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Rios Montt apelará la sentencia por genocidio
Treinta años después de haber gobernado con mano de hierro, el anciano general Efraín Ríos Montt, que fue condenado el viernes a 80 años de prisión – 50 por genocidio y 30 por otros crímenes de lesa humanidad– exigió ayer la anulación del proceso judicial y aseguró que apelará la sentencia. «Estamos seguros de que esta sentencia se cae por su propio peso. Vamos a apelar inmediatamente», confirmó ayer el abogado del ex dictador, que señaló que el tribunal tenía un «interés marcado» en condenarle. La condena al temido Ríos Montt, de 86 años, al primer dictador latinoamericano sentenciado por genocidio, muestra cómo han cambiado las cosas en Guatemala y América Latina en las últimas tres décadas. La Justicia lo responsabiliza de la matanza de 1.771 indígenas mayas ixiles en el departamento de Quiché –al norte del país– durante su gobierno de facto, entre 1982 y 1983. «No soy genocida (...) Nunca firmé, nunca ordené que se atentara contra una raza, una etnia o una religión. ¡Nunca lo hice!», dijo Ríos Montt, en el banquillo de los acusados, con su voz áspera y firme. Nadie le creyó. Tras la sentencia, el dictador ingresó en el centro penitenciario de la base militar San Rafael de Matamoros, al norte del país. Un informe de la ONU de 1999, presentado por la Fiscalía en el proceso contra Ríos Montt, documentó 626 masacres – 500 en aldeas arrasadas– consignó que hubo «genocidio» y precisó que entre 1978 y 1984 ocurrió el 91% de las violaciones de derechos humanos de la guerra (1960-1996), que dejó 200.000 muertos y desaparecidos. Nacido el 16 de junio de 1926 en el pequeño municipio de Huehuetango, Efraín Ríos Montt entró en el Ejército a los 18 años. Allí pasaría buena parte de su vida. En marzo 1982, un golpe de Estado encabezado por él derrocó a dos presidentes: al saliente Fernando Romero Lucas García y al electo Ángel Aníbal Guevara. Diecisiete meses estuvo en el poder el dictador antes de ser, a su vez, derrocado por su propio ministro de Defensa, el 18 de agosto de 1983. Ese medio millar de días lo perseguirían por el resto de su vida. Durante ellos creó las Patrullas de Autodefensa Civil, que armó, e involucró de lleno a los civiles en el conflicto; fue un abierto defensor de la rama fundamentalista del protestantismo a la que seguía -en un país abrumadoramente católico- y se negó a escuchar las peticiones de clemencia del Papa Juan Pablo II por seis hombres condenados al paredón. También fue el comandante supremo de las Fuerzas Armadas durante los ocho meses en que se perpetró la matanza de los indígenas maya ixil. Siempre estuvo asesorado y apoyado por la CIA y el Ejército de EE UU. Este juicio al ex dictador ha demostrado cuán abiertas siguen las heridas de la historia en Guatemala.
Crímenes contra la humanidad
La noche del 6 de diciembre de 1982 un grupo de hombres armados entró a la aldea y sacó de sus hogares a hombres, mujeres y niños. No se sabe cuántas personas murieron, pero en la exhumación de un pozo realizada entre 1994 y 1995 se recuperaron 162 esqueletos. «Aquellos militares gozan todavía de inmunidad», asegura Raúl De Jesús, víctima de la matanza.
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