Rugby
Los Espartanos, cuando el rugby redime las penas
La cancha de pasto sintético resistió el peso de las decenas de Espartanos que esa mañana fresca de julio salieron a entrenar.
Con el puntapié inicial dieron comienzo al encuentro. El balón tomó un poco de vuelo pero rápidamente comenzó a precipitarse sobre las manos de ambos equipos que se agolparon por cazarlo. El capitán Gabriel Márquez se lanzó pero llegó tarde. El ala rival tuvo el oval y se escapó por el costado derecha del campo, esta vez no hizo falta quearengara al delantero Marcelo Vega. El placaje fue justo a tiempo en la zona de marca y el pitido del árbitro anunció la primera melé del encuentro.
La cancha de pasto sintético resistió el peso de las decenas de Espartanos que esa mañana fresca de julio salieron a entrenar. Después del mediodía, el silbato sonaría nuevamente, aunque esta vez para indicar el fin del encuentro y comenzar la parsimoniosa rutina del regreso. Iban a cruzar el segundo alambrado, donde dos guardias los escoltarían, como hacen cinco veces por semana, cuando no tienen yoga o un retiro espiritual para rezar el Santo Rosario, hasta la pared de concreto ornamentada con cámaras de seguridad y casetas de guardas. Última barrera a atravesar para volver a sus celdas.
El abogado penalista, Eduardo ”Coco” Oderiego no se olvidó más del día en que llevó aun amigo a conocer una cárcel, la Unidad Penal Nº 48 del partido de San Martín en Provincia de Buenos Aires. Su colega le había insistido hasta el cansancio. Finalmente aceptó. La realidad era desoladora, la violencia y las personas tiradas en los calabozos dominaban el panorama. Como letrado y exjugador del San Isidro Club había sentido que el rugby ayudaría a la vida de los internos tanto como a la suya. Tras batallar con la burocracia y el prejuicio logró en marzo de 2009 que la Fundación Espartanos pudiese armar el equipo que empezó con apenas diez presidiarios y dos voluntarios.
Hoy día cuentan con 3.030 jugadores, 649 voluntarios, distribuidos en 19 provincias dela Argentina y hasta un convenio semejante con Perú, El Salvador, Kenia y España. El objetivo primario es bajar las tasas de reincidencia delictiva que actualmente con el programa representan solo un 5%.
Uno de estos casos es el capitán de los Espartanos, Gabriel de 25 años. A un costado de la cancha y sin quitar la vista de sus compañeros que continúan entrenando contó que hace seis años y nueve meses está privado de su libertad. “Nací en una familia que está perdida por la delincuencia y la droga. Mi padre, mi madre, mis primos y tíos; básicamente todos estuvieron en las malas y me enseñaron eso, a delinquir. Era como si me hubiesen puesto un chip en la cabeza y lo que estaba haciendo estaba bien. Están totalmente confundidos, uno se va dando cuenta. A medida que te vas golpeando, vas aprendiendo y madurando”, relató.
Comenzó a robar desde los 12 años y a los 18 pasó de las correccionales a las “mayores”, como él las define. Conoció su propia polis griega por primera vez cuandocayó en la unidad 48, entre uno de sus tantos traslados por conflictos con otros internos. “Primero lo vi con miedo, no lo quise probar y estuve un año sin involucrarme. Un compañero me preguntó si quería jugar para ellos. Tenía que ir al pabellón donde está el club. Cuando jugué sentí que era alguien, que tenía un equipo. Nunca había experimentado esto. El deporte me hizo cambiar de parecer en la vida,hoy soy otra persona. Y desde hace tres años, capitán, algo que me enorgullece mucho”, puntualizó. Más tarde diría que lo pusieron al frente de la falange tras cinco meses de verlo jugar: “Yo no gané ningún partido, perdí cada uno de ellos, sin embargo los entrenadores miraron mis cualidades y una en las que más destaqué fue en alentar al equipo”. Todo un Leónidas de pleno derecho.
