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Asia

Taiwán, eje de la nueva rivalidad entre la Dama de Hierro japonesa y Xi Jinping

Tokio y Pekín enfrentan la mayor crisis diplomática en años a raíz de una publicación en redes del cónsul general de China en Osaka

Xi Jinping y Sanae Takaichi Cuenta de la primera ministra de Japón, Sanae Takaichi, en XEFE

Un mensaje fugaz en la red social X encendió la mayor crisis diplomática entre Tokio y Pekín en años. "Deberían degollar a esa inmunda", escribió el cónsul general de China en Osaka, refiriéndose a la primera ministra Sanae Takaichi. El tuit, publicado en plena escalada por Taiwán y borrado pocos minutos después, bastó para desencadenar una tormenta política inesperada, hiriendo de lleno a dos gobiernos ya enfrentados por su rivalidad en el Pacífico. Se ha vuelto a prender la mecha en un momento en el que Japón estrena liderazgo y Pekín observa con suspicacia a una dirigente apodada la "Dama de hierro", que evoca los reflejos más duros del legado Abe.

La insólita publicación forzó la protesta formal del Ministerio de Asuntos Exteriores nipón, que calificó la amenaza como "inapropiada, inadmisible e inexcusable". Pekín, lejos de rectificar, se refugió en el silencio inmediato: ni desmentido categórico ni disculpa. Esa vaguedad diplomática fue leída en Tokio como validación tácita. No obstante China elevó posteriormente su tono hasta el límite diplomático, tras unas declaraciones de Takaichi en el Parlamento de Tokio donde advirtió que un ataque chino contra Taiwán colocaría a la nación en "una situación de amenaza existencial" y justificaría el uso de su fuerza militar.

En una comparecencia cargada de dureza, el portavoz del Ministerio de Exteriores chino, Lin Jian, denunció esas palabras como una "injerencia escandalosa" y una "violación intolerable" del principio de "una sola China", así como de los pactos bilaterales que rigen las relaciones entre ambas naciones desde hace medio siglo. Lin acusó a Takaichi de "coquetear con las fuerzas independentistas de Taiwán" y de intentar socavar la soberanía china bajo la protección de Washington.

Recurrió además a la memoria histórica mientras recordó los crímenes del antiguo imperio japonés en la isla, y advirtió de que Tokio "vuelve a pisotear la justicia internacional". Pekín sostiene que la cuestión taiwanesa pertenece exclusivamente a su ámbito interno y apuntó a que la reunificación "se logrará, por la fuerza si fuera necesario". Con un mensaje inequívoco, China emplazó al Gobierno japonés a "dejar de provocar, a no cruzar líneas rojas" y a "no volver al camino equivocado" de la confrontación regional.

Un nuevo equilibrio en la región

El incidente no es anecdótico. Es el primer choque abierto entre la nueva administración nipona y el régimen de Xi Jinping, y simboliza la alteración del equilibrio que comienza a reconfigurar la región. Por primera vez en la historia del país, una mujer lidera el Partido Liberal Democrático y ocupa el cargo de jefa de Gobierno. Y no es una figura de consenso, es discípula política de Shinzo Abe, ha construido su carrera sobre una visión nacionalista, firme en defensa de la soberanía y frontal frente a China.

Su ascenso, en un país donde el poder ha estado férreamente monopolizado por hombres, rompe la estructura tradicional, pero su relevancia trasciende la cuestión de género. Representa el giro de Japón hacia un nacionalismo pragmático, que ya no se disculpa por su pasado ni disimula su proyecto de rearme. De hecho, sus primeros pasos apuntan a consolidarse como contrapeso central a la hegemonía china en Asia oriental.

Durante su etapa como ministra de Economía y Seguridad, Takaichi impulsó el concepto de "resiliencia estratégica" con un programa de desacoplamiento económico que propuso reducir la dependencia de la manufactura y componentes chinos en cadenas de suministro críticas. Esa agenda, apoyada discretamente por Washington y Canberra, fue el preludio del tono de su actual mandato. En su discurso inaugural como mandataria, habló de "defender la democracia frente a la coerción autoritaria" y aludió al "riesgo real de que el orden marítimo del Indo‑Pacífico se fracture". En Pekín, la interpretación fue inmediata: un desafío ideológico a la narrativa china.

