
África
El terrorismo islámico intensifica sus ataques en la República Democrática del Congo
El último ataque de las despiadadas Fuerzas Democráticas Aliadas ha dejado 43 civiles muertos

Mientras las negociaciones entre el gobierno congoleño y el grupo rebelde conocido como M23 avanzan a trompicones en Doha, una amenaza permanece en la República Democrática del Congo. Son las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF por sus siglas en inglés), la filial del terrorismo islámico encargada de aterrorizar el este del país. Su salvajismo es de sobra conocido por todos, igual que su cobardía. Se escabullen de las fuerzas de seguridad locales para centrar sus ataques en civiles, mujeres, inocentes y niños, antes de desaparecer nuevamente en la foresta para planear su nueva matanza.
El último ataque de las ADF, ocurrido en la noche del sábado en la provincia de Ituri, concluyó con 43 civiles muertos, según el comunicado emitido este domingo por Naciones Unidas: 19 hombres, 15 mujeres y 9 niños. Todos ellos asesinados en la parroquia Bienaventurada Anuarite. En su iglesia.
El ejército congoleño ha confirmado que las víctimas fueron ejecutadas dentro del templo a machetazos, que es el arma más socorrida de las ADF cuando se enfrenta a individuos desarmados. Según especificaron en un comunicado posterior, el ataque debería ser una operación de “venganza” por parte de las ADF, como respuesta a la creciente presión a la que se ven sometida por parte de las fuerzas armadas congoleñas.
En su propio comunicado, Naciones Unidas expresó su “profunda indignación” ante lo ocurrido, que considera como “una grave violación de la ley humanitaria internacional y de los derechos humanos”. Dicho comunicado concluye con la afirmación de que Naciones Unidas mantiene su compromiso de colaboración con las autoridades congoleñas a la hora de prevenir ataques y proteger a los civiles.
Una promesa que sigue en proceso de cumplirse treinta años después del inicio de la misión de la ONU en el país. Las sucesivas misiones africanas en el terreno, que incluyen una breve presencia de la Comunidad de África Oriental y un contingente desplegado por la Comunidad del Desarrollo de África Austral, tampoco han ayudado a mitigar el impacto del grupo.
Decir que este elevado número de muertes es producto de una campaña de venganza por parte de las ADF puede sonar, sin embargo, peligrosamente fantástica. La realidad de los últimos meses, podría decirse que años, donde decenas de civiles son masacrados de forma periódica por los machetes de los terroristas, hace entrever una realidad mucho más asentada: que el ejército congoleño no está siendo capaz de hacer frente a las ADF, de la misma manera que no está siendo capaz de hacer frente al M23 oa la CODECO. Basta con mirar los números.
Sesenta personas murieron a manos de los terroristas a mediados del mes de julio. Setenta civiles fueron hallados muertos en el pasado mes de febrero. Más de 40 fueron asesinados en enero. Alrededor de cuarenta civiles fueron masacrados en junio de 2024. Veinte muertos en agosto de 2023; otros 40 asesinados en marzo del mismo año. En enero de 2023, una bomba mató a 10 personas e hirió a 39 en una iglesia pentecostal de Kivu Norte. Se acumulan los niños quemados vivos dentro de sus residencias escolares, los bebés carbonizados, los cuerpos que aparecen de forma periódica con la cabeza separada de los hombros y el terror aún tatuado en el rostro.
Las ADF se crearon como un grupo conformado por combatientes de nacionalidad ugandesa cuyo objetivo principal consistía en derrocar al gobierno de Uganda para establecer allí un califato islámico. Sin embargo, en los últimos años, debido a la firme oposición de las autoridades ugandesas, han multiplicado sus operaciones en territorio congoleño. En este caso, el gobierno de Kinshasa apenas cuenta con un aliado en la lucha contra las ADF: el ejército ugandés. Una ayuda que, si parece inevitable, traerá nuevas consecuencias (no del todo positivo) para los congoleños. Al final, el poder de negociación del Estado incapaz de garantizar la seguridad en su territorio es mínimo. Y Uganda, mitad libertadora, la otra mitad conquistadora, se aprovecha de esta debilidad.
Julián Gómez-Cambronero, autor del libro ¿A quién le importa el Congo? , publicó recientemente un artículo donde señalaba a Uganda como “el discreto depredador que se está comiendo el Congo”. Indica que “hemos visto que las acciones de las ADF justificaron la entrada de Uganda en las dos guerras congoleñas y que su actual presencia y colaboración en las provincias congoleñas de Ituri y Kivu Norte -en el territorio de Lubero- viene dada también por operaciones contra las incombustibles ADF”, como un recordatorio de que las ADF, más allá de masacrar a civiles con el desorden de su violencia, sirven, aún sin pretenderlo, como puerta de entrada para nuevos agentes en suelo congoleño. Siempre que las ADF se embosquen en el lado congoleño de la frontera ugandesa, amenazando con atacar al país vecino, la seguridad de Uganda llevará a sus autoridades a justificar sus incursiones en RDC.
Actualmente se calcula que 6.000 soldados ugandeses se encuentran en la República Democrática del Congo combatiendo a diversos grupos armados. Las ADF, pero también una milicia radical cristiana conocida como el Ejército de Resistencia del Señor (LRA) o la CODECO (una milicia compuesta por una mayoría étnica lendu cuyas acciones se centran en masacrar a civiles de la etnia hema.
La incapacidad de las autoridades congoleñas de eliminar esta retahíla de amenazas facilita la presencia de los ugandeses, los cascos azules, los contratistas de seguridad privada encargados de salvaguardar variopintos; intereses también excusa la política intervencionista ruandesa de la mano del M23. La incapacidad del gobierno congoleño, en definitiva, vuelve el Estado una entidad débil, dependiente, pobre en la negociación, que no tiene otra alternativa que ofrezca sus riquezas a manos enteras para recibir un cambio los rastrojos de ayuda que permitan su supervivencia un día más.
Con un PIB de 67.000 millones de dólares (similar al de Eslovenia pese a ser 100 veces más grande que el país europeo) y un presupuesto en destinado a defensa de 794 millones de dólares (frente a los 23.000 millones que gasta España), es evidente que la República Democrática del Congo carece de los medios para hacer frente a los más de 120 grupos armados que operan en el este del país desde hace décadas, pese a ser uno de los países del planeta más ricos en recursos. naturales; atribuir a una campaña de “venganza” por la presión del ejército congoleño el último ataque de las ADF, grupo que hace más de 30 años que opera en la zona, quizás suene forzado.
Atribuir la presencia de Uganda a la incapacidad congoleña de hacer frente a grupos como las ADF, por otro lado, refleja una realidad más plausible. Tal y como señalaba Gómez-Cambronero, “la Historia se repite y Uganda ya controla unos 400 km2 de territorio congoleño y parece dispuesto a todo lo que le representa beneficios, en un pacto de no agresión con el otro invasor, Ruanda, y amparándose en la discreción, el foco mediático sobre el régimen ruandés y el M-23 y la debilidad del gobierno y el Ejército congoleño”.
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