Política

Adiós a Mandela

Los discursos de Obama y Raúl Castro

La Razón
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EL PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS

En busca de su propio legado

Era el día en que el alumno visitaba al maestro. Obama llegó a Suráfrica creyendo ser el heredero de un legado por acabar. Su admiración por Mandela es tal que llega a traspasar las fronteras de la raza para convertirse en idolatría hacia una figura que decidió pasar a la Historia como un líder de palmas abiertas antes que como un libertador de puño cerrado. Por eso, en su habitual discurso con mensaje pero sin contenido Obama recordó al Obama de siempre. Rodeó de anáforas (repeticiones en la estructura) cada párrafo («su lucha es vuestra lucha, su sueño, vuestro sueño»), situó conceptos abstractos e intangibles: esperanza, ilusión o dignidad como mantras emocionales que iluminaron las cualidades de Madiba. Reconoció en el líder surafricano el púlpito moral sobre el que edificar la estrategia de la concordia. Con tono mesurado, pausas buscadas y bien seleccionadas, el presidente norteamericano quiso que todos vieran en él ayer un reflejo mejorado de un espejo en el que la Historia podrá mirarse cuando hable de libertad. Por eso le definía con metáforas («gigante de la Historia»), por eso habló de identificación con su persona cuando dijo que ambos lucharon «contra la discriminación blanca». Por eso Obama citó a Luther King, para que los presentes sintieran allí mismo el espíritu de tres negros que lucharon por un mundo más justo. Pero Mandela no es Obama ni Luther King: es su multiplicación acabada.

EL AUTÓCRATA CUBANO

La monotonía del carcelero

Como si se tratara de un capricho del destino, Raúl Castro glosó las cualidades del hombre que un día salió de una cárcel para lanzar proclamas de reconciliación al mundo. Bajo el paraguas de una analogía infame, el líder cubano leyó un discurso trufado de conceptos universales (pueblos, humanidad) tan vagos como compartibles, propios de jefes de estado de dudosa reputación democrática. Si Obama resumía al Mandela de ahora, Castro añoraba al Mandela de antes, el del puño en alto de sus discursos, el de la cárcel, metáfora de una vida entre rejas que decidió arrojar al basurero del olvido sus antaño totalitarias ideas. Fue una intervención libre en la que la palabra libertad ni estaba ni se le esperaba. Con voz solemne, lenta y esa retórica de dirigente populista tan particular, se esforzó por resaltar, con la musicalidad adecuada, el ejemplo que Madiba «fue para los pueblos de América y el Caribe». Hablando del pasado con tono de otros tiempos, Castro hermanó en sus mensajes los recuerdos de anécdotas personales («recuerdo cuando viajó a Cuba...») con epopeyas de héroe homérico («pasará a la Historia porque en la hora de la victoria supo dirigir tan brillantemente a su abnegado pueblo»). Prisionero de su rostro, serio, encorsetado, como si le diera vergüenza hablar de lo que hablaba viniendo de donde venía, fue un discurso de palabras apresadas por un carcelero de libertad limitada. Director de la Fábrica de Discursos