mediáticos en Occidente obligaron a los perpetradores a transmitir remordimiento y el público se mostró indignado, Bouachrine negó todas las acusaciones e insistió en que fue víctima de una «conspiración», y muchos marroquíes se pusieron de su parte. Las de jóvenes en Twitter y Facebook, así como las conversaciones de café entre las generaciones mayores, se refieren a las víctimas de Bouachrine como «tentadoras» y «zorras» y sugieren que lo chantajearon. Uno podría suponer que los compañeros islamistas de Bouachrine, que proclaman su superioridad moral respecto sus rivales políticos, se distanciarían de él, ya que muchos de ellos escupieron a Harvey Weinstein. Pero no se ha recibido ninguna declaración de este tipo del liderazgo del Partido de Justicia y Desarrollo afiliado a la Hermandad ni de ningún otro grupo islamista. En cambio, el intelectual salafista Hammad al-Qabbaj, destacado partidario del PJD, declaró su «total solidaridad» con Bouachrine y calificó los cargos en su contra de «exagerados» y las acusaciones de «sospechosas». Pocos días después del arresto de Bouachrine, surgieron nuevas acusaciones contra un ministro del Gobierno del PJD y el movimiento también cerró filas. Más impactante, tal vez, ha sido la callada respuesta de las ONG defensoras de las mujeres en Marruecos. La mayoría ha guardado silencio sobre Bouachrine. Excepción hecha de la división femenina del Partido Socialista Federal Marroquí, aunque simplemente llamaron a las autoridades a salvaguardar los derechos de Bouachrine y sus acusadores por igual. Algunos pueden atribuir esto a una equivocación y culpar a la desconfianza en el sistema de Justicia en una sociedad políticamente polarizada. Pero eso no explicaría la hostilidad generalizada hacia aquellas mujeres valientes que han denunciado públicamente los abusos. La primera de ellas, la periodista Naima Lahrouri, escribió que había tenido miedo de hablar porque «lamentablemente, muchos segmentos de la sociedad no le hacen justicia a las mujeres». Pero quería que los marroquíes supieran que «no me importa ... a quién le gusta [Bouachrine] y a quién no. No me importa si el Estado tiene una disputa con él. Sólo me importa que él me haya acosado sexualmente. Tengo el derecho de exigir que sea castigado por la ley». Es revelador que entre el subconjunto de las acusadoras de Bouachrine que han surgido públicamente, ninguna alegue una violación violenta. La ex empleada de Bouachrine, Kholoud al-Jabri, alegando acoso sexual, se tomó la molestia de decirle a un entrevistador de televisión: «Estoy lista para ir con cualquier persona que sospeche que he sido violada ante un médico de su elección para demostrar que todavía soy virgen». En la declaración de Jabri se encuentra la razón más profunda por la cual, en todo el espectro social, Bouachrine goza de más apoyo que sus víctimas. Una «cultura de honor» perdurable en Marruecos todavía valora la dignidad o la vergüenza de una familia en la virginidad de sus hijas solteras, y castiga efectivamente a una mujer por ser violada. Si ella se salva de una «muerte por honor» familiar, un raro fenómeno en nuestro país gracias a una mejor educación y vigilancia policial, de todos modos tiene un estigma de por vida y encontrará pocos posibles esposos. La periodista Ouidade Melhaf, una víctima de acoso sexual de Bouachrine, proviene de una familia liberal en la que sus parientes más cercanos se oponen a esta visión antigua del mundo. Sin embargo, como todas las víctimas, ella ha sido blanco de agresiones en las redes sociales. Recientemente le dijo a amigos y familiares que la reprensión se ha vuelto insoportable, y comenzó a hablar de suicidio. Marruecos ha progresado considerablemente en algunos asuntos relativos a las mujeres. Por ejemplo, la nueva Constitución consagra el principio de igualdad de género. Las mujeres especialmente capacitadas comparten el manejo de las mezquitas. Pero la rara unidad entre los liberales marroquíes y los islamistas al condenar a las víctimas de Bouachrine muestra que incluso las voces que predican la justicia para las mujeres aún tienen que interiorizar verdaderamente los principios que defienden. A la luz de estas condiciones, el reciente escándalo no ha servido como un «momento de enseñanza» en Marruecos, y una reflexión necesaria sobre cómo poner fin a la conducta sexual desviada entre hombres poderosos aún no ha comenzado. Una serie de ONGs estadounidenses dedicadas al desarrollo de los medios de comunicación, como el Centro Internacional de Periodistas, donde soy miembro de la junta asesora, participan en los medios de mi país mediante programas de capacitación y declaraciones de principios. Las organizaciones de prensa españolas deberían hacer lo mismo, especialmente por las relaciones que unen a los dos países. Aunque es correcto pedirle al Ministerio de Justicia marroquí que no se cometan irregularidades en el proceso contra Bouachrine, no es menos importante considerar qué formas de apoyo podrían ser útiles a sus víctimas, que también son periodistas, y a innumerables mujeres que probablemente hayan afrontado abusos similares en otros entornos laborales. En países como Marruecos, donde algunos poderes han perfeccionado las tácticas de presión para intimidar a sus objetivos, las mujeres deben tener capacidad y herramientas para poder defenderse. Y también tomar ejemplo de países como EE UU, donde han entendido que no se puede maltratar a quienes defienden la causa de las mujeres.