Aunque una banda de guerreros no solo destaca por sus “oficiales”, Marcelo, melé del equipo, se encuentra en una situación similar. Hace ocho años cumple una condena por delitos contra la propiedad privada. Al mismo tiempo que cuenta por qué decidió unirse al equipo, no deja de escuchar al entrenador que durante el descanso les recuerda al resto de sus compañeros las reglas dentro del club y la importancia del respeto entre sus pares. “Ahora les están dando una charla porque los que tendrían que venir en el segundo turno vienen al primero. Entiendo que quieren jugar más, yeso que jugamos de lunes a viernes, pero estos ya se pasan de fanáticos”, relató.
Mientras ata los cordones de sus botines, que la Fundación le dio como parte de su uniforme de batalla, describe: “Tuve una vida difícil, siempre robé desde chico, y todos fueron delitos contra la propiedad, siempre hice las cosas mal, no te voy a mentir. Gracias a Dios, desde que conozco a los Espartanos mi vida cambió completamente, hoy tengo 33 años y mi mente maduró”. La vida del delantero dio un vuelco cuando llegó en 2017 desde la unidad Nº 2 de Sierra Chica, una prisión de máxima seguridad, en provincia de Buenos Aires.
Al principio, Esparta salía a buscar a sus guerreros. Tenían que convencerlos para que prueben el deporte. Hoy día son los mismos compañeros de celda quienes se invitan unos a otros para formar parte. Así fue cómo lo reclutaron, por un conocido dentro del pabellón. “La verdad nunca jugué, pero quería aprender”, manifestó. Al llegar lasreglas fueron claras de entrada: “nada de pastillas (drogas sintéticas), ‘facas’ (cuchillos caseros) o pelearse con los compañeros”. El cronograma es simple: se entrena de lunes a viernes, los jueves yoga y el viernes rezan el Santo Rosario.
Entre risas rememoró: “No te voy a mentir, quería salir corriendo porque estos se estaban matando. Era nuevo para mí. Empecé entrenando y de a poco, cuando me quise acordar, me terminé enamorando de este deporte. Hace dos años y medio que estoy acá y ya salí a jugar cinco veces”. Los Espartanos necesitan probar su temple por medio de la organización de torneos internos y partidos amistosos entre otros clubes del país. Aunque, quizá, su Batalla de Termópilas fue contra los propios guarda cárceles. Marcelo definió la batalla como “una experiencia única”. Porque ellos eran sus encargados pero durante ese momento fueron todos iguales. “Una vez que entrása la cancha no hay colores”, aseveró.
A medida que avanzaba el día, los cientos de hoplitas patrullaban el campo. Esperaban pacientes y pertrechados para que los convocaran. Uno de los fundadores, Santiago Cerruti los observaba y preguntaba cómo se sentían y si estaban listos. Al mismo tiempo que miraba a las tropas recordaba que si no hubiese sido por ‘Coco’ nada se hubiese podido llevar a cabo: “Costó mucho porque el director de la Unidad Penal lo consideraba un deporte violento con gente violenta y no iba a funcionar”. Sin embargo, esto no desanimó al ‘general’, exjugador y penalista, que tras muchas idas y vueltas “lo logró convencer y una vez que inició, dio sus frutos. A los internos les gustaba y la constancia fue aquello que dio importancia a la Fundación. Desde el compromiso se hizo posible sostener la actividad”, indicó.
Hay vida después del rugby. Por esto la organización cuenta con programas de reinserción laboral. Santiago describió que trabajan “con aquellos internos que van a ser los próximos en recuperar la libertad”. Después de insertarlos en la sociedad hacen un seguimiento de su situación. En este sentido, Gabriel tiene una meta clara: “Trabajar para poder salir adelante”. No es ingenuo, sabe que en “la calle te golpeas con la realidad” pero para él, lo principal es seguir involucrado con los Espartanos.
