Política

Estados Unidos

No hay paz en la Casa Blanca para Trump

El último viaje del mandatario a la frontera con México, la reforma del Obamacare y nuevos desaires a la clase política marcan el arranque de la era post «Rusiagate»

El presidente Trump visitó la frontera con México este viernes, donde anunció que no va a aceptar más asilados porque, dijo, «el cupo está lleno» / Reuters
El presidente Trump visitó la frontera con México este viernes, donde anunció que no va a aceptar más asilados porque, dijo, «el cupo está lleno» / Reuterslarazon

El último viaje del mandatario a la frontera con México, la reforma del Obamacare y nuevos desaires a la clase política marcan el arranque de la era post «Rusiagate».

Dos semanas ya desde que el fiscal general, William Barr, proclamase en un folio para la historia que Donald Trump nunca se conjuró con los servicios secretos rusos para influir en las elecciones de 2016. Catorce días después de que Barr admitiese que el fiscal especial, Robert Mueller, había dejado a su criterio la decisión de imputar o exonerar al presidente de presunta obstrucción a la Justicia. Dos semanas, al fin, desde que Barr y su segundo, el vicefiscal general Rod Rosenstein, limpiaran su historial y su futuro del peso del «Rusiagate».

Todos creían que la Casa Blanca aprovecharía para enfocar el horizonte, reivindicar su buen hacer y, a lo sumo, ajustar cuentas con los elementos de la oposición y la Prensa más belicosos. Y así ha sido... hasta cierto punto. Lejos de capitalizar su triunfo, Trump, que al menos visitó la frontera, su gran cruzada política, la única que le permite cosechar la mezcla exacta de aplausos y abucheos que alimenta sus mejores discursos, se las ha apañado para incomodar a los propios congresistas y senadores republicanos.

Sí, ha visitado ciudades como Calexico, en California, y ha paseado junto a las alambradas recién estrenadas por la Patrulla de Fronteras. De paso ha afeado su actitud a los políticos del Estado. «California siempre es la primera en quejarse. Y no me refiero a la gente de California, que es fantástica. Hablo de los políticos de California. Cuando sus bosques arden, se quejan. Tienen que cuidar mucho mejor sus bosques». Respecto al muro añadió que «algunos de nuestros mayores oponentes han reconocido en los últimos dos días que se trata realmente de una emergencia. No pueden creerse lo que está ocurriendo. En parte se debe al hecho de que el país lo está haciendo tan bien. En parte a que el sistema es una estafa. La gente quiere entrar. No debería entrar. No debería».

Pero la frontera y el muro no dan para rellenar 15 días de agenda y capitalizar el 100% del debate político. De modo que Trump volvió a insistir en su voluntad de que el partido saque adelante un plan sanitario que sustituya con garantías el «Afordable Care Act» de Obama. Todos en Washington saben que no vale con dejarlo caer. Hablamos de más de 50 millones de personas con condiciones médicas preexistentes a las que el parche del Obamacare, mal que bien, blinda de ser rechazados por las aseguradoras.

Los legisladores, después de la resonante derrota de hace un año, cuando los suyos, incluido el senador John McCain, tumbaron la alternativa republicana, aguardan las directrices presidenciales. Trump, entre tanto, asegura que ha creado un grupo de trabajo del que espera grandes cosas. Sin especificar. En el ínterin remite a los tribunales, donde se dirime buena parte del futuro inmediato del Obamacare. Por su parte los jueces no dejan de fallar en contra de sus planes. El penúltimo revés llegaba el jueves de la semana pasada, cuando el juez federal John D. Bates consideró ilegales los planes de la Administración Trump para que sea posible acceder a planes de salud fuera de las directrices del Obamacare.

En su opinión, el Ejecutivo habría intentado puentear la ley, rebajando el nivel de exigencia y los controles a las empresas y aseguradoras con la excusa de abaratar los costes y flexibilizar el acceso. Como recordó Timothy Bella en «The Washington Post», el juez Bates fue un magistrado nombrado por el ex presidente George W. Bush. De lo que resulta fácil deducir que Trump no ha podido culpar a los elementos más próximos al Partido Demócrata en la judicatura, tal y como acostumbra a hacer, por ejemplo, con ocasión de las decisiones de los jueces federales en San Francisco. O con la misteriosa e inexistente juez Flores, a la que afeó una sentencia que nunca existió relacionada con la inmigración y hasta le ha inventado un nombre. Otro juez, este real, James E. Boasberg, bloqueaba con dos sentencias los planes de la Administración para que algunos beneficiarios de Medicaid con bajos impuestos en los Estados de Kentucky y Arkansas estén sujetos a requisitos de trabajo. Según Boasberg, los estados habrían impuesto una serie de obstáculos para conseguir la atención médica que contraviene las líneas maestras del Obamacare.

Lejos de ser estos los únicos contratiempos el presidente también desairó hace unos días a su secretaria de Educación, Betsy DeVos, en relación a las ayudas federales para los atletas paraolímpicos. La consejera había pedido al Congreso que congele los más de 17 millones de dólares que EE UU dedica a tal fin. En una intervención tormentosa DeVos explicó que el comité paraolímpico ya recauda más de cien millones de dólares de inversores privados mientras existen «docenas de organizaciones no lucrativas que apoyan a estudiantes y adultos con discapacidades sin recibir ni un centavo del dinero de la subvenciones». Pero su petición ni siquiera será votada, después de que el presidente Trump asegurase su firme intención de «financiar las paraolimpiadas (...) «Creo que son increíbles», añadió, «y acabo de autorizar su financiación». Trump admitió que no sabía de los planes de DeVos, que no comparte. Desde el departamento de Educación la gente de Devos respondía a la CNN que la orden de cortar la financiación provenía de la Casa Blanca. Un lío, otro más, de una presidencia incapaz de aprovechar los mejores días desde 2016, con los demócratas vapuleados por el resultado de las pesquisas del «Rusiagate».

O tal vez los está explotando, a fondo y con su característica facilidad para facturar titulares. De ser así la última semana sólo será un fracaso para unos analistas alimentados por las recetas canónicas y los usos de la vieja escuela. Tan acostumbrados a interpretar las disonancias como derrotas que dos años después de su triunfo siguen sin comprender sus claves. Y eso que tampoco resulta difícil. Basta viajar hasta cualquiera de las localidades que lindan con México y escucharle en discursos tan arrolladores y simplistas como el que ofreció este mismo viernes. Cuando con voz solemne recomendó a los inmigrantes que no vengan. No vengan, advirtió. Estamos llenos, insistió. El sistema no puede asimilar más personas. Poco antes, de camino al aeropuerto en Washington, había bromeado con una de sus némesis, Joe Biden.

El que fuera vicepresidente con Obama tiene cada día más complicado sobrevivir a la tormenta desatada por las mujeres que le acusan de propasarse en público. La clase de dicterios que hace dos años, lejos de hundir la carrera de Trump, propulsaron su imagen de macho alfa.