Europa

Bruselas

Nosotros no podemos

Pablo Iglesias
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Disidentes y represaliados de Cuba y Venezuela desmontan desde su experiencia la falacia de la utopía que Pablo Iglesias defiende en Europa.

Pablo Iglesias se sabe el foco de atención. Como en sus tiempos de aprendizaje en la televisión de Vallecas, el «enfant terrible» de la política patria mira fijo a la cámara y adoctrina con aplomo. Ahora, Europa es su escenario y el plató la rutilante Bruselas, el Versalles del establishment que él, nacido con el apellido justo y la convicción arraigada desde la cuna, pretende derrocar. De Vallecas a la Eurocámara en un parpadeo. Pero el profesor Iglesias, consciente ya de su propio personaje, no echa el freno a su discurso. El jueves se presentó en Europa con las mismas premisas: acabar con la «casta», derribar el statu quo, volver la mirada hacia otra forma de hacer política...

Pero, ¿qué política? Aunque sus acólitos vean en Podemos un soplo de «aire fresco», su receta, a juzgar por el programa electoral y sus propias declaraciones, es tan vieja como lo son el régimen cubano y bolivariano. Iglesias nunca ha ocultado su simpatía por ambas «democracias». Y lo que quizás sea más revelador: en esos países se le ve como «uno de los suyos», una pica en Bruselas, un aliado incipiente pero que, en muy poco tiempo, ha alcanzado gran resonancia mediática. La propia televisión chavista saludaba al «amigo» Iglesias pocos días después de su éxito electoral.

Iglesias predica una receta que la historia conoce bien: nacionalizaciones, reparto de tierra, soberanía popular, justicia universal, libertad, igualdad, fraternidad... Frente a esa Arcadia popular, son muchos quienes dentro o fuera de Cuba y Venezuela abjuran de una política, la de Podemos, que han sufrido en sus propias carnes. Testimonios de represión, silencio o exilio que no se compadecen con las aspiraciones de transparencia y dignidad que propugna el eurodiputado.

Numerosos son los cortes televisivos o las declaraciones de Iglesias a favor del tipo de política que se desarrolla en la Isla y en Venezuela. Inevitable preguntarle, incluso en Europa, por sus filias. E inevitable que el líder de Podemos pase al ataque y cargue contra la «obsesión de algunos» medios de comunicación por representarlas como dictaduras.

Para los disidentes consultados por LA RAZÓN –un pequeño pero autorizado muestrario de quienes desde dentro o, más libremente, en el exilio, alzan la voz contra la tiranía–, Cuba y Venezuela no son exactamente un modelo de libertad y participación. Allí, la «casta» lleva años defendiendo el binomio «patria y libertad» en nombre del pueblo, aun pasando el rodillo sobre él. Frente al modelo de educación, sanidad e interés general que representa Cuba en el ideario de ultraizquierda, Carlos Payá sentencia al lado de estas líneas que en la isla «hay pobres tan pobres que no tienen derecho a decirlo»; contra el argumentario de una Venezuela democrática en la que la carestía y las manifestaciones son un hecho puntual, María Corina Machado habla a las claras de «colas interminables, pobreza, violencia sin fin».

El líder de Podemos, consciente de que en Bruselas ha de jugar un papel activo, notorio, pero quizás menos agresivo, intenta derivar su discurso hacia los problemas de los países «periféricos» de Europa. Como candidato de Izquierda Unitaria Europea, hizo un llamamiento «a las fuerzas progresistas de la Eurocámara y, particularmente, a las de países del sur como España, Grecia, Chipre, Portugal y Francia, los que saben cuál es la realidad de las consecuencias sociales de las políticas de ajuste» para integrar una alianza de futuro hacia un cambio radical. La dirección del cambio la dejaba clara el año pasado: «Países como Ecuador, Venezuela, Bolivia, Brasil, Argentina o Uruguay acumulan experiencias que pueden ser muy interesantes para plantear un proyecto político de poder en el sur de Europa».

Iglesias se apoya en «organismos internacionales» para defender que Cuba y Venezuela se rigen bajo los parámetros de una estricta democracia. En sus últimas intervenciones ha moderado su postura y, sin retractarse, trata de suavizar sus exposiciones, un poco más lejos de la asertividad con que se conducía en los platós de televisión. Las cámaras recogieron en su día declaraciones tan controvertidas como las de su «número dos», Juan Carlos Monedero, quien, con el cadáver de Hugo Chávez aún caliente, manifestó sentirse «digno defendiendo a Chávez frente a la basura mediática española».