Siguiendo el ejemplo de quienes lo sacaron de las peleas con otros reclusos y le dieron una nueva oportunidad, afirmó: “El día de mañana, si puedo, me gustaría enseñarles a los chicos abandonados, a aquellos que están en la calle o metidos en la droga. Siento que tengo que devolver un poco lo que aprendí y me dieron aquí”. Marcelo comparte el sentimiento de su capitán: “Los saca de muchas malas situaciones, a mí me cambió la vida, la mentalidad y hoy me siento parte de un equipo y útil. Eso es fundamental”.
Comenzó a robar desde los 12 años y a los 18 pasó de las correccionales a las “mayores”, como él las define. Conoció su propia polis griega por primera vez cuando cayó en la unidad 48, entre uno de sus tantos traslados por conflictos con otros internos. “Primero lo vi con miedo, no lo quise probar y estuve un año sin involucrarme. Un compañero me preguntó si quería jugar para ellos. Tenía que ir al pabellón donde está el club. Cuando jugué sentí que era alguien, que tenía un equipo. Nunca había experimentado esto. El deporte me hizo cambiar de parecer en la vida,hoy soy otra persona. Y desde hace tres años, capitán, algo que me enorgullece mucho”, puntualizó. Más tarde diría que lo pusieron al frente de la falange tras cinco meses de verlo jugar: “Yo no gané ningún partido, perdí cada uno de ellos, sin embargo los entrenadores miraron mis cualidades y una en las que más destaqué fue en alentar al equipo”. Todo un Leónidas de pleno derecho.
Aunque una banda de guerreros no solo destaca por sus “oficiales”, Marcelo, melé del equipo, se encuentra en una situación similar. Hace ocho años cumple una condena por delitos contra la propiedad privada. Al mismo tiempo que cuenta por qué decidió unirse al equipo, no deja de escuchar al entrenador que durante el descanso les recuerda al resto de sus compañeros las reglas dentro del club y la importancia del respeto entre sus pares. “Ahora les están dando una charla porque los que tendrían que venir en el segundo turno vienen al primero. Entiendo que quieren jugar más, yeso que jugamos de lunes a viernes, pero estos ya se pasan de fanáticos”, relató.
Mientras ata los cordones de sus botines, que la Fundación le dio como parte de su uniforme de batalla, describe: “Tuve una vida difícil, siempre robé desde chico, y todos fueron delitos contra la propiedad, siempre hice las cosas mal, no te voy a mentir. Gracias a Dios, desde que conozco a los Espartanos mi vida cambió completamente, hoy tengo 33 años y mi mente maduró”. La vida del delantero dio un vuelco cuando llegó en 2017 desde la unidad Nº 2 de Sierra Chica, una prisión de máxima seguridad, en provincia de Buenos Aires.
Al principio, Esparta salía a buscar a sus guerreros. Tenían que convencerlos para que prueben el deporte. Hoy día son los mismos compañeros de celda quienes se invitan unos a otros para formar parte. Así fue cómo lo reclutaron, por un conocido dentro del pabellón. “La verdad nunca jugué, pero quería aprender”, manifestó. Al llegar las reglas fueron claras de entrada: “nada de pastillas (drogas sintéticas), ‘facas’ (cuchillos caseros) o pelearse con los compañeros”. El cronograma es simple: se entrena de lunes a viernes, los jueves yoga y el viernes rezan el Santo Rosario.
Entre risas rememoró: “No te voy a mentir, quería salir corriendo porque estos se estaban matando. Era nuevo para mí. Empecé entrenando y de a poco, cuando me quise acordar, me terminé enamorando de este deporte. Hace dos años y medio que estoy acá y ya salí a jugar cinco veces”. Los Espartanos necesitan probar su temple por medio de la organización de torneos internos y partidos amistosos entre otros clubes del país. Aunque, quizá, su Batalla de Termópilas fue contra los propios guarda cárceles. Marcelo definió la batalla como “una experiencia única”. Porque ellos eran sus encargados pero durante ese momento fueron todos iguales. “Una vez que entrás a la cancha no hay colores”, aseveró.
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