Elecciones en Estados Unidos
Pesadilla Hillary
¿Por qué perdió Hillary? Porque ganó Trump. ¿Y por qué ganó Trump? Bueno, en votos populares no ganó. Cuando quedan cuatro estados con su escrutinio inmovilizado desde la noche electoral, Clinton gana 47,7% frente al 47,4% de Trump. En tres de esos cuatro estados los demócratas llevan una ventaja imbatible. Cabría que ganasen una décima más (47,8%). Si eso fuera en detrimento del republicano, bajando al 47,3%, entonces Clinton habrá ganado por medio puntazo porcentual, todo un récord histórico para un perdedor, suficiente para que el desconcierto y la rabia de los demócratas suba todavía unos cuantos grados más, y leña para el fuego de las críticas al procedimiento de elección indirecta del equipo presidencial, que se reproducen cada cuatro años, pero que nunca acaba de incendiar el sistema.
No se trata por tanto de explicar una sorprendente victoria, sino un empate con, curiosamente, pequeña desventaja para el ganador, en que ninguno de los dos contrincantes alcanza el 50%. Hillary habría sido el candidato(a) más impopular desde que existen encuestas de opinión (desde 1960 de manera continua y bastante fiable) si no fuera porque Trump la ha superado en ese feo concurso. En el resto del mundo, Hillary era generalmente apreciada y Donald ampliamente despreciado. El mundo sabe poco de Hillary y demasiado de Trump. Sus seguidores, se ha dicho, se lo han tomado seriamente, pero no al pie de la letra. Sus adversarios justo al revés. Aunque él ha hecho grandes méritos para labrarse la fama de la que goza, el equipo de Clinton, con sus altavoces mediáticos, ha hecho un excelente trabajo para amplificarla y para reducir a pecadillos administrativos su historial negro. Esos mismos medios han convertido, gratuitamente, a Trump en una celebridad, en un famoso a escala universal. Le han posibilitado una campaña de gran difusión y muy bajo coste, que ha podido financiarse de su propio peculio, manteniendo oculta su fortuna, quizás muy inferior a lo que se supone y él quiere que se crea, acaso solamente unos «miserables» 200 millones de dólares, todo lo cual le ha permitido mantenerse independiente de la recaudación y los recursos del partido, a cuyo margen e incluso en cuya contra ha actuado en todo momento. Los medios de izquierdas aumentaban sus ventas justificándose con la coartada moral de que estaban soltándole cuerda para que se ahorcara a sí mismo.
La intención relativa de voto entre ambos ha sufrido muchos altibajos ya desde las primarias, casi siempre con ventaja de la candidata demócrata. Lo que variaba era la magnitud. En muchos momentos, la dirección republicana dio esa ventaja por descontada y se temió la catástrofe: que arrastrase las restantes elecciones «down-ballot», como se dice en la jerga, lo que se traduciría literalmente como «voto abajo»: las dos cámaras del Congreso, gobernadores, legislaturas estatales, etc. En vísperas inmediatas al día 8, la media de las encuestas más recientes le daban a Hillary una ventaja de un 3%, en el límite del margen de error. Convertido en probabilidades por Nate Silver, el príncipe de los estadísticos electorales, sería un 70% contra un 30%. Difícil, pero no impensable. La conmoción viene porque demasiados pensaron que lo que era impensable es que un tipo como ése pudiera derrotar a una candidata con tantos méritos, destinada a cumplimentar el hecho histórico de ser la primera presidenta de los Estados Unidos, tras el primer presidente de color. Todo ello por obra de la izquierda americana.
Así pues, ¿por qué? Es bastante sencillo. Lo que está en el fondo es que el saldo sedicentemente progresista de ocho años de Obama ha puesto en pie de guerra política a una parte de la opinión, que se acerca bastante a la mitad del electorado, o al menos de los votantes. Gentes de la base de la sociedad perjudicadas en sus intereses y ofendidas en sus ideales. Cuenta igualmente que los demócratas no han conseguido un candidato que los unifique y satisfaga a todos, lo que compensa el hecho de que lo mismo haya sucedido entre los republicanos. Entre éstos, los que eran «nunca-Trump», a la hora de la verdad se resignaron en su mayoría y «volvieron a casa», pensando que cuatro años de Hillary, no digamos ocho, era peor, mucho peor y significaba convertir el tercer poder, el Tribunal Supremo, en el puro brazo político del progresariado. Lo que hay que explicar son muy pocos puntos porcentuales. El país está políticamente partido por la mitad. Los corrimientos de ciertas capas sociales, lo que los americanos llaman «demographics», han sido pequeños pero suficientes y más bien se ha tratado de deserciones. Jóvenes de Sanders que han preferido quedarse en casa; negros de Obama que han hecho lo mismo; algunas mujeres menos votando a Hillary y más a Trump; lo mismo con los latinos. Y otros candidatos en liza que se han llevado unos cuatro puntos, que más que nada se pueden considerar de protesta.
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