Terror

Miedo y balas en las ciudades de Israel: «¡Nos quieren matar!»

Los soldados israelíes buscan infiltrados islamistas mientras siguen cayendo los misiles de Hamás

Israeli police station stands by the bodies of militants outside the police station that was overrun by Hamas gunmen on Saturday, in Sderot, Israel, Sunday, Oct.8, 2023. Hamas militants stormed over the border fence Saturday, killing hundreds of Israelis in surrounding communities.
Israeli police station stands by the bodies of militants outside the police station that was overrun by Hamas gunmen on Saturday, in Sderot, Israel, Sunday, Oct.8, 2023. Hamas militants stormed over the border fence Saturday, killing hundreds of Israelis in surrounding communities. Ohad ZwigenbergAP

El aullido de las alarmas antiaéreas se cuela por cada rincón de las calles vacías de Sderot, situada a 13 kilómetros de la Franja de Gaza. En el cielo, aparecen las primeras estelas blancas de los cohetes lanzados por Hamás como si estuviesen pintando la bóveda celeste. Sin embargo, estos artefactos no son un pincel sino un dispositivo de muerte y destrucción que, una vez despega sin dirección, puede acabar detonando en cualquier lugar, si la Cúpula de Hierro no los intercepta antes. No siempre es así. Uno de ellos vuela bajo y explota a ras de suelo a unos cien metros. Dos voluntarios civiles abandonan su coche en mitad de la carretera y salen corriendo hacia uno de los muchos refugios de cemento distribuidos en las vías, o junto a los bloques de apartamentos y tiendas.

«Este ha caído demasiado cerca, maldita sea», dice la joven voluntaria Ghila. En las manos temblorosas sostiene el teléfono móvil. Intenta llamar, pero le fallan los dedos. Su compañero, Uri, le pasa un brazo por la espalda para tranquilizarla. «Estoy bien, estoy bien», repite con la voz rota, justo en el instante en que otro misil explota en las cercanías y el suelo vibra. «Este ha dado en algún lugar», indica Uri. ¿Cómo se puede vivir así? «Nosotros no somos de aquí. Vinimos a ayudar a la gente que no se ha marchado, a pesar de la situación. Somos de Jerusalén. La verdad, yo no podría convivir con esto, aunque hay quien se ha acostumbrado. Pero esto tiene que acabar, de una forma u otra», explica.

Pasado el peligro, se meten en su vehículo y se marchan haciendo chirriar las ruedas. Los límites de velocidad ya no importan. Para ir de un punto a otro lo importante es recorrer la distancia en el menor tiempo posible. Las calles desiertas ayudan. Pocos civiles se aventuran a salir de sus casas. Los únicos que lo hacen son los soldados israelíes Patrullan a pie, sobre todo en los márgenes de la ciudad, los cuales bordean con una larga valla que la separa de la zona muerta entre la Franja de Gaza e Israel.

Se desplazan en pequeños grupos armados y listos para el combate. El sentimiento de indefensión tras el ataque de Hamás del pasado sábado es evidente. Sderot es ahora una ciudad militarizada, como evidencian las pequeñas bases que las unidades del Tsahal han montado en los edificios civiles. Allí se agrupan y aparcan sus vehículos descapotables Humvee de color verde oliva, como sus uniformes. «No tenemos permiso para hablar con la prensa», dice un oficial. «¿De dónde eres?», pregunta un soldado raso en español. «Tu acento me suena. ¡Ah, de España! Mis padres son de Argentina. Ve con cuidado, los bombardeos no paran», dice, justo antes de que el oficial le suelte una reprimenda en hebreo.

El soldado calla y se reincorpora con sus compañeros, mientras, de fondo, en la valla, se escucha el repiqueo de una ametralladora pesada, una de 50 mm, disparando hacia algún lugar de la Franja. Alguien, desde allí, devuelve el fuego con un fusil de asalto. El sonido hueco y mortífero de los disparos apenas se distingue, pero recuerda que los milicianos de Hamás están listos para el combate, al igual que las tropas de Israel. La gran ofensiva ha sido pospuesta por las condiciones meteorológicas, según indicó el Gobierno, después de las fuertes lluvias de la mañana, las cuales pueden embarrar el terreno arenoso y de dunas que rodea la Franja. Un problema para los blindados. Sin embargo, observando el movimiento de las tropas del Tsahal, sólo parece cuestión de tiempo para que el asalto empiece.

Antes de llegar a la zona del Ayuntamiento, en el centro de Sderot, otro ataque con cohetes retumba en los cielos. Uno de ellos explota por encima de nuestras cabezas. Cuando no hay un refugio cerca, las directrices del Gobierno indican que hay que salir del vehículo y alejarse lo suficiente, ya que si este fuese alcanzado multiplicaría la onda expansiva y la metralla, estriarse en el suelo con las manos encima de la cabeza detrás de un muro, si es posible, y esperar a que hayan pasado las detonaciones para dirigirse al refugio más próximo, en este caso, situado en el Centro Internacional de la ciudad.

Ayelet, la directora y coordinadora de los voluntarios, es clara sobre la situación que están viviendo. «Es muy peligroso salir de casa o ir a las pocas tiendas de comestibles abiertas. Por eso, en este lugar recolectamos comida, ropa, productos sanitarios y, como puedes ver, muchos pañales», explica, señalando hacia una montaña de paquetes de plástico. Son alrededor de un centenar y se mezclan con los soldados, policías y trabajadores del gobierno local, situado en un edificio contiguo donde hay un impacto directo de un misil. La ciudad, ahora, está en manos de los dioses de la guerra, cualesquiera que sean sus nombres u orígenes.

No obstante, «no nos importa la presencia de los soldados», cuenta Ayelet, cuya mirada penetrante parece desafiar a cualquier peligro. «Tenemos que asegurarnos de que no haya más terroristas escondidos, sobre todo en los edificios en construcción», que en Sderot se ven por doquier, sobre todo cerca del muro que los separa de Gaza y que está a tocar de mano. «Si queda alguno, su objetivo es matarnos. El peligro al que estábamos acostumbrados ha cambiado. Antes solo eran cohetes, con los que sabemos lidiar, pero ahora tenemos a potenciales terroristas de Hamás. Durante el ataque de la semana pasada se infiltraron hasta 2.000 y todavía no sabemos si queda alguno emboscado».

«Por eso, la gente que no ha querido ser evacuada necesita nuestra ayuda. Queda un 35% de la población. Nuestra labor es proporcionarles seguridad gracias a los esfuerzos del gobierno local y del Ejército».