La tensión se recrudeció a raíz de su última declaración sobre Taiwán, a la que el régimen chino respondió con furia. "Japón no puede ignorar una alteración unilateral del statu quo", afirmó la líder en una entrevista televisiva. En ese breve fragmento, Pekín detectó la afirmación de que la seguridad taiwanesa y la nipona son ya interdependientes, una idea que anticipa un eventual alineamiento defensivo. Minutos después de la emisión, el portavoz de Exteriores chino condenaba sus palabras. Horas más tarde, el tuit del cónsul generó una tormenta de indignación en Japón y un debate interno en China, donde fue borrado pero no olvidado. En redes sociales locales logró miles de interacciones antes de desaparecer.

El 80 aniversario

El timing no podía ser más simbólico. Este año se conmemoran los ochenta años de la derrota japonesa en la guerra antichina, efeméride que Pekín ha aprovechado para reforzar su relato histórico de "resistencia frente al agresor imperialista". Xi Jinping presidió una colosal parada militar con la presencia de líderes de más de veinte países, una escenificación del nuevo orgullo nacional y de una memoria histórica que sigue operando como eje de legitimidad. Frente a esa escenografía, Takaichi acudió semanas después al santuario Yasukuni —donde se honra a los caídos, incluidos catorce criminales de guerra—. La visita reavivó heridas. En la prensa china fue descrita como "provocación y negacionismo".

A diferencia de sus predecesores más cautos, Takaichi no obvia ese coste simbólico. Su lectura histórica e ideológica asume que Japón debe abandonar el discurso de culpa y reafirmar su destino como potencia libre de complejos. Ese mensaje conecta con la nueva generación de votantes conservadores que asocian la contención diplomática con debilidad. En paralelo, los analistas japoneses más realistas reconocen que el tono duro no responde solo a valores, sino a estrategia en un vecindario dominado por la expansión militar china, donde la ambigüedad ya no protege.

La situación de Taiwán condensa el dilema. Takaichi mantiene una estrecha relación con el presidente taiwanés Lai Ching‑te, a quien envió recientemente una carta de apoyo acompañada de un grupo de diputados. Ese gesto, sin precedentes en rango político, irritó al Partido Comunista chino. En medios oficiales, se la tacha de "ultraderechista" y "enemiga de China". La propaganda ha reeditado una caricatura que asocia su figura al revisionismo y al militarismo. Pero en los círculos estratégicos del Indo‑Pacífico, su llegada al poder ha sido recibida como señal de firmeza.

Los aliados de Japón, incluidos Estados Unidos, Australia e India, ven en su liderazgo la oportunidad de consolidar el eje democrático asiático frente a las ambiciones chinas. Washington aplaude su apuesta por fortalecer el Quad y modernizar el ejército nipón. En el Pentágono se percibe como interlocutora fiable, capaz de acelerar la integración logística y de inteligencia entre las fuerzas de ambos países. Esa dinámica multiplica el recelo chino. La última edición del Global Times advertía que "Tokio está jugando con fuego al involucrarse en los asuntos de Taiwán bajo el paraguas estadounidense".

Los frentes internos

En el frente interno, la primera ministra afronta la tarea de contener un creciente malestar ligado a la inmigración y el coste de vida, donde parte de la opinión pública identifica la presencia de casi un millón de residentes chinos como factor de presión. Su discurso promete reforzar los controles y proteger sectores sensibles, medidas que podrían añadir tensión a las relaciones bilaterales.

La espiral diplomática consagrada tras el controvertido tuit ahora desaparecido refleja un deterioro más profundo. Las reuniones de alto nivel entre ambos gobiernos permanecen suspendidas desde hace casi un año. Los canales militares de comunicación directa —diseñados para evitar incidentes en el mar de China oriental— apenas funcionan. Cada maniobra militar, cada ejercicio naval, se interpreta como un ensayo de confrontación. En el aire se percibe la inquietud de una región que asiste a la fragua de una nueva bipolaridad.

El contraste entre las decisiones de Tokio y las reacciones de Pekín revela dos lógicas incompatibles. La dirigencia china ve a Takaichi como amenaza ideológica que combina populismo nacionalista con un proyecto de alianza occidental contra el ascenso chino. Japón, en cambio, siente que simplemente despierta de su letargo estratégico para liberarse del tutelaje de Washington y, al mismo tiempo, asumir un papel de garante del orden liberal en Asia.

En Tokio, la combativa líder defiende que su país "no busca la confrontación, sino la estabilidad basada en la ley internacional". Sin embargo, sus gestos y palabras ya han dibujado una línea: apoyar a Taiwán es apoyar la supervivencia del propio Japón. En Pekín, ese mensaje se traduce en desafío a las "tres líneas rojas" :Taiwán, disputas territoriales e interpretación histórica.