Reino Unido
Las mil caras de la ambición rubia
Boris Johnson es la eterna y rutilante promesa conservadora desde hace casi dos décadas. Egocéntrico, excéntrico y culto, nunca entendió las razonas por las que sus correligionarios eligieran al menos brillante David Cameron, su antiguo compañero de Eton, como líder del partido en 2005. Como venganza, lideró en el referéndum de 2016 la campaña a favor de la salida de Reino Unido de la UE en contra de su jefe de Gobierno, que confiaba en superar la cita en las urnas y cerrar la eterna división entre «tories» euroescépticos y proeuropeos. La victoria del Brexit aquel 23 de junio provocó la fulminante dimisión de Cameron, una oportunidad que, aparentemente, abría de par en par las puertas de Downing Street a Johnson. Sin embargo, la ambición rubia decepcionó las expectativas creadas al anunciar que renunciaba a liderar el partido, lo que dejó el camino libre a la entonces ministra del Interior, May, que había apoyado, sin demasiada convicción, la permanencia en el bloque comunitario y a partir de entonces quedaba a merced de los «brexiters».
Fiel a la máxima de que es preferible tener cerca a los amigos y aún más cerca a los enemigos, nombró ministro de Exteriores al escasamente diplomático Johnson. Desde el Foreign Office, el imprevisible dirigente no sólo protagonizó numerosos patinazos, sino no cejó de velar por un «Brexit duro» sin importarle menoscabar el liderazgo de May, a la que no se ha cansado de ningunear pidiéndole tener las «agallas» de Donald Trump en las negociaciones con Bruselas. Su última perla este mismo fin de semana tras el acuerdo de Chequers sobre el Brexit, que calificó de «pedazo de mierda».
De cuna privilegiada, Alexander Boris de Pfeffel Johnson (con antepasados turcos, franceses y alemanes) nació en Nueva York en 1964. Disfrutó de ciudadanía estadounidense hasta 2006. Realizó sus primeros estudios en la elitista escuela de Eton, a la que han asistido 19 primeros ministros británicos. A continuación, estudió los clásicos en el Balliol College de la Universidad de Oxford. Al graduarse empezó a trabajar en una firma de consultoría, de la que renunció a la semana por encontrar su labor «increíblemente aburrida».
Es entonces cuando decidió trabajar como periodista en medios conservadores como los diarios «The Times» –de donde fue despedido por inventarse una cita– y «The Daily Telegraph», y director del semanario «Spectactor». Llegó a ser corresponsal en Bruselas, desde donde atacó sin piedad a la Unión Europea. Pero la popularidad entre el gran público le llegó como moderador del programa de televisión «¿Tengo noticias para ti?», en el que los invitados debatían con humor las noticias de la semana y jugaban con titulares de los periódicos.
El debut en política de Johnson llegó en 2001, cuando ganó un escaño en Westminster por Henly, un distrito conservador del condado de Oxfordshire. Como diputado empezó a hacerse popular por sus comentarios políticamente incorrectos. Una vez asoció Papúa Nueva Guinea con «orgías, canibalismo y matanzas de líderes tribales». También el dirigente «tory» describió a la ciudad inglesa de Portsmouth como «demasiado llena de drogas, obesidad, mediocridad y parlamentarios laboristas».
Esta notoriedad animó al partido a presentar a Johnson como candidato a la Alcaldía de Londres en las elecciones de 2008, en las que se impuso al laborista Ken Livingstone. Sus primeras decisiones como alcalde fueron poner de nuevo en circulación los emblemáticos autobuses de dos pisos y prohibir el consumo de alcohol en el transporte público. Reelegido en 2012, supo capitalizar personalmente el éxito de los Juegos Olímpicos. Abandonó la política local en 2016 para convertirse en el adalid de Brexit tras convocar en febrero Cameron el referéndum. Sin rubor recorrió el país en un autobús que proclamaba que tras la salida de la UE el Gobierno dispondría de 400 millones de euros a la semana para invertir en la sanidad pública. Una mentira más al servicio de sus ambiciones políticas.
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