El Futuro de Venezuela
Radiografía de un delicado equilibrio
Exteriores tiene la doble misión de apoyar a la oposición y mantener sus bazas de mediación
Exteriores tiene la doble misión de apoyar a la oposición y mantener sus bazas de mediación.
Que España es el punto de referencia y el puerto franco de Hispanoamérica en Europa y que este área del planeta es, a su vez, el punto de fuga tradicional de nuestra política exterior es algo que está poniéndose de manifiesto –más allá de la retórica habitual de los pronunciamientos diplomáticos– con el papel que nuestro país está jugando en los últimos y turbulentos días que se están viviendo en Venezuela. Un papel que ha estado marcado en la última semana por dos decisiones estratégicas aparentemente divergentes. En primer lugar se recibió en calidad de huésped a Leopoldo López en la residencia del embajador posesionándose de esta manera el Gobierno de manera incontrovertible con la oposición democrática. Apenas horas después, tras un encuentro no programado con los medios de comunicación a las puestas de la legación diplomática en Caracas, el ministro de Exteriores realizó unas declaraciones desde Beirut en las que anunciaba que en el futuro el Gobierno «limitaría» este tipo de sucesos, que llegó a calificar de «activismo político». Las declaraciones de Borrell provocaron, como era de esperar, un aluvión de críticas.
Fuentes diplomáticas explican este comportamiento aparentemente paradójico en base a dos posturas antitéticas existentes dentro del Gobierno: por un lado hay sectores que sienten cierta molestia hacia la figura de Leopoldo López, líder de Volundad Popular, un partido claramente derechista; y, por otro, está la necesidad de mantener cierta distancia con la oposición democrática para que Madrid no pierda bazas ni capacidad de mediación en futuras negociaciones con el chavismo. La más que probable presencia de ministros de Unidas Podemos en el próximo Ejecutivo de Sánchez añade peso a los que abogan por distanciarse de López.
Esta ambivalencia está lejos de ser novedosa. El papel de España en Venezuela siempre ha estado marcado por este precario equilibrio. Un equilibrio que no sólo se ha concretado en la divergente actitud de nuestros sucesivos Gobiernos sino también con esfuerzos de mediación de referentes de nuestra política nacional como los ex presidentes Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero, dos personalidades que encarnan dos actitudes contrapuestas en referencia a la situación venezolana. De hecho, este binomio fue descrito por un diplomático español recientmente como «el doctor Jekyll y el señor Hyde del socialismo en referencia a Venezuela».
Por una parte está Felipe González, amigo personal del fundador de la democracia venezolana, Rómulo Betancourt y del dos veces presidente Carlos Andrés Pérez, bestia negra de Chávez. Kofi Annan le ofreció ser su representante personal tras el golpe de Estado fallido contra el régimen en 2002. Su postura denunciando la «tiranía» chavista, el desastre humanitario que vive el país y «el mayor éxodo en la historia de América Latina» en tribunas como «The New York Times» es especialmente eficaz dentro de Venezuela por provenir de una figura prominente de la izquierda en Europa y en Hispanoamérica. El papel del «señor Hyde» corresponde al ex presidente Zapatero, ferozmente criticado por la oposición democrática por proporcionar oxígeno político al moribundo régimen de maduro en 2015 y 2017.
Venezuela también ha contado con un capítulo propio en la política doméstica de nuestro país. Desde la irrupción en el mapa de partidos de Podemos en las europeas de 2014, la atención mediática estuvo concentrada en sus lazos con el chavismo. Los siete millones de euros que la Fundación Ceps, embrión político del partido de Iglesias, recibió de distintas instituciones venezolanas en los años previos a su aparición fue utilizado constantemente por sus enemigos electorales para acusar a sus dirigentes que intentaban importar a España el caos bolivariano.
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