Remedios

Medicamentos falsos y caducados en África: un negocio asesino para sentirnos mejor

La OMS estipuló en 2020 que 100.000 africanos mueren cada año por la comercialización de medicamentos falsos y caducados

Según el ministro de Salud de Sudáfrica, Joe Phaahla, que el pasado martes recibía el refuerzo de la vacuna contra la covid en Pretoria, los primeros indicios apuntan a que se podría haber alcanzado la cima de la ola en una de las regiones más pobladas del país
Vacunación contra el coronavirus en Sudáfrica.larazonAgencia AP

Un empresario español de éxito y con diversos proyectos de negocios en África Occidental le explicaba a este periodista cómo había hecho una donación de guantes quirúrgicos caducados a un hospital de un país de habla francesa, y lo decía muy orgulloso, lo expuso como ejemplo mientras enumeraba las formas en que ayudaba a los africanos. Donar guantes caducados era una buena acción a su parecer, porque unos guantes caducados “son mejor que nada”.

Iñaki Alegría es médico coordinador del hospital de Gambo (sur de Etiopía), y contesta tajante al conocer la anécdota en una entrevista telefónica que “no podemos caer en la ayuda fácil de las sobras” y que “no debe hacerse en África lo que no se haría en España”. ¿Donarías paracetamoles caducados a una residencia de ancianos? Alegría no niega que haya fármacos que puedan consumirse aunque estén caducados, al menos durante un tiempo, aunque tiene claro que en ocasiones no se trata tanto de un asunto médico como de un imperativo moral.

Beneficiar a Europa puede costar vidas

Pero nada de lo que diga el médico quita que exista en el continente un lucrativo negocio de medicamentos caducados e incluso falsos, que entre una dosis y otra y por los efectos secundarios acaban con la vida de 100.000 personas cada año en el continente africano, según los datos arrojados por la OMS en 2020. Es la muerte en una pastilla, en unos polvos que se disuelven. Y son los propios gobiernos europeos, como se lamenta Iñaki Alegría, los encargados de gestionar muchas de las remesas de medicamentos que se envían a las naciones más desfavorecidas; son nuestros gobiernos quienes aprueban el envío sin poner demasiada atención a qué está bueno y que no, bajo la premisa letal de que “es mejor que nada”. Gobiernos corruptos reciben el cargamento que distribuyen sin mucho entusiasmo entre sus poblaciones, mientras el médico asentado en Etiopía expone un nuevo punto de vista a considerar en lo que respecta a la venta de medicamentos en África: “comprar el medicamento en África beneficia a la economía africana, comprarlo a Europa beneficia a la economía europea”.

No se trata de perjudicar a Europa, sino de darle un respiro a África. Cuando la conversación había comenzado con los medicamentos caducados, Alegría dio un giro al denunciar “el negocio de los medicamentos”, caducados o no, que enriquece a Occidente y empobrece a los africanos de manera automática. ¿Cuántos cientos de millones en medicamentos envía Occidente cada año a África? ¿Cuánto se habrán embolsado las farmacéuticas que los produjeron?

Un ejemplo. Estados Unidos donó sólo a Sudáfrica 5.7 millones de vacunas Pfizer para combatir al coronavirus, y cada vacuna cuesta 17 euros: 97 millones de euros sólo en Sudáfrica y sólo con vacunas Pfizer. Mientras que la UE impidió en 2022 que las farmacéuticas africanas pudieran producir sus propias vacunas contra el COVID-19, obligando al continente a depender de empresas externas. Entonces, Ignacio Martínez, investigador de Oxfam Intermón, denunció que “Europa debe dejar de impedir que los productores africanos fabriquen sus propias vacunas contra la COVID-19. Si realmente existiera una agenda común entre las Uniones (UA y UE), la UE dejaría de anteponer los intereses de las empresas farmacéuticas, que ya han cosechado miles de millones con la pandemia, a las vidas de la población africana”. Y sigue con medicamentos tan básicos como un simple omeprazol y remedios para el asma, desde hace décadas. Medicamentos caducados, sobras, defectuosos.

Visto con un ojo crítico, el negocio es aberrante, pero muy enriquecedor para algunos bolsillos. Víctor Madrigal es el coordinador de proyectos en la ONG AIDA (Ayuda, Intercambio y Desarrollo) en Guinea Bissau y ha trabajado más de una década suministrando medicamentos a hospitales y dispensarios del país, y su política es clara: “AIDA trabaja con un gran volumen de medicamentos pero no aceptamos que estén caducados por una cuestión moral y de salud pública”. Remarca a su vez la diferencia fundamental entre que a uno se le caduque el Gelocatil, y lo aguante dos meses más en el cajón, o que se envíe este Gelocatil caducado a “curar” a los africanos a 2.000 kilómetros del cajón de nuestra casa.

Libaneses, mauritanos, indios

Pone un ejemplo para explicar este punto de vista fundamental: trata de un niño al que le mordió una serpiente en una de las islas de Guinea Bissau (el país tiene 88), era un caso de vida o muerte pero fue una suerte porque contaban con el antídoto adecuado en el dispensario. Un medicamento en polvo que diluido con agua y aplicado intravenosa, salvaría al niño. Víctor opina que él se habría arriesgado, pero él no estaba en esa isla en ese momento fatal, y el doctor que tuvo que gestionar la situación decidió no arriesgarse dándole el antídoto al chiquillo… porque estaba caducado. Temió que el remedio fuera peor que la enfermedad, no inyectó el antídoto y el niño murió de una forma horrible, impotente. “Fue un exceso de celo, desde mi punto de vista”, remarca Víctor. El niño ya no está.

Como ocurrió con Iñaki Alegría, la conversación con Víctor marcha hacia nuevos derroteros y salen a escena los indios, mauritanos y libaneses dueños de farmacias en Guinea Bissau y que manejan indiscriminadamente los precios de los medicamentos porque no están topados por el Gobierno. Compran al por mayor en naciones extranjeras (Guinea Bissau no produce medicamentos) y su venta tiene un beneficio asegurado: es por esto por lo que AIDA se encuentra actualmente en un esfuerzo por negociar con el Gobierno guineano los precios de los medicamentos, para evitar esta especulación sin frenos y que arrebata vidas. El cántabro sentencia que “los medicamentos aquí son productos de lujo” y devuelve la conversación hacia los medicamentos falsos y caducados.

“Algunos salen bien pero llegan caducados”. Ocurre cuando las medicinas tardan un año en estar disponibles, entre los tiempos de transporte y de distribución, es algo que ocurre más de lo debido. En lo que respecta a los medicamentos caducados, asegura que AIDA “compra medicamentos fabricados en laboratorios que sabemos que existen, pero es verdad que en los mercados informales y en la calle se venden medicamentos de muy dudosa procedencia. Sobre todo en la zona rural, donde no hay farmacias y se venden medicamentos en los mercadillos”.

¿Qué incita a un suministro deficiente de medicamentos (o medicamentos deficientes, según el contexto) en algunos países africanos, en definitiva? Que sean importados. Son los donantes de medicamentos caducados, pasados, sobrantes, donados, la careta de Occidente, junto con los proveedores de aquellos farmacéuticos mauritanos y libaneses, quienes se enriquecen y alimentan su ego mientras los africanos pierden una oportunidad para diversificar su economía sin hacer uso de sus valiosos recursos naturales. Mueren cientos de miles en el proceso, se amasan miles de millones. Personas como Víctor Madrigal e Iñaki Alegría luchan contra muchas cosas, y una de esas cosas sería este regateo tacaño de vidas resumidas a una dosis. Seguirán luchando.